Las necrópolis del Alto Duero

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Celtiberia

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Por J. P. Martínez, R. Berzosa, J.I. de la Torre, A. Jimeno Equipo arqueológico de Numancia. Universidad Complutense de Madrid. Las tierras del Alto Duero aparecen bien delimitadas por los rebordes montañosos de los Sistemas Ibérico y Central, que propician la divisoria de la cuenca fluvial del Duero con respecto de las del Ebro y del Tajo. Dentro de esta zona se pueden apreciar varias áreas, como es el extremo sur de la provincia de Soria, cuyos cementerios forman parte del grupo del Alto Jalón (tratado en el trabajo anterior); la cuenca sedimentaria del Alto Duero, y la serranía norte soriana, donde se desarrolló la denominada cultura de los castros sorianos, comentados en otro apartado de este catálogo. Este último grupo, vinculado por Taracena a los pelendones, centra en sus poblados fortificados su propuesta de permanencia, de futuro, ofreciendo como contrapartida la invisibilidad de sus muertos, ya que desconocemos su ritual de enterramiento. Un marco paisajístico diferente se observa en los grupos del centro-sur de la provincia de Soria. En estas zonas el paisaje castreño de la serranía se troca en un mayor mimetismo del espacio habitado con el medio; así en las llanadas sedimentarias los asentamientos humanos tienen una dimensión constructiva menos destacada, y aparece bien diferenciado el espacio destinado a las necrópolis o cementerios de incineración, que mostrarán o "camuflarán" en su paisaje interno las tendencias jerarquizadoras.

Próximas a los poblados, sobre los cerros de las llanadas, se sitúan a sus pies, junto a los ríos, las necrópolis. Las más antiguas, como Alpanseque, Montuenga, Almaluez (en el Alto Jalón), Carratiermes (comunicada con al Alto Henares), se inician, al menos, en el siglo VI a.C., documentándose las espadas de frontón y de antenas, fíbulas de doble resorte, vasijas bitroncocónicas hechas a mano y otros elementos prestigiosos de sus ajuares. Los cementerios de Alpanseque y Montuenga fueron excavados por el Marqués de Cerralbo (1916). La primera aportó 300 enterramientos y la segunda un número sin precisar, pero en ambas las tumbas estaban provistas de estelas y alineadas en calles como en Aguilar de Anguita (Guadalajara). Las cenizas y restos óseos de la cremación se depositaron en urnas o vasijas de cerámica. En Alpanseque estaban hechas a mano, espatuladas y, a veces, con decoración incisa, acompañadas por largas puntas de lanza, cuchillos curvos y frenos de caballo de hierro; destacando tres sepulturas del conjunto: una con espada de frontón, caetra o escudo circular con umbo de hierro radiado y casco de bronce, decorado con repujado de soles; otra con el mismo tipo de escudo revestido por láminas de bronce, espada de antenas con vaina y frenos de caballo; y una tercera con espada de frontón, también con vaina, freno de caballo y caetra. Las fíbulas que acompañan estos conjuntos son de doble resorte. En Montuenga, los ajuares contenían urnas de barro fino y forma cónica (un fragmento decorado con rayas onduladas rojas), brazaletes de bronce, colgantes, fíbulas, láminas de bronce, placa de cinturón con cuatro garfios, puntas de lanza, freno de caballo y fusayolas.

A su vez, la necrópolis de Almaluez, situada en la margen izquierda del Jalón, fue excavada exhaustivamente por Blas Taracena (1933-34). Se han podido reconstruir 82 de las 322 tumbas excavadas. Los restos cremados por lo general estaban depositándose en un pequeño hoyo excavado en el manto natural. Únicamente once de la tumbas tenían armas y de ellas cuatro espadas: una de frontón, dos de antenas y una de La Tène. La tumbas 56 y 21, ambas con espadas y diversas armas, eran los conjuntos más ricos, con siete y ocho elementos respectivamente. Hay que asociar la presencia temprana de estos cementerios, a la importancia que tenía el control de esta zona, situada en la divisoria del Ebro, Tajo y Duero, con un conjunto de materias primas complementarias, como la riqueza salina, de la que todavía quedan reflejos en la explotación de algunos manantiales de aguas salinosas, como las de la zona de Medinaceli y Sigüenza. Esta zona muestra desde sus inicios, frente a la serranía norte, una mayor pujanza, que no sólo se mantendrá sino que, incluso, irá en aumento, extendiéndose, a partir del siglo V a.C., a la zona centro de la provincia de Soria. Son aquí las necrópolis de incineración las que actúan como referencia y marcan las rutas holladas, ya que los cerros donde se asentaron los poblados antiguos se encuentran barridos por las sucesivas ocupaciones a lo largo del tiempo. La distribución de estos cementerios marca los caminos y pasos conocidos a lo largo del tiempo, que desde el valle del Jalón y el Alto Tajo se dirigen hacia el oeste y norte, para alcanzar y superar el Duero hacia el norte con las necrópolis de Gormaz, Osma, Ucero, La Mercadera, Revilla de Calatañazor, Cubo de la Solana y Numancia.

, que junto a los poblados de Ucero, Cuesta del Espinar de Ventosa de Fuentepinilla y El Ero de Quintana Redonda, señalan la línea de contacto de los grupos del centro y sur con los castreños de la Serranía Norte. La dualidad anterior de asentamientos, con predominio de la ocupación de los rebordes montañosos y de una economía ganadera, se trastoca por una tendencia hacia las zonas centrales de las campiñas del Duero, lo que supondrá un incremento de la actividad económica agrícola, más apropiada a esas zonas, y por consiguiente un progresivo debilitamiento del peso básicamente ganadero y del poblamiento serrano. A lo largo de del siglo IV un número significativo de castros norteños se deshabitan y, por el contrario, otros, los menos, muestran una resistencia mayor, incorporando cerámicas torneadas oxidantes. A lo largo de los siglos IV y III a.C., se acusa una serie de cambios importantes en el paisaje, plasmándose en un aumento de poblados y necrópolis, reflejo de un incremento demográfico. Un número significativo de asentamientos, un 40%, son de nueva creación, mostrando preferencias por ocupar cerros destacados en las amplias llanadas, coincidiendo con suelos pardos, aptos para la agricultura de secano. Estos cambios que conlleva el poblamiento y la expansión de la agricultura se reflejan también en el "paisaje compositivo" de los ajuares funerarios, con nuevos tipos de armas y ricas decoraciones de procedencia diversa, relacionados con el Mediterráneo, el occidente y el mundo europeo.

Es el final de los cementerios de Alpanseque, Almaluez y Montuenga, el momento álgido de los de La Mercadera, Ucero y Carratiermes, y comienzo de los de La Revilla de Calatañazor, La Requijada, Osma y Osonilla. En Carratiermes, la necrópolis de Tiermes, se han excavado 644 tumbas, con escasa presencia de huesos cremados. Se documentaron algunos encanchados seudotumulares ovalados o amorfos que cobijan algunos enterramientos, pero priman las tumbas en hoyo con el ajuar a un lado y los restos de la cremación en el otro, señalizados algunos con estelas (38). Se localizaron cinco ustrina o restos de piras, situados entre las estructuras funerarias, de forma circular (100 cm de diámetro) u ovalada (180 cm por 105 cm), con una acumulación de cenizas de 15 a 50 cm de potencia. Los enterramientos más antiguos se concentran en la zona central disponiéndose las tumbas posteriores, de forma irregular, en las zonas periféricas. Se han podido identificar 474 tumbas individuales y 28 dobles, que contenían 180 varones, 189 mujeres, 67 niños y 94 sin determinar, cuya edad media se sitúa entre 30 y 35 años, detectándose algunas enfermedades como atrofia alveolar, artrosis, osteoporosis simétrica. Su uso abarca desde los inicios de la cultura celtibérica, siglo VI a.C., hasta el siglo I d. C., habiéndose atribuido 200 tumbas (28 con armas, básicamente largas puntas de lanza, y 172 sin armas y con adornos de bronce) a los siglos VI-V a.C.; otras 282 tumbas (84 con armas, con espadas de antenas, puñales Monte Bernorio o biglobulares, puntas de lanza, bocados de caballo, y 152 sin armas) al momento de apogeo, corresponde a los siglos IV-II a.

C., con un incremento de las vasijas o urnas funerarias a torno oxidantes. Finalmente, en un momento tardío (siglos I a.C. y I d.C.), con tan sólo 11 tumbas, muestra un uso esporádico y reducido del cementerio, donde están ya presentes, junto a las fíbulas de La Tène III, monedas con letrero ibérico y latinos y cerámica sigillata, de inicios del Imperio. Algunas tumbas masculinas se corresponden como adornos y algunas femeninas con armas, como se ha documentado también en otros cementerios. La necrópolis de La Mercadera ocupaba unos 1.500 m2 y se individualizaron un total de 99 enterramientos (uno de ellos doble), con una densidad de 0,07 tumbas por metro cuadrado. Se observó una distribución organizada de los enterramientos, pero sin calles ni estelas. A pesar de no contar con análisis antropológico, se han individualizado dos grandes grupos de tumbas por la composición del ajuar, uno asociado a hombres y el otro a mujeres. El primero caracterizado por la presencia de armas (44%) y el segundo por adornos (31%), espiraliformes y brazaletes, que constituyen más de las tres cuartas partes de las tumbas, siendo el resto consideradas de atribución incierta. El 10% de los enterramientos tienen su ajuar constituido por más de cinco objetos, se trataría de las tumbas más ricas, que se corresponden con ajuares con armamento, teniendo la mayoría espada. Las tumbas sin ajuar metálico representan sólo el 18%. En La Requijada de Gormaz, excavada por Morenas de Tejada, se descubrieron unas 1.

200 tumbas, desconociéndose la composición de la mayor parte de los ajuares, documentándose más de 40 espadas: de antenas, de La Tène y la única falcata documentada. Las tumbas denominadas de guerrero (46) que son mayoritarias, aparecieron generalmente en el interior de urnas a torno oxidante, pero también de vasos reductores, decorados algunos con "sencillos dibujos geométricos"; el ajuar se encontraba debajo de la urna y estaba formado por la espada, punta de lanza, cuchillo, tijeras, bocado de caballo, umbo de escudo y fíbula. Las tumbas femeninas se caracterizaban por la presencia de adornos espiraliformes de bronce y fusayolas. Las de niño tenían urnas de menor tamaño. En la necrópolis se diferenciaron tres zonas, una situada al norte de la carretera, es donde se han conservado mejor los alineamientos de estelas; otra entre el río Duero y la carretera, unos 8 enterramientos sin armas y estelas, colocados unos encima de otros sin orden, y una tercera donde aparecieron en un espacio rodeado por un muro, un conjunto de cadáveres inhumados sin ordenación alguna, que pudieran corresponder a un momento posterior. La necrópolis de Quintanas de Gormaz, que está separada a escaso kilómetros de la de anterior, plantea dificultades, ya que ha sido puesta en duda aduciendo que la información de ésta coincide en gran medida con la anterior. Se observa, a partir del siglo III a.C., cómo en el Alto Jalón-Alto Tajo se inicia un proceso de empobrecimiento de sus tumbas, con la práctica desaparición del armamento, trasladando la importancia que había tenido esta zona, en el número de necrópolis y la presencia de armas, al Alto Duero, lo que se ha relacionado con el empuje que antes de la conquista romana conceden los textos clásicos a los arévacos, al decir de Apiano, la tribu más poderosa de los celtíberos.

De hecho, las últimas investigaciones en el Alto Duero han aportado una serie de datos que reflejan esta realidad en Numancia, Ucero y Osma, pero también en Arcóbriga (en la zona del Jalón), evidencian un mayor enriquecimiento desde finales del siglo III e inicios del II a.C. Realidad que tiene una lectura socio-económica apoyada en el cambio del patrón de asentamiento que afecta a los poblados y a sus necrópolis. Las excavaciones parciales de la necrópolis de Ucero han ofrecido un total de 72 tumbas, 25 de las cuales tiene algún tipo de armas (34%). Solamente se han hallado 13 enetrramientos (18%) sin ningún elemento de ajuar o solo con la urna cineraria. En La Revilla de Calatañazor fueron 34 los puntos localizados con vestigio de enterramientos de los que únicamente en algún caso pudieron recuperarse fragmentos de la urna o algún resto metálico perteneciente al ajuar. De estas tumbas solamente se publicaron cuatro ajuares, los más llamativos y completos, compuestos, entre otros elementos, por espadas y otras armas, y caracterizados por el gran número de objetos que contenían, entre siete y doce. . Además se conservan trece espadas, diez de las cuales, al parecer, fueron halladas formando parte de los conjuntos cerrados (García Lledó 1983), con lo que cerca del 30% de las tumbas exhumadas tendrían esta arma. En la vega de Las Espinillas de Monteagudo, Taracena excavó dos tramos de una necrópolis formada por enormes estelas de piedra bruta, hasta de 2,50 m de altura, distribuidas sin orden y caídas sobre las tumbas, mucho más numerosas que las estelas, como si estas correspondiesen a enterramientos familiares.

La mayoría de las urnas eran de color rojo, a veces engobadas en blanco y decoradas con pintura negra o rojo vinosa de temas geométricos sencillos. También aparecieron dos vasos de bronce, algunas hebillas de cinturón de tres y cuatro garfios, alguna fíbula de La Tène II, colgantes pequeños de bronce y puntas de lanza de hierro, fusayolas. En la necrópolis de El Portuguí de Osma, Morenas de Tejada excavó unas 800 tumbas, de las que se desconocen la composición de la mayor parte de los ajuares, obteniendo unas 70 espadas y puñales, siendo frecuente la presencia de ambos asociados en la misma tumba. Las urnas cinerarias iban acompañadas por la panoplia formada por la espada, la lanza y el cuchillo e incluirían los arreos de caballo, así como de bolas dispuestas alrededor o dentro de las urnas. La tumbas femeninas en Osma, además de los adornos en forma de espiral, se documentó un elemento interpretado como perteneciente a un "armazón de tocado", aunque también aparecían asociados a armamento. Las tumbas de niños solamente los restos cremados y alguna sortija. Esta necrópolis, según Morenas de Tejada, es poco pródiga en en adornos de mujer, tanto que la considera de un eminente carácter guerrero. El supuesto carácter guerero de estas necrópolis podría paralelizarse con la Mercadera y Ucero, con las que estarían relacionadas cultural y geográficamente. En parte superpuesta y algo más moderna existe otra necrópolis vinculada a la ciudad de Uxama, que es la de Fuentelaraña, que correspondería al siglo II-I a.

C. Los cambios se reflejan bien en la necrópolis de Numancia, situada cronológicamente desde inicios del siglo II al 133 a.C., en la que se desarrollan nuevos tipos de objetos, muchos de ellos producidos en talleres locales, como los grandes broches de cinturón con escotaduras, placas articuladas de gran riqueza iconográfica y báculos de prótomos de caballos y de cabezas cortadas, que tiene como trasfondo una nueva concepción social. Estas transformaciones están relacionadas con la evolución de la cultura celtibéricas hacia una organización social de tipo urbano, de ciudad-estado, y el paso hacia el afianzamiento de un sistema de propiedad individual. El estatus parental, manifestado a través de los "ajuares de guerreros", habría perdido su valor simbólico en beneficio de otro tipo de elementos de identificación social o de prestigio, como son los objetos de adorno. Asistimos a un desarrollo de lo simbólico, cada vez más despegado de lo funcional, que se plasma en la aparición de piezas generadas no para ser usadas sino para ser mostradas, como los grandes y aparatosos broches de cinturón con bella decoración, así como el desarrollo de una iconografía de heroización de lo humano a través de la identificación con lo divino, utilizando la iconología mítica de intermediación entre ambos mundos, que se representa por el caballo. La distribución y concentración de las 155 tumbas excavadas en Numancia permiten hablar de dos zonas, una marcada por los enterramientos centrales y otra periférica, constituida por diferentes agrupamientos de tumbas separados y diferenciados de la central.

En ésta zona se han localizado 56 tumbas (36,13%), donde se concentran los objetos de adscripción cronológica más antigua (finales del siglo III e inicios del siglo II a.C.), caracterizados por la presencia más generalizada de armas (espadas de La Tène y puñales de frontón) y objetos de hierro. En la periférica se han documentado otros grupos más modernos (anteriores al 133 a.C., fecha de la conquista de la ciudad por Escipión), con un total de 99 enterramientos (el 63,87%), separados y dispuestos en torno al anterior, pero en clara continuidad temporal, por la existencia de elementos novedosos, junto a la presencia de materiales tipológicamente idénticos en las dos zonas. Contienen mayoritariamente elementos de adorno y objetos de prestigio de bronce (las armas se reducen a algún puñal dobleglobular con rica decoración), mostrando un concepto de riqueza diferente. Se practica de forma generalizada, al igual que en otras necrópolis celtibéricas, la inutilización intencionada, la muerte ritual, de todas las armas y objetos de metal. Esta práctica trataba de evitar la separación del difunto de sus objetos personales, ya que existía una completa identificación entre la persona y sus objetos (las armas para el guerrero) como exponentes visibles de su propia identidad. Es frecuente la presencia de restos de fauna (en un 44,51% de las tumbas), a veces cremados, correspondientes a zonas apendiculares, costillares y mandíbulas de animales jóvenes, exclusivamente de cordero y de potro.

Los huesos de ovicáprido se dispersan homogéneamente por toda la zona excavada, concentrándose los de équido especialmente en la central, lo que se ha relacionado con porciones de carne del banquete funerario destinadas al difunto. Por lo que se deduce de los análisis químicos realizados a los restos óseos, que fueron quemados a una temperatura de entre 600 y 800 grados, la dieta alimenticia de los numantinos era rica en componentes vegetales, con un peso importante de los frutos secos (bellotas) y pobre en proteínas animales, lo que dibuja claramente las bases de su economía mixta. Pero además, el conocimiento de la dieta de cada individuo permite relacionar su mayor o menor riqueza con las características de su ajuar y estatus, establecer diferencias entre hombre y mujer, así como destacar a aquellos enterrados que se apartan de la dieta generalizada. A modo de epílogo, se ha considerado a los cementerios de la Meseta Oriental como uno de los elementos culturales que mejor contribuyen a delimitar el territorio celtibérico, constituyendo una de las principales señas de identidad de los celtíberos al marcar la continuidad cultural entre el siglo VI y el I a.C., pero el conocimiento de estas necrópolis es parcial y desarticulado, ya que la mayoría de las necrópolis, excavadas en el primer tercio del siglo XX, superan fácilmente el 90% de las conocidas, pero sólo 19 de unos 45 cementerios ofrecen datos relativos al número de tumbas extraídas.

De estas, sólo 13 ofrecen conjuntos cerrados susceptibles de estudio fiable, lo que representa algo sumamente insignificante. Las nuevas necrópolis recientemente excavadas y las que se excaven en un futuro tienen que tratar de superar los planteamiento genéricos y uniformadores establecidos por la investigación para fijar los marcos cronológicos, la composición social a través de la diferenciación simplista de hombres y mujeres por la presencia en las tumbas de armas o adornos (los análisis antropológicos indican otras posibilidades) y el establecimiento de jerarquía y estatus, atendiendo prioritariamente a la presencia de armas. Es necesario el estudio individualizado de cada necrópolis para conocer sus características y dinámica interna, tratando de responder si ¿en todas las necrópolis celtibéricas se practica el mismo ritual, sin variantes?. ¿No existen diferencias en el ritual a lo largo de los seis siglos de cultura celtibérica?. ¿No se acusa en el ritual y composición de los ajuares los cambios a lo largo de la cultura celtibérica, algunos tan significativos como el desarrollo urbano?

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