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Datos principales


Desarrollo


La vida cotidiana de la mujer esclava en América transcurrió en tres ámbitos: en el servicio doméstico, en la calle como jornalera, pero residiendo en la casa de sus amos; y como asalariada viviendo en otro lugar, normalmente cercano al trabajo. Podían acceder a las labores artesanales, que en su gran mayoría eran desarrolladas por sujetos de las castas, libres o esclavos. El trabajo doméstico condujo a que mulatas, negras y zambas y demás castas, libres o esclavas, vivieran en estrecha convivencia con sus amos. Esto propició la promiscuidad y el nacimiento de niños, hijos del amo. Durante los siglos XVI y XVII llegó a hacerse proverbial la acusación de comportamientos inmorales por parte de negras o mulatas, aunque tal vez sería más justo catalogar esas uniones extramatrimoniales como mecanismos para ganar los beneficios de la libertad para ellas o para su descendencia. La cercanía emocional entre amos y esclavas era mayor cuando el dueño era soltero, viudo o la esposa se encontraba lejos. En estos casos fue frecuente que las esclavas asumieran las tareas tradicionales de la esposa y quedaran incorporadas de alguna manera a la unidad familiar. En la práctica reemplazaban a la mujer, sin las exigencias que para el hombre tenía el matrimonio. En las ciudades, las mujeres esclavas realizaban de forma predominante labores domésticas en las opulentas residencias de españoles mezcladas entre sus amos y la servidumbre indígena. Las esclavas y las mulatas libres a menudo eran criadas de cuarto, amas de leche, lavanderas o cocineras.

Muchos colonos que se habían desplazado a América sin familia compraban esclavas para que les sirvieran en sus casas. El tener mujeres, africanas o nacidas en América, en el servicio doméstico como signo de prestigio fue observado incluso por los indios nobles ricos. Había quienes, a falta de dinero para comprar mujeres de mayor edad para labores domésticas, compraban niñas. Gráfico Una categoría interesante eran las "esclavas a jornal". En general eran compradas por españoles de escasa fortuna para que los mantuvieran con su trabajo. Estas esclavas gozaban de cierta libertad de movimiento en las villas y ciudades de españoles. Algunas eran confinadas en los conventos como criadas de sus amas que tomaban los hábitos. Su carácter afable y modesto y la distinción social que proporcionaban hicieron que el servicio doméstico fuera la principal ocupación de estas mujeres. En muchos casos, se convirtieron en las gobernantas de las familias, pues las madres con frecuencia delegaban en ellas la responsabilidad de la crianza y educación de los hijos. Las mujeres negras gozaban de cierto prestigio por las ventajas que llevaban consigo. Solían adoptar la religión católica, la cultura y el idioma español y estaban integradas en la familia porque habían llegado a ella siendo muy pequeñas. Para las esclavas, trabajar en una familia rica tenía sus beneficios, pues había poco trabajo, buena comida, se les procuraba el vestido, tenían menos vigilancia y, a cambio, se les pedía comportarse a la altura esperada por sus amos.

No tenían capacidad para acumular dinero, pero sí techo, comida y seguridad. En suma, vivían estrechamente vinculados a la familia propietaria. También es cierto que en algunos casos, eran también blanco de la violencia, por las riñas entre ellas, el maltrato o la explotación de los amos, los celos de la esposa si mantenía una relación con el marido, etc. Entre los de su propia clase se encontraban en una situación de inferioridad, pues en realidad eran esclavas de los esclavos. Las esclavas se encontraban empleadas en mayor proporción en las tareas del mundo rural. En muchos casos formaban parejas con individuos de su misma condición en las plantaciones de caña de azúcar o en los ingenios e instalaciones para transformar el azúcar en melaza o aguardiente. La alta tasa de masculinidad permitió a casi todas las mujeres que se quedaban en las plantaciones tener un esposo de su condición. En las zonas azucareras y sus áreas la presencia femenina mantuvo proporciones semejantes a las presentadas por las cargazones de esclavos bozales o importados directamente de África, donde las mujeres representaban el 35% durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII. En los períodos posteriores, el mestizaje ofreció posibilidades de paliar el déficit de mujeres llegadas directamente de África y se llegó a equilibrar la proporción de hombres y mujeres afromestizos. Los obrajes de paños novohispanos utilizaron preferentemente mano de obra esclava. En estos obrajes la proporción de mujeres era del 10% pues la inversión de los propietarios de centraba en los hombres que se dedicaban a tareas especializadas o muy duras, como el tejido o el cardado.

Por ello, el obraje con su desproporcionada tasa de masculinidad, ofrecía las condiciones para las uniones de esclavos con indias y mestizas, así como entre esclavas y mestizos o españoles, por lo que se le considera un crisol del mestizaje por antonomasia. Las escasas mujeres que trabajaban en los obrajes se dedicaban a lavar e hilar la lana, entre otros trabajos. Sólo había más madres con niños en los obrajes integrados en ranchos o estancias de ganado lanar donde cuidaban el ganado, lo trasquilaban, además de lavar la lana. También cocinaban para los trabajadores, así como para esclavos y niños. Las esclavas no tenían personalidad jurídica, por lo que no podían entablar demandas judiciales. Sin embargo, el Derecho hispano les concedía la posibilidad de queja, que solía traer consigo que el tribunal recomendara la enmienda del amo. Los esclavos hicieron uso de este derecho cada vez con más frecuencia, sobre todo en el siglo XVIII. Muchas esclavas elevaban sus quejas a los tribunales denunciando a sus amos por faltar a la palabra dada. En estos casos exponían que habían cedido a las presiones de sus dueños y mantenido relaciones con ellos por la promesa de otorgarles la libertad, a ellas o a sus hijos. Alegaban la pérdida del honor que habían sufrido y el empeoramiento de sus condiciones de vida, pues era frecuente que los amos, una vez satisfechos sus deseos, alejaran a la esclava haciéndolas trabajar en obrajes o plantaciones. Aunque es cierto, que el honor de una esclava no parecía ser tenido en cuenta, el hecho es que muchos amos se vieron obligados por la justicia a cumplir su promesa.

Este tipo de procesos judiciales contribuyó en gran medida a la disminución de la esclavitud en los territorios indianos durante el siglo XVIII. Cuando obtenían la libertad la ocupación mayoritaria fue el servicio doméstico. Gracias a su trabajo o donaciones de sus amos algunas pudieron formar pequeñas fortunas y vivir holgadamente. Incluso llegaron a tener esclavos y propiedades que les servían de sustento. Estas libertas formaron una pequeña élite dentro de la república de negros que les permitía movilizarse en una esfera más amplia de la sociedad colonial. A pesar de gozar de una serie de privilegios no cortaron del todo los lazos con sus amos, pues seguían viviendo cerca o trabajaban para ellos como asalariadas. Muchas veces sus aspiraciones matrimoniales no iban más allá de casarse con hombres libres o esclavos de su propia casta. La libertad de las esclavas podía ser por decisión del amo, por autocompra, por servicios al Estado o por vía judicial.

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