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Edad Moderna

Desarrollo


Junto a las mujeres amantes o esposas que vieron marchar a sus hombres, también padecieron la guerra de forma especial, aquellas que se encontraron envueltas en el frente de batalla o cerca de un asedio o una batalla campal. Era frecuente que la victoria del enemigo, y a veces de los aliados, se celebrara con el pillaje y saqueo de la ciudad, como recompensa o botín de guerra, y la violación de las mujeres que encontraban. En la Guerra de las Alpujarras, muchas mujeres cristianas fueron capturadas. En la crónica de Luis de Mármol Carvajal se narra cómo los moriscos tomaron como prisioneras a varias mujeres cristianas: "Y allí hicieron pedazos con las espadas al Licenciado Quirós, cura del lugar de Concha, y al beneficiado Bernabé de Montanos, y a Godoy su sacristán, y a otros 20 legos, y dejando los cuerpos a las aves que se los comiesen, a todas las mujeres y a los niños de 10 años abajo tomaron por cautivos." (78) Hubo ejemplos en que las cristianas cautivadas fueron posteriormente liberadas. Este fue el caso de Beatriz de Peña y sus cinco hijos, a quienes los moriscos pensaban matar. Pero antes de su ejecución, Aben Humeya, el rey de los moriscos, llamado también Don Alvaro de Válor, pasó por aquel lugar y mandó que no los matasen. Los moriscos así lo hicieron llevándose a Beatriz prisionera. Estando cautiva en el castillo de Jubiles, el marqués de Mondejar, al mando de las tropas cristianas, tomó el castillo, liberando a Beatriz y a sus hijos y a otras cristianas allí prisioneras.

(79) Con frecuencia, los cronistas dejaron constancia y se refirieron a muchas mujeres con el apelativo de "ánimo varonil", pero también reflejaron los llantos y lamentos de muchas de ellas por la pérdida de hijos y maridos, así como los gritos y sollozos de muchas otras presas de pánico esperando su propia muerte. Las consecuencias de un asedio o de una batalla cercana a una ciudad o villa eran especialmente crueles para las mujeres del enemigo. Luis de Molina en el siglo XVI consideraba que todas las mujeres que estaban con los contendientes eran culpables y, por lo tanto, sólo debía perdonarse a los niños, pero no a las mujeres. Al final de la guerra de las Alpujarras, las mujeres moriscas que sobrevivieron fueron vendidas como esclavas, exceptuando algunos casos en que pudieron ser liberadas por parientes considerados "moriscos de paz" en cuyo caso fueron liberadas a precios muy altos, aunque se tratara de mujeres ancianas. La violencia y vejaciones también podían alcanzar a las mujeres del propio bando cuando la tropa llegaba a una localidad. Las extorsiones del alojamiento obligatorio y las exigencias de la soldadesca que necesitaba cubrir todas sus necesidades, ponían en peligro a las mujeres en general y, especialmente a las jóvenes de la localidad. Hubo también mujeres que actuaron al lado de los extorsionadores. Muchos ejemplos pueden encontrarse de este hecho en la Guerra de la Independencia. El caso de El Conejero y su familia es muy ilustrativo.

Un día "se apresó y encarceló en la Cárcel de Corte a Vicente Pérez Martínez, alias el Conejero, por sospechoso de robos y otros excesos, y a su mujer y suegra, Isabel Perón y Josefa Fernández, y a Josef Llanos Varón, dueño del Parador del Puente de Toledo, su criado y otras personas, por dispensarle protección a Conejero y su familia surtiéndoles de ropa y dinero." (80) Para impedir la violencia y extorsiones a la población en general, y a las mujeres en particular por parte de la soldadesca, todos los ejércitos trataron de dotarse de reglamentaciones que paliasen estos graves efectos en la población. Un ejemplo de "Ordenanzas militares", encaminadas a evitar los comportamientos inhumanos en la guerra, fueron dictadas por el Archiduque Carlos el 20 de marzo de 1706 en la Guerra de Sucesión española. Aquellas Ordenanzas trataron de castigar, en primer lugar, la rapiña: "Todos los hurtos privados serán castigados con la pena de galeras a los soldados y cabos de escuadra, y con la pena de la perdida del cargo infamemente a los oficiales. Esto se entiende también por todos aquellos que tuvieran mano en los hurtos, o que encubrieren los ladrones". También trató de castigarse los excesos cometidos a la población civil. Por excesos se entendían"todas las violencias, extorsiones u otra incomodidad hecha al país, que no están incluidas en los delitos aquí anotados: y por estas se castigarán los soldados ordinarios con la restitución de lo quitado a más de otra pena arbitraria, según la circunstancia del hecho, pero los oficiales con la pena de la perdición del cargo.

Rapto o violencia, se entiende el llevarse por fuerza una mujer de su marido, o pariente, sin su consentimiento o permiso, o el forzar a una mujer a un acto venerio contra su voluntad, todo lo que ordenamos se castigue con la pena capital. El llevarse una religiosa, u, otra mujer fuera de un convento, aunque sea con consentimiento de ella misma es delito capital, debiéndose tal lugar y persona respetar, como cosa consagrada a Dios". Gráfico En la Guerra de la Independencia, las mujeres sufrieron con mucha frecuencia actos de violencia. En Madrid, el 24 de marzo de 1808 se produjeron insultos por parte de los franceses que llamaron a las puertas de muchos vecinos pidiendo mujeres y pan. "El pueblo está tranquilo, escribe el Alcalde Arias, pero en dos de sus barrios algunos soldados franceses llamaron anoche a las puertas de las casas con bastante ruido pidiendo mujeres y pan. Que los vecinos estaban determinados a resistirles, por lo cual le parece se tomen providencias. Algunas tabernas de las antiguas están cerradas y en las provisionales para las tropas francesas no está puesto el letrero. Ayer tarde no había persona del Ayuntamiento para dirigir los soldados a sus alojamientos ni darles cama ni demás a los oficiales." (81) Pero también hubo mujeres que atraídas por las gratificaciones de los soldados franceses podían ser utilizadas para soliviantar a la población. Este es el caso ocurrido en Madrid "Que se trataba de promover alboroto el día de San Isidro por algunas mujeres solicitadas y gratificadas a este efecto por unos soldados franceses mal intencionados.

" (82) Uno de los peligros más constantes para las mujeres honradas en periodos de guerra era el intento de seducción que podían ejercer sobre ellas oficiales y soldados a su paso por las distintas localidades. Aunque ficticio y novelesco el caso relatado por Daniel Defoe en la Memorias del Capitán George Carleton, no deja de ser altamente revelador de los problemas que podían surgir como consecuencia de la seducción. Si bien no era desacostumbrado en la época de principios del siglo XVIII, que oficiales y caballeros se pasearan por los locutorios de los conventos para distraerse ellos y las monjas con conversaciones inofensivas, el intento de dos oficiales británicos de seducir y escaparse con dos monjas, durante la Guerra de Sucesión, les llevó a verse envueltos en un serio problema, pues las mencionadas monjas fueron condenadas a morir emparedadas, ante lo cual el general británico tuvo que interceder. (83)

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