Numancia, una aproximación

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Celtiberia

Desarrollo


Por M. L. Revilla, R. Berzosa, J. P. Martínez, J.I. de la Torre, A. Jimeno Equipo Arqueológico de Numancia. Universidad Complutense de Madrid. El entorno medioambiental Numancia ocupa el elevado y extenso cerro de La Muela, punto estratégico desde el que se domina una amplia llanura, limitada semicircularmente por las altas elevaciones del Sistema Ibérico, desde Urbión hasta el Moncayo, y únicamente alterada por una banda intermedia de sierras. La atraviesa el río Duero, dos de cuyos afluentes, el Merdancho y el Tera, se unen a él al pie de Numancia. La posición estratégica del cerro numantino, de abrupto relieve en sus lados oeste, norte y sur, se ve reforzada por los fosos naturales de los ríos Duero y Merdancho, que la rodean, proporcionándole aislamiento y protección; se ubica además en el control del vado, en el punto donde se juntan Duero y Tera, y donde confluyen todos los caminos radiales del circo montañoso de la Serranía Norte, poniendo en comunicación el Alto Duero con el Valle del Ebro. A su pie transcurría también la vía natural de comunicación del Valle del Ebro con la Meseta, convertida en época romana en la vía 27 del Itinerario de Antonino (Asturica-Caesaraugusta). El paisaje numantino en la antigüedad era de bosque abierto, constituido por pinares, robledales y sabinares. Los restos proporcionados en las excavaciones indican también la existencia de pastizales secos en las proximidades, y de una rica vegetación de ribera.

Por otra parte, el río Duero tenía un mayor caudal y altura de cauce, y por tanto también de nivel freático, lo que favorecía que hubiera zonas encharcables, constatado actualmente en la toponimia. En concreto, en la zona noreste de Numancia hubo una amplia laguna, de unos 800 m. de largo. La fauna relacionada con este medio paisajístico ha quedado reflejada en los restos óseos recogidos en las excavaciones, que corresponden tanto a animales domésticos (oveja, cabra, caballo, toro) como a salvajes (ciervo, jabalí, conejo, liebre, lince, oso y lobo). Por otra parte, las representaciones pintadas en las cerámicas numantinas dan abundante información sobre aves (palomas, perdices, córvidos, águilas, buitres, abubillas, avefrías, garzas) y sobre peces (truchas) e insectos (mariposas). La Numancia celtibérica Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Numancia han permitido diferenciar los perímetros de tres ciudades superpuestas, dos de época celtibérica y una tercera romana. La más antigua, a la que puso fin Escipión en el 133 a.C., tendría una superficie de unas 8 has.; una segunda, del s. I a.C., con la que se relacionan las singulares cerámicas monócromas y polícromas, ocuparía aproximadamente 9 has; sobre ellas se edificó en época romana imperial una tercera ciudad, que respetó el trazado básico de las anteriores, y que alcanzaría unas 11 has., a las que habría que añadir 5 has. más ocupadas por asentamientos artesanales en la ladera este.

Los cálculos de población, realizados atendiendo a la superficie habitada, posibilitan hablar de un contingente en torno a 1.500-2.000 personas de modo permanente, si bien podría admitirse un mayor número, por razones defensivas, en momentos excepcionales de conflagración bélica; ello permite compatibilizar estos datos con los aportados por algunos autores clásicos, que hablan de 8.000 guerreros al inicio de las Guerras Celtibéricas, unos 4.000 en el momento del cerco escipiónico, que suponiendo una familia de cuatro miembros detrás de cada guerrero representan unas 32.000 y 16.000 personas respectivamente, lo que podría entenderse en relación con la población de todo el territorio dependiente de Numancia. La ciudad, fundada por los Arévacos, la tribu más poderosa de los celtíberos, al decir de Apiano, protegió sus ocho hectáreas con una potente muralla, reforzada con torreones y atravesada por cuatro puertas bien defendidas. La amplia superficie excavada (unas 6 ha) aporta pocas referencias de la ciudad más antigua, ofreciendo una mejor información de la ciudad celtibérica del siglo I a.C. y de la romana imperial, que presentan una ordenación en retícula irregular, sin dejar espacios libres o plazas, manteniendo, en general, un aspecto indígena y rural. Las calles eran irregulares en su ejecución y trazado; incluso existen diferencias de anchura en una misma calle. Están empedradas con cantos rodados de desigual tamaño.

Para protegerse del viento frío, orientaron un mayor número de calles en dirección este-oeste, uniendo sus tramos escalonadamente para cortar el aire. Agruparon sus casas en manzanas, pero dispusieron alineadas las más próximas a la muralla, dejando una estrecha calle de ronda. Las calles irregulares tenían grandes piedras en el centro para pasar de una acera a otra sin enfangarse, ya que los desagües de las casas iban a las calles. Las casas rectangulares, con tres pequeñas habitaciones y un corral, eran cálidas en invierno y frescas en verano, ya que, aunque su base era de piedra, estaban recrecidas con postes de madera y adobes, recubiertos con un manteado de barro y paja, techándolas con gavillas de centeno y acondicionando sus suelos con tierra apisonada. La habitación central era el lugar de reunión familiar, en torno al hogar, donde dormían y comían, sentados en los bancos corridos pegados a la pared; usaban la estancia posterior como despensa y la delantera, a modo de vestíbulo, para actividades textiles y de molienda. En el suelo de ésta última se abría una trampilla para acceder a una estancia inferior o cueva, excavada en el manto natural, que servía para conservar los alimentos, que estaban depositados en vasijas de todo género, situadas en los ángulos o alineadas junto a las paredes. La estructura urbana de las ciudades celtibéricas se mantuvo, a grandes rasgos, en la ciudad romana, con algunas ampliaciones sobre todo en la zona sur, conservando de este modo el carácter de núcleo indígena poco romanizado.

La necrópolis celtibérica. La necrópolis, descubierta en 1993, se localiza en la ladera sur del cerro y tiene una extensión de poco más de una hectárea. La excavación de este cementerio ha aportando una importante información sobre la vida de los numantinos, ya que a través del estudio de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición y organización del cementerio, así como de los análisis osteológicos, se conocen nuevos aspectos del ritual funerario y de la organización socioeconómica. Las 155 tumbas descubiertas ofrecen una estructura funeraria muy simple; consiste básicamente en un pequeño hoyo de dimensiones variables, en el que se depositan directamente los restos de la cremación acompañados de ajuares y ofrendas de distinta naturaleza -predominando los objetos de metal- y de un pequeño vaso cerámico, que a modo de ofrenda se depositaban en el exterior. Algunas piedras limitan y protegen, generalmente, de forma parcial los enterramientos y ajuares. Algunos de los enterramientos están señalizados con estelas de piedra bruta visibles al exterior. Los 155 conjuntos permiten distinguir, al menos, cuatro tipos de enterramientos: con armas (espada, puñal, escudo, punta de lanza y regatón); con adornos y broches de cinturón, entre los que destacan once tumbas con estandartes o báculos de distinción; otros con fíbulas, agujas o canicas; y un cuarto grupo sin ajuar. Las tumbas estaban organizadas en grupos, dejando espacios intermedios vacíos o con menor intensidad de enterramientos, que se diferencian tanto por su ubicación espacial, como por las características de sus ajuares.

El grupo que ocupa la zona central de la necrópolis es el más antiguo (del primer momento de la ciudad, finales del siglo III e inicios del siglo II a.C.) y se caracteriza por la presencia más generalizada de armas y objetos de hierro. Otros dos grupos más modernos aparecen separados y dispuestos en torno a éste, conteniendo sus ajuares, mayoritariamente, elementos de adorno y objetos de prestigio de bronce (las armas se reducen a algún puñal dobleglobular con rica decoración). Se practica en esta necrópolis de forma generalizada, al igual que en otras celtibéricas, la inutilización intencionada de todas las armas y objetos de metal. Llama la atención la uniformidad de los restos humanos depositados en todas las tumbas, muy escasos y seleccionados -corresponden únicamente a zonas craneales y huesos largos- y fuertemente fragmentados, que hacen pensar en una acción intencionada, abriendo una nueva perspectiva en la diferenciación de prácticas rituales en las necrópolis celtibéricas. Todos los huesos humanos han sido cremados a una temperatura que oscila entre 600? y 800 ? C., lo que se ha podido determinar por su coloración y contenido orgánico. Es frecuente que acompañen a estos restos huesos de fauna, a veces cremados, correspondientes a zonas apendiculares, costillares y mandíbulas (sobre todo de potros y corderos). Este ritual se conoce en otras necrópolis celtibéricas y se relacionan con porciones de carne del banquete funerario destinadas al difunto.

Un porcentaje alto de tumbas (31,8%) sólo contiene restos de fauna, lo que hace pensar en enterramientos simbólicos, condicionados por la dificultad de recuperar el cuerpo del difunto. Sociedad y modo de vida Los datos que se conocen sobre la organización social y modo de vida de los habitantes de la Numancia celtibérica proceden básicamente de las fuentes clásicas, sobre todo de las narraciones de Apiano, y de las excavaciones llevadas a cabo en la ciudad, a lo que se han venido a sumar en los últimos años las importantes aportaciones de la necrópolis celtibérica, cuyo estudio ha permitido ampliar notablemente el conocimiento del mundo de los vivos al que corresponden los enterramientos. En cuanto a la organización social, las referencias escritas permiten hablar de dos instituciones principales que tenían un peso específico en el gobierno de la ciudad, y que reflejan una organización no parental de contenido social: la asamblea de ancianos (seniores), y la Asamblea de los jóvenes o guerreros (iuniores). Los ancianos ostentaba mayor poder de decisión, y estaba constituido por una élite definida por su nobleza, valor y riqueza. En la Asamblea de jóvenes, de tipo popular, participaba el pueblo en armas, nombraba a los jefes militares, y decidía sobre los asuntos que afectaban a la colectividad. Las alusiones a ambas Asambleas son frecuentes en las fuentes clásicas sobre Numancia, en especial durante los periodos de enfrentamiento con Roma.

Se mencionan también en diversas ocasiones la figura de legados o heraldos, encargados de misiones concretas, así como la existencia de líderes o jefes militares, elegidos por la Asamblea, para hacer frente a determinadas situaciones o necesidades bélicas. Es precisamente a estos grupos sociales de más estatus a los que parecen corresponder los enterramientos de la necrópolis celtibérica. No está reflejada la población al servicio de estos ciudadanos, que mencionan las fuentes clásicas, dado el reducido número de tumbas sin ajuar. La evolución en la ubicación de las tumbas y en las asociaciones de los elementos de ajuar a lo largo de los aproximadamente 75 años de pervivencia de la necrópolis, permite hablar de un incremento de riqueza, paralela a un aumento de población, a lo largo de este periodo. Desde una base tradicional, vinculada a las armas y panoplias de guerrero, y donde el componente simbólico de los adornos, menos frecuentes, está relacionado con lo funcional, se va pasando a un menor peso real y simbólico de las armas a favor de los elementos de adorno y de distinción personal, que hay que relacionar con la incidencia progresiva de la organización urbana; ello conlleva cambios ideológicos que marcan las relaciones sociales, manifestándose en nuevos referentes de identidad y consideración de riqueza. El desarrollo de lo simbólico, cada vez más despegado de lo funcional, se plasma en la aparición de piezas generadas no para ser usadas, sino para ser mostradas.

Buen ejemplo son los remates de los "báculos de distinción" en forma de prótomos de caballo, y las fíbulas de caballito, con o sin jinete, así como las placas articuladas, como tendencia a remarcar lo individual, a través de elementos de distinción personal, frente a lo colectivo. Otro de los aspectos importantes aportados por el estudio de la necrópolis celtibérica es el relacionado con la dieta alimenticia. Según Apiano, los numantinos comían "carnes variadas y abundantes, y como bebida tomaban vino con miel, pues la tierra da miel suficiente y el vino lo compran a los mercaderes que navegan hasta allí". La falta de vino era sustituida por la denominada "caelia", que se hacía de trigo fermentado. Sin embargo, los análisis realizados a los restos óseos humanos indican que la dieta de los numantinos era pobre en proteínas animales y rica en componentes vegetales, básicamente cereales, además de frutos secos, como las bellotas, tubérculos, bayas y legumbres. Los estudios de fitolitos realizados a ocho molinos, han puesto de manifiesto que cinco de ellos habían sido destinados a la molienda de bellota. La determinación de la dieta alimenticia permite apreciar cómo las diferencias en la alimentación parecen guardar relación con los grandes grupos de ajuares reflejados en la necrópolis; las tumbas con mayor consumo de cereales, vegetales verdes, legumbres y carne se asocian a los enterramientos con armas, mientras que los caracterizados por adornos han consumido una dieta más rica en frutos secos, bayas y tubérculos.

Cabe la pregunta de si esta diferencia en la dieta alimenticia que presentan los dos grandes grupos de enterrados, estaría más relacionada con la diferencia de sexo, que con la posición social o estatus. También se ha podido detectar la presencia de un enterrado que se diferencia de los demás por su tipo de dieta, ya que debió incorporar frecuentemente a lo largo de su vida pescado en su alimentación (no se puede diferenciar si de mar o fluvial) lo que permite plantear su origen foráneo. El hecho de que la base económica de los numantinos fuera la ganadería no implica que fuera importante la ingesta de carne; antes bien, los rebaños constituían el medio de vida y la riqueza que había que conservar. El medio físico propiciaba la actividad ganadera y el aprovechamiento de los pastos, alternando estacionalmente con las zonas próximas de mayor altura; y el entorno medioambiental proporcionaba un medio lo suficientemente diversificado como para aportar los recursos que cubrieran las necesidades de una economía de subsistencia, ya que, además de la ganadería de ovejas, cabras y vacas, hay que considerar los campos de labor, la producción de bellotas, el combustible proporcionado por la madera de los pinares, y las posibilidades que ofrecía el sabinar, del que se podía utilizar la madera y facilitaba además terrenos adecuados para el pastoreo. Dentro de la actividad económica de los numantinos tuvieron un papel destacado las actividades artesanales, tanto de elaboración de útiles como de otros objetos.

La mayor parte de los útiles encontrados están relacionados con la actividad agrícola, la explotación del bosque y, sobre todo, con el aprovechamiento ganadero, en especial vinculado a la transformación de lana y cuero. También se documentan a través de los hallazgos otras actividades relacionadas con la caza, la pesca, la alfarería, el trabajo de la piedra, y la transformación de metales. Los restos metálicos de armas y adornos hallados tanto en la necrópolis como en la ciudad permiten hablar de la existencia de talleres especializados. Muestra del trabajo local en forja es la abundancia de armas y útiles de hierro recuperados en la necrópolis. Entre los trabajos relacionados con las armas hay que destacar el de las vainas de los puñales, ya que los ejemplares fabricados en hierro adornan frecuentemente su cara visible. Las técnicas empleadas para su decoración son el calado, la incisión y el repujado o troquelado. Los motivos decorativos son muy variados. Existen también referencias para hablar de talleres locales dedicados a la fabricación de adornos de bronce, que aplicaban un variado conjunto de técnicas decorativas; en esta línea hay que resaltar que Numancia destaca por ser el yacimiento donde alcanzan una mayor representatividad, abundancia y frecuencia distintos tipos de fíbulas, como las anulares fundidas, las derivadas de La Tène, y las de caballito; destacan también la serie de "báculos de distinción", sobre todo los rematados en prótomos de caballo, y las placas articuladas con una rica iconografía.

Los broches de cinturón con escotaduras cerradas son también muy abundantes, tanto los de mediano tamaño como los de grandes dimensiones, modelos exclusivos de Numancia. Se ha constatado así mismo una amplia gama de objetos de bronce relacionados con el adorno del vestido y del cuerpo. Otro aspecto muy destacado de la ciudad es la producción cerámica, en especial, por su singularidad, la correspondiente al s. I a.C. Las cerámicas numantinas, tanto monócromas como polícromas, presentan rasgos singulares y exclusivos. Ninguna otra ciudad celtibérica ha proporcionado ni tan abundante ni tan rica cerámica pintada (se trata en un apartado de este catálogo). A la vista de la riqueza y variedad morfoestética que presenta la cultura material numantina, en distintos aspectos de su actividad, hay que considerar a esta ciudad como un significado centro creativo y modelador de la cultura estética-simbólica-iconográfica celtibérica. Conquista y pervivencia Numancia encabezó la resistencia de los Celtiberos contra Roma (Guerras Celtibéricas, 153-151 y 143-133 a.C.). El pretexto de Roma para declarar la guerra a los celtíberos en el 153 a.C. fue la construcción por los habitantes de Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza) de una muralla nueva y más grande, lo que violaba el tratado de paz firmado por las ciudades celtibéricas con Graco, en el 179 a.C. Nobilior, general romano, interviene con el ejército y los segedenses piden refugio a los numantinos, que los acogen como aliados y amigos.

Los celtíberos, encabezados por Numancia, mantuvieron una dura resistencia de veinte años, entre el 153 y el 133 a.C., venciendo sucesivamente a los generales romanos y enviando, finalmente, Roma a Publio Cornelio Escipión, (vencedor de Cartago), que cercó la ciudad, según Schulten, por medio de 7 campamentos, unidos por un sólido muro de 9 km de perímetro, y disponiendo dos castillo ribereños en el punto de encuentro con los ríos (Tera y Merdancho con el Duero) para controlar las aguas (Apiano habla de 2 campamentos, 7 fuertes y 2 castillos). Después de once meses de asedio la ciudad cayó por inanición, en el verano del 133 a.C., tomándose la muerte cada uno a su manera y siendo vendidos los supervivientes como esclavos; la ciudad fue arrasada y repartido su territorio entre los indígenas que habían ayudado a Escipión. Tras la conquista, volvió a reconstruirse, sobre la estructura urbana de la ciudad celtibérica, manteniéndose a lo largo de la época imperial romana. La actitud de los numantinos impactó de tal manera en la conciencia de los conquistadores, que éstos a su vez se sintieron conquistados por la causa numantina, como lo demuestra el hecho de que Numancia sea la ciudad celtibérica más citada en los textos clásicos, siendo glosada su resistencia y final heroico hasta la exaltación, convirtiéndola en uno de los símbolos universales de la lucha de un pueblo por su libertad. Son veintinueve los escritores clásicos que se refieren a Numancia, entre los que destaca Apiano, que trasmite la información de Polibio, amigo de Escipión y testigo presencial del cerco y destrucción de la ciudad.

La última cita antigua de Numancia corresponde al Anónimo de Rávena, del siglo VII. A partir de esta fecha se olvida su correcta ubicación y en el siglo X los Reyes de León indican que fundan Zamora, como capital de su reino, sobre el lugar donde estuvo la heroica Numancia; se trataba de un uso interesado, para dotar de prestigio a la nueva ciudad, iniciándose así su utilización nacionalista y patriótica por todo tipo de ideologías. Los equívocos sobre su situación se reavivaron en el Renacimiento, pero será primero Antonio de Nebrija (siglo XV), posteriormente Ambrosio de Morales (siglo XVI) y Mosquera de Barnuevo (siglo XVII) quienes la situaron correctamente en el cerro de La Muela de Garray. A finales del siglo XVIII, Juan Loperráez publica el primer plano de Numancia, con los restos visibles, y, a mediados del siglo XIX, Eduardo Saavedra aportará los argumentos científicos definitivos sobre su ubicación, propiciando la intervención de la Comisión de Excavaciones de la Real Academia de la Historia, entre 1861 y 1867. Al margen de estas investigaciones, se mantuvo una imagen idealizada de la ciudad, trasmitida por grabados (como el de Lipsio, del siglo XVI) y representaciones pictóricas como el cuadro de Alejo Vera (1881), "El último Día de Numancia", utilizado para ilustrar los libros de texto, desde finales del siglo XIX y gran parte del XX. En 1905, Adolf Schulten reanudó los trabajos en la ciudad, pero desde 1906 a 1912 se centró en los campamentos y el cerco romano, al ser nombrada una Comisión Española de Excavaciones Arqueológicas, específica para Numancia, que desarrolló su actividad desde 1906 a 1923. Posteriormente, sólo se realizaron pequeñas excavaciones, como las de Blas Taracena (1940), Federico Wattenberg(1963) y Juan Zozaya (1970-71). Desde 1994, la Junta de Castilla y León impulsa un Plan Arqueológico, dirigido por Alfredo Jimeno.

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