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Con todo, quedaba en pie el argumento de que Saddam constituía un peligro para la paz del mundo. El filósofo francés Bernard-Henri Levy le declaraba a Nathan Gardels: "No me opongo a la guerra contra Saddam. Me opongo a esta guerra contra Saddam. A nadie le da pena Saddam. Es uno de los peores dirigentes del mundo; ha gaseado a su propia gente. Un verdadero intento de genocidio (...) La paz en el mundo está amenazada por Corea del Norte, Osama Bin Laden, los grupos yihadistas pakistaníes y las organizaciones terroristas financiadas por Arabia Saudí (...) En la actualidad, el Estado verdaderamente terrorista es Pakistán. Si los terroristas adquieren armas de destrucción masiva será en Pakistán, no en Irak, debido a los vínculos -reforzados tras la guerra de Afganistán- entre el ISI (servicios secretos pakistaníes) y Al-Qaeda. Ayer, Al Qaeda estaba en Afganistán, hoy está en Pakistán. Hoy su base está en Karachi. En el interior del servicio secreto, algunos quizás no lleven la barba islámica, pero sí tienen barba en su corazón. Incluso comparten con ellos la cultura del suicidio" (El País, 9-2-2003). Es decir, Saddam es un malvado, pero no el único; es un peligro, pero no el mayor. El cuarto paquete de argumentos se refiere a los derechos humanos. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de EE.UU., declaraba el 8-3-2003 en Munich: "El Presidente y Powell han hablado de derechos humanos. Yo también.

Cuando se ve lo que está pasando, es perfectamente legítimo hablar de ellos. Yo me quedo pasmado de que Europa esté tan desinteresada en la cuestión de los derechos humanos (...) Estoy sorprendido de que el mundo no se haya mostrado más preocupado por el terrible historial de violación de los derechos humanos en Irak" (El Mundo, 9-2-2003). Trece años antes, el 12-2-1990, John Kelly, subsecretario de Estado encargado del Oriente Medio, visitaba Bagdad y era cordialmente recibido por el presidente iraquí, al que manifestaba, según Pierre Salinger: "Representáis una fuerza de moderación en la región, por lo que los Estados Unidos desean ampliar sus relaciones con Irak". Recuérdese que para entonces había concluido la Guerra Irak-Irán y ya había tenido lugar la gran represión contra los chiíes y contra los kurdos. Cálculos de organizaciones humanitarias internacionales cifran la represión contra los kurdos, entre 1975 y 1990, en un millón de personas: víctimas de ataques químicos, asesinados por soldados o policías, deportados o refugiados en otros países. Pero ¿cuando ha sido sensible Washington ante un genocidio, salvo que tuviera algún interés concreto? Por cierto, en 1990, en vísperas de la invasión iraquí de Kuwait, 208 firmas extranjeras cooperaban con los programas militares iraquíes, entre ellos con los de su industria química. El país más implicado era Alemania, seguido por Estados Unidos y Gran Bretaña, con 18 empresas cada uno.

En resumen, cuando Saddam gaseaba iraníes y kurdos, para Washington ni era un genocida, ni constituía un peligro para la paz, ni vulneraba todo tipo de convenciones internacionales... "Representáis una fuerza de moderación en la región". En 1993, el presidente Ronald Reagan enviaba a Bagdad a Rumsfeld a gestionar la reapertura de relaciones diplomáticas, interrumpidas en 1967. Meses después, se acordaba ese restablecimiento, coincidiendo con el comienzo de las denuncias contra Irak por el empleo de armas químicas. ¿Cual era el objetivo de esa reapertura de relaciones diplomáticas?: vender al régimen iraquí todo tipo de materiales y armas, concederle un crédito de 500 millones de dólares y transmitirle informaciones secretas recopiladas por la CIA. Según Erik Laurent, "Hasta el final, hasta el ataque (contra Kuwait) del 2 de agosto, Saddam Hussein recibió valiosísimas indicaciones de los norteamericanos sobre el equilibrio de fuerzas en el seno del régimen saudí... y kuwaití".

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