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Desarrollo


La dote, aportación femenina de bienes materiales destinada a contribuir a sustentar "las cargas del matrimonio", tenía también cierta trascendencia para el futuro de la esposa. Hubo maridos que justificaron su mala conducta porque ella ni siquiera había aportado dote, otros se quejaron de la actitud altanera de sus mujeres porque su dote había sido cuantiosa. Las huérfanas acogidas en el colegio de la Caridad no podían casarse sin dote, aunque el pretendiente estuviera dispuesto a renunciar a ella. La solución en algunos casos fue que aceptara dotarla él mismo previamente. Cuando era la familia quien aportaba la dote, ésta podía consistir en una parte de la herencia que le correspondería a la novia como "legítima" de la herencia que algún día habría de percibir; también podía ser una cantidad proporcionada por parientes o instituciones benéficas, siempre incluía ropa personal y ajuar doméstico. Ya fuera cuantiosa o insignificante no hay duda de que tenía cierto valor simbólico. Incluso al conceder la manumisión de algunas esclavas se añadía la donación de algunos bienes como dote que facilitaría su matrimonio. La dote era en la práctica un requisito indispensable para el matrimonio. Era la forma como la mujer cooperaba al sustento de la familia, al darle una base económica efectiva. Con la dote el marido podía montar su taller, incrementar su empresa o su hacienda. Permitía mantener a la familia en el nivel de vida acostumbrado. En el caso de mineros, nobles y comerciantes podía alcanzar sumas fabulosas en propiedades, joyas, dinero, etc.

a lo que se añadían las arras que entregaba el novio a la novia. En realidad, la dote consistía en avances a cuenta de su futura legítima herencia y no una donación de los padres. El monto de ésta no debía superar la legítima estimada para no perjudicar a sus hermanos. Debía ser igual para todas las hijas. El patrimonio familiar no daba a veces para dotar a más de dos o tres hijas y a menudo tuvieron que esperar a la muerte del padre para completar la dote con lo que terminaran de recibir por el testamento. Algunas mujeres que no llevaban dote en el momento de casarse, recibían más tarde en ocasiones considerables herencias por esa misma unión. Sin embargo, parece que no fue una práctica universal. En Buenos Aires, entre la clase comerciante, sólo las tres cuartas partes de las novias de los comerciantes tenían dote en el momento de la boda. Tal vez se debe a que se valoraban las relaciones sociales y comerciales que la novia traía al matrimonio. No había un patrón fijo en la relación entre la cantidad de riqueza que un hombre poseía en el momento de casarse (el "capital") y el tamaño de la dote que su esposa recibía. Aun cuando el padre de una mujer no pudiera proporcionar una dote, ésta seguía siendo una esposa socialmente elegible por sus conexiones con otros comerciantes. Las dotes consistían principalmente en ropa para la novia, pero también era habitual incluir esclavos, propiedades, casas, utensilios de cocina, muebles, cuadros, joyas, utensilios de plata, telas y objetos sagrados.

Los comerciantes más ricos también incluían dinero en efectivo. Aunque la mayoría de las dotes se daban en el momento de la boda, a veces se tardaba más tiempo en entregar los bienes al marido. De este modo los padres podían seguir invirtiendo con dinero que ya no era suyo. La ventaja de recibir una dote grande en el momento de la boda, en vez de esperar una herencia, era que el poder económico del novio se veía acrecentado muy pronto. En cambio, el padre de la novia, sobre todo si era un comerciante en activo, le costaba renunciar a una porción importante de su capital de trabajo en vida, y prefería más dar un apoyo social que económico. La parte de la herencia o dote que estaba en dinero en efectivo solía ser invertida por el marido en alguna actividad comercial o préstamo. Cuando la hija de un comerciante se casaba con un comerciante, a menudo su dote se ligaba a cuestiones comerciales. Podía ser usada por los padres de la novia para transferir transacciones comerciales al novio o para pagar deudas entre el suegro y el yerno. En algunos casos, parte de la dote eran deudas que se debían a los padres fallecidos. Gráfico Las esposas conservaban el control de la dote que aportaban al matrimonio y podían demandar al marido si incurría en malos manejos. Tras la muerte del cónyuge, la viuda la recuperaba junto con las ganancias que el esposo hubiese podido obtener de su uso. La viuda podía administrar sus propiedades sin restricción alguna.

De vez en cuando una matriarca, en lugar del jefe de familia, era quien supervisaba los bienes, sobre todo si se trataba de fincas rurales. Doña Isabel Gutiérrez Altamirano y Velasco, la segunda hija del conde de Santiago, heredó el título y asumió el control del complejo familiar de fincas rurales, entre los más grandes de México, tras la muerte de su padre en 1793. Aunque cortejada por los hijos de las mejores familias, había rehusado casarse. Antes de morir designó a su hermana mayor como administradora de los negocios familiares. Los bienes y títulos pasaron al esposo de dicha hermana. Las arras también se incluían a veces en el contrato matrimonial independientemente de la dote. Este regalo que el novio brindaba a la novia en tributo a su virginidad, pureza, virtud y buena crianza, legalmente no era más que un 10% de la riqueza total del novio. Generalmente no pasaba a manos de la novia hasta después de la muerte del marido cuando, como en el caso de la dote, ella recibía el valor de las arras en forma de bienes. Originalmente consistía en trece piezas de plata.

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