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Datos principales


Desarrollo


Tras las Independencias, el siglo XIX se caracterizó por una doble tendencia: construir las culturas nacionales que contribuyeran a dotar de identidad las sociedades y consolidar y estabilizar los estados. Se trataba de borrar el pasado español y de fijarse en nuevos modelos, en naciones liberales y mucho más avanzadas en todos los órdenes. Obviamente, el Reino Unido y Francia explican casi toda la evolución artística latinoamericana. Pero no toda: por un lado, ya sólo la lengua arraigaba en el mundo cultural hispano a las nuevas naciones; existían además las profundas raíces autóctonas, tanto indígenas como criollas, cultas como populares. A esto se añadió la influencia -muy diferenciada por países- de las corrientes migratorias que traían su propio bagaje cultural: en este sentido es muy claro el ejemplo argentino. Y por último, no se puede olvidar que la cultura es algo vivo, y no se puede recibir estáticamente, sin interaccionar ante nuevas situaciones, medios o tejidos sociales. El siglo XX ha sido una centuria de interacción, versatilidad, mestizaje cultural, formas propias de hacer y sobre todo de un profundo trasfondo social: el Arte en muchos casos se ha liberado de formas estéticas y temas artificiosamente impuestos por las corrientes europeas para convertirse en una expresión de sociedades desgarradas, mundos étnicos diversos y no siempre integrados, tradiciones indígenas que sirven de inspiración para lo novedoso, tratando de romper así la idea de unión entre culturas indígenas e inmovilismo cultural.

Otro factor de influencia mucho mayor que en el XIX ha sido el de los Estados Unidos, que ha generado múltiples reacciones, asumiendo las tendencias o partiendo del rechazo diametral para crear nuevas formas. Por otro lado el carácter propio latinoamericano y los proyectos de cambio futuro se expresan a gusto en el arte perfomativo, en la reinterpretación en claves diversas de antiguos mitos o incluso iconos coloniales. La transgresión se ha convertido en una afirmación de independencia no ya política -se celebran actualmente los Bicentenarios- sino sobre todo mental, de pensamiento, imaginario y vida. En este sentido, la sensibilidad femenina ha encontrado amplios horizontes desde una visión y un espacio propios que han ido adquiriendo transcendencia social e incluso en algunos casos creando y consolidando tendencias generales. El fenómeno de la Música Latina, por ejemplo, caracteriza el fin de siglo XX y comienzo del XXI, en buena parte a raíz de su éxito en Estados Unidos y desde ahí su divulgación universal, fuera, desde luego, del mundo hispano: además de Gloria Estefan, Cristina Aguilera, Jennifer López, Mariah Carey -hispanas en el mundo anglo- surgen en América Latina figuras tan populares como la colombiana Shakira o la mexicana Paulina Rubio. En el mundo de la Música, la Danza, el Folklore y las Tradiciones y comenzando por la música culta, se puede hablar de intérpretes de renombre internacional, como la costarricense Julia Araya cantante lírica; las pianistas Marta Argerich argentina de la generación artística de Daniel Barenboim con quien ha trabajado varias veces; Rosita Renard, chilena y Consuelo Escobar pianista y cantante mexicana.

En la musicología latinoamericana destaca, en México, Cecilia Bretón. Otro panorama dónde las jóvenes han encontrado su espacio y han tomado el relevo a figuras consagradas, como Alicia Alonso, es el Ballet; especialmente relevante es la trayectoria de las bailarinas argentinas Paloma Herrera y Marianela Núñez. Otras cantantes de tradición o influencia europea y a la vez con incursiones en las raíces folklóricas y con influencias populares son la uruguaya Amalia de la Vega. Respecto al folklore, y la música social, la canción protesta u otras formas específicas, cabe señalar como en el México Revolucionario se acuñó el corrido, una tonada tremendamente popular y compatible con las Rancheras, otra de las formas musicales más arraigadas entre el pueblo mexicano. Si bien por las características de estas composiciones -voz desgarrada, temas fuertes, amores y rivalidades vistos y musicalizados desde el código del "charro mexicano" - fueron de entrada privativas de los hombres, algunas mujeres fueron haciéndose un espacio en este difícil mundo musical: Chavela Vargas, Lucha Reyes o Ana Gabriel son algunas de ellas. Otra trayectoria popular y folklorista, que incluyó estos ritmos, y otros repertorios es la de Amparo Ochoa. Y por citar algún ejemplo en el mundo de la música pop, una cantante muy popular es Julissa. En el mundo andino surgieron auténticas profesionales de la investigación, la interpretación y/o la reinterpretación del folklore indígena y también criollo: ritmos e instrumentos andinos y/o coloniales, resbalosas, marineras y otras piezas típicas están en la base de la tarea y las carreras musicales y de estudio de las peruanas Chabuca Granda o Cecilia Barraza; con un origen en el acervo y la formación folklórica pero una evolución clara hacia el pop está otra peruana, Eva Ayllón: muy interesante es la trayectoria de influencia afroperuana de Susana Baca.

Tania Libertad es polifacética: folklore colonial, pop, Ópera, e incluso ha musicalizado a algunos poetas. En Chile, la mujer inevitable en este campo es Violeta Parra, quien desde las raíces chilenas -cuecas, tonadas...- llegó a la cantautoría y a ser reconocida como una de las voces de la lucha por los derechos humanos. Otras folkloristas son Luzmila Carpio, Enriqueta Ulloa, Gladys Moreno y Emma Junaro, todas bolivianas, si bien la primera ha sido puramente folklorista y las otras han evolucionado hacia el pop. Otra mujer con un trabajo musical interesante es Aimé Paine, mapuche argentina, para quien lo importante del folklore es su condición de elemento de identidad; el pueblo Mapuche vive entre Chile y Argentina y para Paine la música es una fórmula de unidad supranacional y de definición cultural y territorial. Pero hablar de mundo andino, arte y tradición es hablar de tejidos, ya que la técnica textil indígena tradicional se remonta hasta la cultura Paracas y pervivió perfeccionándose hasta el Tahuantinsuyo o Imperio Inca; heredada en la época colonial, los obrajes o talleres textiles fueron uno de los rubros más importantes de la economía indiana del virreinato de Perú. Tras la independencia durante los primeros años de ruralización y también en la pervivencia de formas arcaicas y mundos aislados en lo que se puede llamar el "Proyecto Liberal" los artesanos andinos mantuvieron su tradición, que hoy es un arte, muy por encima de una actividad económica.

Artistas vinculadas a la textilería andina son Nilda Callanaupa, tejedora, y Maximiliana Palomino, artesana muñequera de Cuzco Respecto a Argentina, la gran oleada inmigratoria (1850-1950), principalmente italiana influyó decisivamente en la música popular. Aparecieron formas nuevas como el chamamé moderno, y el tango, que se instaló como música popular urbana, vinculada a los barrios marginales, a la cultura de taberna, a la barra del café, a los bajos fondos de Buenos Aires, a los problemas sociales de la gente sin recursos, hasta que saltó ese límite y se universalizó unido a la figura de Carlos Gardel. Llegó un momento en que contadas voces femeninas llegaron al mundo del tango: es el caso de Azucena Maizani y Adriana Varela. El folclore permaneció aislado en los ámbitos locales de cada región, pero también evolucionó y llegó a universalizarse. Un grupo de músicos radicados en Mendoza, encabezados por Mercedes Sosa, Armando Tejada Gómez y Oscar Matus, lanzaron el Movimiento del Nuevo Cancionero, recopilando piezas de Atahualpa Yupanqui y Buenaventura Luna para crear un cancionero latinoamericano no solo comercial sino fundamentalmente vivo y por eso reivindicativo, social, inconformista. Su impacto renovó la canción argentina, iniciando la música popular argentina que superó la antinomia folclore-tango o música tradicional-música moderna. Por último, otro ejemplo de mujer rompedora en todos los órdenes, creativa y creadora, es Nacha Guevara.

Mujer espectáculo su transgresión artística fue el lenguaje reivindicativo frente a la Dictadura Militar, que además se convirtió -y así quiso transmitirlo al público- en transgresión política. Polifacética, difícilmente clasificable, con la democratización no se perdió su sorprendente versatilidad musical y de estilo. Su consolidación como figura internacional se haya debido probablemente al Musical Evita, inspirado en la vida de Eva Duarte de Perón, y su interpretación de No llores por mí, Argentina. Gráfico Respecto a las Artes Plásticas, durante el siglo XIX, el arte culto de América Latina evolucionó a instancias del europeo: neoclasicismo (hasta 1830), romanticismo (1820-1880), realismo (1850-1920), naturalismo (1880-1900) e impresionismo (1880-1920). Aunque los temas eran locales, los principios estéticos y el público eran las oligarquías criollas. Por eso hay que relacionar el arte culto del siglo XIX con los proyectos nacionales dentro de los que se produjo para generar la identidad nacional. En el siglo XX el panorama cambió: lejos de importar y como mucho reinterpretar los cánones europeos, surge la genuinidad, la especificidad, el relato artístico de las convulsiones latinoamericanas del siglo XX, que comenzaron en México con la Revolución. Para el arte latinoamericano, la Revolución Mexicana fue de importancia trascendental. José Vasconcelos Ministro de Cultura, fomentó una producción artística para definir la mexicanidad, un arte político, polémico y narrativo, que mostraba la evolución humana, el fin del capitalismo y el nacimiento del socialismo.

Surgió el muralismo y sus grandes artistas que ganaron renombre internacional: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Mary Martín, que trabajó con Rivera, sí llegó a realizar murales propios, además de otro tipo de pintura. La influencia del muralismo mexicano llegó a Brasil, Ecuador y Colombia, donde surgieron artistas de la talla de Cândido Portinari, Oswaldo Guayasamín y Pedro Nel Gómez respectivamente. En el ambiente artístico, intelectual, político y de amistades de los muralistas se movieron algunas artistas, aunque ninguna de ellas se dedicó al muralismo. Las pintoras surrealistas Frida Kahlo -casada dos veces con Diego Rivera- , Remedios Varo y Leonora Carrington: las tres participaron primero en París y después en Nueva York en el movimiento surrealista iniciado por André Breton. Otras mujeres artistas pero no pintoras de este ambiente vanguardista fueron Guadalupe Marín, -casada con Diego Rivera- Machila Armida, quien reinterpretó la tradición gastronómica nativa y los valores de la plástica indígena en sus montajes decorativos, y Blanca Luz Brum, casada con Siqueiros y modelo para alguna de sus obras. Otra de las mujeres con nombre propio en la Historia del Arte Latinoamericano es Amelia Peláez . Inspirada por la exploración de la realidad interior, el imaginario colectivo y la realidad poliédrica creó el Cubismo Tropical. Dentro del mismo fenómeno latinoamericano de exploración de nuevas formas puede enmarcarse un movimiento con tanto impacto como el muralismo mexicano, la Escuela del Sur, dirigida por el uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949).

No hay nombres de mujer entre los grandes artistas de este movimiento, no obstante si hay pintoras uruguayas con trayectoria propia, como Petrona Viera, quien durante algunos años -los 40 del veinte- se vinculó al planismo empleando el óleo, y luego se dedicó igualmente al realismo pero en la técnica de grabado. Un interesante movimiento -no sólo artístico sino también cultural, intelectual y político- surgió en Perú en los años 20- 30: el Aprismo de Raúl Haya de la Torre y el indigenismo y comunismo de José Carlos Mariátegui forjan una nueva forma de ver al indígena y lo indígena. Si en la vertiente artística hay nombres ineludibles como José Sabogal o Macedonio de la Torre, también hay mujeres artistas vinculadas al Grupo Amauta -maestro en quechua- que se aglutinaba en torno a Mariátegui: Carmen Parra, escultora, y Julia Codesido, pintora. La boliviana Marina Núñez esculpió e inmortalizó la lucha de los obreros de las minas en los años 50. Los años sesenta marcaron éxitos internacionales y un impresionante desarrollo de las artes plásticas latinoamericanas. Fueron incontables las galerías -como la de Germaine Derbecq en Buenos Aires- museos de arte, escuelas de pintura, festivales y exhibiciones que tienen lugar en la región, y que son comparables en calidad y despliegue a las de cualquier otra parte del mundo occidental. Los montajes tridimensionales, los diseños geométricos -aquí encuadran la obra de GEGO o el abstraccionismo geométrico de Lía Bermúdez, ambas en Venezuela- la caricatura, el erotismo, el primitivismo, son las direcciones exploradas, buscando un equilibrio entre lo local y lo universal.

El mundo artístico cubano a partir de 1959 se vinculó a la Revolución: es el caso de la escultora Amelia Carballo. En Argentina, e influidos por la Escuela de París -Modigliani, Chagall, Soutine, Klee- se desarrollan el Grupo de La Boca, que pintó su barrio; y un grupo de esteticistas que se reunían en la confitería Richmond, en la calle Florida, de la que tomaron el nombre. Miembros del Grupo Florida fueron Aquiles Badi, Héctor Basaldúa, Antonio Berni, Norah Borges, Horacio Butler, Emilio Centurión, Juan del Prete, Raquel Forner, Ramón Gómez Cornet, Alfredo Guttero, Emilio Pettoruti, Xul Solar y Lino Eneas Spilimbergo. Fuera de este círculo pero pintora consagrada y muy amiga de Norah Borges hay que mencionar a Marilina Rébora. Colombia está representada por Margarita Holguín, artista más bien clasicista pero también polifacética en cuanto a técnicas; Débora Arango -transgresora llegando casi a la caricatura- y Beatriz González, artista pop de temas sociales. Otra artista destacable es la impresionista salvadoreña Rosa Mena; y en los 60 chilenos la creadora de performances Cecilia Vicuña, representante de la contracultura y el movimiento hippie. En un campo en que se mezclan Arte y Técnica -como el cine, el teatro y la fotografía- el fenómeno evolutivo fue similar. La producción teatral del siglo XIX estuvo influida en gran medida por el teatro español, especialmente por Leandro Fernández de Moratín, José Zorrilla; José Echegaray y Jacinto Benavente, siguiéndose un modelo de teatro un tanto arcaico.

En el siglo XX, con la llegada del realismo y las vanguardias europeas, ese teatro latinoamericano comenzó a ocuparse de su realidad particular y a buscar sus propias técnicas de expresión. Además de escritoras de teatro, hubo grandes actrices como las históricas Pierina Dealessi, Angelina Pagano "La Paganito" o Lola Membrives; luego vendrán Libertad Lamarque y Tita Merello; y dentro de otra generación la polifacética China Zorrilla. Algunas saltaron del escenario a la gran pantalla. Hay que destacar el Teatro Cubano como instrumento al servicio del Castrismo, que contó con profesoras y/o actrices como Olga Alonso, Natividad González Freire y Herminia Sánchez. Los países latinoamericanos fueron recibiendo el Cinematógrafo a finales del siglo XIX. Las circunstancias sociales, económicas y políticas marcaron con los años su progreso impulsados por los promotores españoles, franceses e italianos, y por la impronta de Hollywood. No obstante a lo largo del tiempo hubo aportaciones que muestran la singularidad de una producción latinoamericana, que no es unitaria sino que está conformada por las cinematografías nacionales, de desigual historia y mercado. En las primeras películas habladas en español y producidas en la Meca del Cine se consolidaron artistas cómo Ramón Novarro, Lupe Vélez, Dolores del Río, Antonio Moreno, José Mojica, Carlos Gardel. Entre 1929 y 1931 se produjeran las primeras películas sonoras en México, Brasil o Argentina; en otros países, más tarde (1932-50).

Durante la década de los cuarenta el cine mexicano alcanzó fama internacional por las producciones de Emilio Fernández "El Indio" y estrellas como Dolores del Río, Pedro Armendáriz, y María Félix. También fue determinante la presencia de los españoles Carlos Velo y Luis Buñuel: la actriz mexicana Silvia Pinal protagonizó Viridiana (1961) dirigida por él y rodada en España. Otras actrices mexicanas destacadas son Ana Ofelia Murguía y Diana Bracho. El cine argentino se consolidó gracias a las películas de Lucas Demare, Luis César Amadori, Hugo Fregonese y actrices como Libertad Lamarque. En 1942 se alcanzó la mayor producción de películas, 57 títulos. Pero la industria argentina del cine perdió en beneficio de las producciones mexicanas. En 1950 se construyeron los estudios Alex, pero para entonces muchas productoras habían quebrado. En la década de 1970 hay un leve despunte de la industria argentina con la actriz Marilina Ross inmortalizada en La Raulito (1975), de Lautaro Murúa; y la directora María Luisa Bemberg, una de cuyas películas más logradas es Momentos (1980). El triunfo de la Revolución Cubana marcó la trayectoria de la cinematografía: destacaron los directores Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás y Manuel Octavio Gómez. En el cine chileno sorprendieron las películas de Raúl Ruiz; Miguel Litín y Helvio Soto. En Perú Francisco Lombardi fue el máximo representante desde 1977; en el cine boliviano, Jorge Sanjinés y en el cine colombiano Sergio Cabrera.

Respecto a Venezuela, la primera proyección se produjo el 11 de Julio de 1896 en Maracaibo el Vitascopio de Edison; diez años después se produjo la primera película La Dama de las Cayenas de Enrique Zimmermann, un impulso notable para la cinematografía venezolana lo dio Rómulo gallegos, al crear en 1938 los Estudios Ávila. Luego surge una directora y documentalista, Margot Benacerraf, que además creó en 1966 la Cinemateca Nacional y en el 91 Fundavisual Latina. Pasará tiempo desde 1958 en que Benacerraf filmó Araya hasta que entre los directores consolidados en Venezuela se mencionen dos mujeres: Elia Schneider y Josefina Torres, directora, por ejemplo de Mecánicas celestes (1995). Otra de las artes visuales, la Fotografía, ha tenido en América Latina diversos momentos. Si en los primeros tiempos de la técnica fotográfica hay que hablar de la británica Julia M. Cameron, que empezó a fotografiar con sesenta años y en un material muy deficiente y no fue admitida en la London Fotographic Society (pero sí en la historia de la Fotografía), las fotógrafas latinoamericanas de cierta proyección surgen a partir de los años 80 del siglo XX, en paralelo al realismo literario. En los años 90 los grandes desplazamientos desde ámbitos rurales hacia las zonas urbanas conllevaron la pérdida de identidad, una vida de precariedad y la recomposición de los espacios públicos: la fotografía tuvo un papel en esta situación crítica. Se trataba de ver más allá, convertir la visión en arte y el arte en compromiso. Sara Facio capturó con maestría momentos clave de la historia argentina; otras fotógrafas argentinas son Annemarie Heinrich, junto a Alicia D´Amico, Ana M? Saccone, la escritora Susana Thénon y Gabriela Liffschitz. Las chilenas Paz Errázuriz -quien ha trabajado con Diamela Eltit- y Paula Swinburn; la mexicana Anita Brenner; la venezolana Leonor Basalo y Morgana Vargas Llosa, peruana, fijan con sus cámaras la historia, pero también la memoria femenina.

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