Mujer y educación en el Antiguo Régimen

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Edad Moderna

Desarrollo


La Época Moderna representa el momento en el que la enseñanza de las mujeres comenzó a suscitar preocupación, convirtiéndose en tema de debate e inspirando proyectos educativos nunca antes planteados. Los que defendían la enseñanza de las mujeres buscaban una mejora de la formación de niñas y jóvenes, en principio para que, al llegar a la edad adulta, pudiesen contribuir al progreso de la sociedad, cumpliendo las tareas y funciones sociales que tenían asignadas en la época. En realidad, muchas veces la instrucción se centraba, sobre todo, en formar mujeres acordes a los hombres con los que iban a compartir su vida. La nueva época se inició con el aprovechamiento de la idea medieval de que la educación era una inversión de cara al futuro, que preparaba a los niños para el cumplimiento de sus responsabilidades cuando creciesen. También recibió una creciente demanda de acceso a esta educación, consecuencia del desarrollo de las ciudades y de las actividades mercantiles y comerciales, así como de la expansión económica, los avances científico-tecnológicos, el surgimiento del estado moderno, el crecimiento de la sociedad y la cultura y la invención de la imprenta como elemento esencial para la difusión del saber escrito. Gráfico Las corrientes humanistas y renacentistas fueron las primeras en elaborar un nuevo ideal pedagógico, poniendo en duda el método de enseñanza escolástico. Los humanistas entendieron la educación como parte esencial de la sociedad, y el estudio y la sabiduría como claves para una vida feliz.

La Reforma primero y la Contrarreforma después vieron en la educación un medio clave para la formación doctrinal y religiosa de los jóvenes y la difusión de los propios postulados. La iglesia Católica consideró la importancia de la educación juvenil y no tardó en crear e impulsar gran número de centros docentes. A lo largo del siglo XVII la educación se fue adaptando paulatinamente a las exigencias de sus principales receptores -la mediana y pequeña burguesía- y a los cambios derivados de la aparición de nuevas corrientes filosóficas y el triunfo de la Revolución Científica. Ya en el siglo XVIII, la Ilustración convirtió la enseñanza en un tema de interés general por el papel de instrumento de progreso y la utilidad que se le atribuyó. Para los ilustrados, la educación servía para garantizar el cumplimiento de los deberes de cada persona con Dios, con el prójimo y con sí mismo. Para ello había que impartir educación literaria, educación cristiana y educación civil y política. Aún con todo, seguía siendo restringida para gran parte de la población, en general, y sobre todo para la femenina, en particular. La existente creencia, muy extendida en la época, de la inferioridad natural de la mujer y su falta de cualidades intelectuales ya no era suficiente para impedir que los pensadores modernos hablaran sobre la educación femenina. Humanistas como Lutero defendían la implantación de escuelas femeninas y otros, como Erasmo, avisaban de la futura (que no inmediata) incorporación de la mujer en la sociedad, como individuo que además de las tareas que desempeñaba en la época, podía hacerse cargo de muchas más, entre otras, del desempeño, incluso, de puestos de poder.

En la obra del valenciano Juan Luis Vives (1492-1540): De la instrucción de la mujer cristiana (De Institutiones Feminae Christianae), publicada en 1523, es en la que se encuentra más información sobre la educación de las mujeres. Juan Justiniano al traducir en 1528 la obra de Vives evocaba a Francisca de Castro-Pinós, segunda esposa del duque de Gandía, Juan de Borja, como ejemplo de esposa entregada al marido, aquejado de una grave dolencia ocasionada en una de los graves enfrentamientos con los agermanados. (184) También en la obra de Vives Los deberes del marido (De officio mariti) partía del supuesto de una igualdad básica entre todos los seres humanos, pero señalaba que la elección de marido era asunto de competencia de éstos.(185) Fray Luis de León también escribió algunas obras morales en castellano sobre educación, como La perfecta casada (Salamanca, 1584), dirigida a su prima, María Varela Osorio, con ocasión de su matrimonio. En esta obra, un exponente del hogar cristiano y modelo de virtudes de la mujer católica desde 1583, describe lo que para él es una esposa ejemplar y establece los deberes y atributos de la mujer casada en las relaciones de familia, las tareas cotidianas y el amor a Dios. Inspirada en fuentes clásicas y sobre todo en los Proverbios de Salomón, cuyo último capítulo expone e ilustra desde el versículo 10, es una obra que hay que poner en correlato con otras del mismo género escritas por Luis Vives (De Insitutiones Feminae Christianae, traducida al castellano en Valencia en 1528) y otros humanistas europeos del Renacimiento.

Fray Luis de León fue en cierto modo un defensor de la mujer y un adelantado respecto a su época. La perfecta casada se ha seguido reeditando ininterrumpidamente y su influencia se extendió muy pronto a América Un lustro después, Juan Justiniano publicaría la traducción del libro al castellano, dedicándoselo a Germana de Foix (mujer de Fernando II de Aragón). En el prólogo atribuía la poca atención prestada a la mujer y a su instrucción, a que la fe no distingue de sexos, sobreentendiéndose la idea de que es el esposo quien debe regir y educar a la mujer. Esta obra alcanzó gran difusión, llegando incluso a ser leída por el propio Erasmo, que coincidió con la esencia del libro pero lo calificó de "demasiado Español". La importancia de la obra fue que abrió un debate real sobre la educación femenina. El bloque mayoritario rechazaba la educación femenina porque la consideraba como una transgresión de las diferencias existentes. Algunos pensadores como Vives luchaban contra la idea generalizada de que la mujer virtuosa debía de ser ignorante. Él aconsejaba que las damas ociosas no estuvieran ociosas, que debían aprender a hablar, leer e hilar. Aquellas ideas sobre la incorporación de la mujer a la educación no significaron una gran revolución social. Principalmente, porque desde los grupos pro-educación femenina se abogaba no por una preparación para que las mujeres dominasen el mundo, sino simplemente para que sirvieran mejor a sus padres, hermanos y a su esposo.

No se pensaba que la mujer debía aprender más allá de lo necesario para llevar a cabo dicho servicio. En el siglo XVII se dieron tres importantes novedades respecto a la educación de niñas y jóvenes, materializando el creciente interés hacia su educación: aumentó el número de centros educativos, aparecieron los primeros programas de estudio coherentes a la nueva oferta educativa y se replanteó la educación de la mujer. Las crisis políticas y sociales de mediados de la centuria influyeron notablemente en la polémica que giraba sobre si las diferencias entre sexos eran evidentes o, por el contrario, inexistentes. La opinión mayoritaria continuaba siendo la primera, que contaba en sus filas con figuras como Malebranche o Molière, el famoso dramaturgo. Ambos personajes son las figuras más conocidas que cultivaron un nuevo género literario que comenzó a tener éxito en la época: la sátira contra las mujeres intelectuales. Obras como Las preciosas ridículas de 1659 o Las mujeres sabias de 1672. Algo menos conocida fue la Sátire contre les femmes de N. Boileau-Despreaux (1694), en la que arremetió contra Madame de La Sabliere, mujer defensora de la educación de la mujer descrita en la obra como semijorobada y semiciega de tanto observar los astros con el astrolabio hasta quedarse embobada. Desde Inglaterra, Thomas Wright dejó escrita en 1693 The Female Virtuosos -musicada posteriormente por Henry Purcell- obra en la que ridiculizaba a las mujeres quienes descubrían hechos obvios y planteaban actuaciones ridículas y estúpidas.

Pero la obra más amarga de todas fue la de James Miller (1726), Humours of Oxford, protagonizada por una chica insensata que pretende obtener conocimientos por medio del estudio y la dedicación a la ciencia y la filosofía. Finalmente admite su locura, sus pretensiones ridículas y su vuelta al redil de la ignorancia. Como se puede ver, la visión de gran parte de la sociedad europea era bastante falócrata y sesgada, relegando a la mujer a un papel secundario, considerada mera fuerza de trabajo. Frente a este prisma de pesimismo sobre las capacidades intelectuales femeninas, en las últimas décadas del periodo germinaron figuras que trataron de desmontar estos fundamentos. Mediante la utilización del método cartesiano, mostraron la falacia de esos argumentos y argumentaron a favor de la igualdad de capacidades cognitivas de ambos sexos, partiendo del postulado racionalista de la dualidad de la sustancia. Defensores de estas teorías fueron Poullain de la Barre con su obra De la educación de las damas para la conducta del espíritu en las ciencias y en las costumbres de 1674; Fenelon, que editó Tratado de la educación de las niñas en 1687, recogiendo su amplia experiencia como director del Instituto de Nuevas Católicas, un internado de París para las familias de élites sociales. Mary Astell quien publicó entre 1694 y 1697 las dos partes de Propuesta seria a las Damas, para que prospere su verdadero y mayor interés. Todos estos autores se adelantaron a los ilustrados del siglo XVIII, al entender que había que luchar contra las desigualdades sociales, la primera de ellas la existente entre hombres y mujeres.

Defendían que unos y otros se diferencian únicamente en lo físico y consideraban que solo el abuso de la fuerza por parte del varón le había llevado a atribuirse en exclusiva cargos, honores y el dominio de la ciencia y la cultura. Reconocieron que la educación de las niñas era algo tan esencial para el bien de la sociedad como la educación masculina, aunque simplemente preparase a las mujeres para cumplir mejor sus cometidos en la familia. Lo que estos pensadores del siglo XVII entendían como una buena educación para las mujeres era una enseñanza racional, alejada de todo prejuicio existente e impartida por maestras formadas. Aún así, hay que subrayar que se seguía pensando que la enseñanza debía centrarse en instruirlas en sus funciones, al igual que la enseñanza de los hombres en las suyas, pero sin llegar a definir los contenidos de cada una de estas. Durante el siglo XVIII, el tema de la educación femenina estuvo en boca de gobernantes y filósofos.

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