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Mientras se debatía con escasa esperanza de la Hoja de Ruta que debiera solucionar el contencioso israelí-palestino, Tel Aviv preparaba la inauguración del primer tramo del muro que separa Israel de los Territorios Ocupados de Palestina. La construcción de esa muralla es, con ochenta años de retraso, la realización material de una vieja doctrina de la derecha sionista, cuya expresión más extrema sostiene que la paz con los palestinos será siempre imposible. Durante treinta años los primeros inmigrantes judíos a Palestina ignoraron o soslayaron el problema central de la propuesta del sionismo: la naturaleza de las relaciones entre la Yishuv (la comunidad hebrea de Palestina) y la población nativa, a la que de un modo u otro iban a desplazar. Algunos, como el mismo Theodor Herzl -padre del sionismo, autor de "Der judenstaat" -El Estado judío- imaginaron un mundo color de rosa en el que los palestinos no harían sino beneficiarse de la industrialización y del capital aportado por los judíos y, por tanto, venerarían a los recién llegados. No faltaron quienes pensaron que los problemas de convivencia irían resolviéndose solos por arte de birlibirloque o quienes creyeron que los palestinos eran los intrusos en la tierra bíblica y que, tarde o temprano, tendrían que emigrar a cualesquiera de los demás países árabes. Otros miraron con desprecio a la población local, a la que consideraban primitiva y atrasada y de la que sólo les interesaban sus propiedades agrícolas, para comprárselas, y la mano de obra barata que podían suministrar.

Tras la primera década de migraciones sionistas, en 1907, un maestro de escuela judío asentado en Palestina, Yitzhak Epstein, publicó un artículo en la revista Ha Shiloá llamando la atención sobre este problema que, para él, era "la cuestión secreta", el asunto que nadie en la Yishuv quería abordar. Fue el fundador de la derecha sionista, Vladimir Zeev Jabotinsky -que sentía hacia los árabes "una cortés indiferencia"- quien primero se atrevió a "tomar el toro por los cuernos" en un artículo titulado Sobre el Muro de Hierro (Nosotros y los árabes) que causó una profunda impresión entre los judíos de Palestina. Tras analizar la conducta de los palestinos hacia los judíos, Jabotinsky concluyó que "un acuerdo voluntario entre nosotros y los árabes de Palestina es inconcebible hoy y en un futuro predecible". La razón era que los palestinos veían a su país como su patria y deseaban seguir siendo sus únicos dueños. Burlándose de la actitud desdeñosa de muchos sionistas hacia los árabes, Jabotinsky les recordó que "no son una chusma sino un pueblo vivo. Y un pueblo vivo sólo claudicará en asuntos vitales cuando haya perdido toda esperanza de quitarse de encima a los invasores". Advertía que los árabes no eran tontos a los que se pudiera engañar con versiones dulcificadas de los verdaderos objetivos sionistas, ni una tribu mercenaria que abandonara sus derechos a cambio de ventajas económicas. Preveía que los palestinos se opondrían con toda energía al proyecto sionista de "convertir Palestina en la Tierra de Israel".

Tras rechazar otras soluciones posibles como corromper a los árabes no palestinos para que apoyasen la causa sionista, Jabotinsky planteaba un dilema: abandonar los esfuerzos de crear un hogar nacional para los judíos en Palestina "o continuar con ellos sin prestar atención al humor de los nativos". Naturalmente, se inclinaba por la segunda opción, para lo cual "el establecimiento en Palestina debe hacerse bajo la protección de una fuerza (militar) que no dependa de la población local, detrás de un muro de hierro que ellos (los palestinos) sean incapaces de quebrar". Razonaba, finalmente, que mientras se tratara de dos fuerzas más o menos equilibradas no había posibilidad de acuerdo pacífico. Sólo cuando el muro de hierro y su efecto defensivo y disuasorio les convenciera de que era inútil resistirse, los árabes estarían dispuestos a ceder y firmar acuerdos pacíficos con los judíos. El muro de hierro era, por supuesto, una expresión metafórica para Jabotinsky, una imagen del poder militar que tenía que desarrollar la comunidad sionista -él había creado la Legión judía, que combatió en la Gran Guerra- para impedir la resistencia nativa. El sionismo moderado criticó ácidamente aquella descarnada propuesta, tildándola de inmoral. Jabotinsky, en un segundo artículo, les exhortó a que se pusieran de acuerdo previamente sobre si el sionismo y sus planes eran un fenómeno negativo o positivo desde el punto de vista moral. Si se trataba de un movimiento apoyado en la justicia, triunfaría "sin que importe el consentimiento o el rechazo de los otros".

Contra estos planteamiento fascistas se creó, en 1925, Brit Shalom, (Alianza de Paz), organización minoritaria que representaba la mejor tradición humanista judía. Proponían un acuerdo con los palestinos para crear un Estado binacional, puesto que parecía imposible marcar en el territorio de Palestina un área para los judíos sin desposeer al mismo tiempo a los árabes. Brit Shalom ponía la moralidad por encima de todo y advertía que por el camino que iba "el sionismo se deteriorará hasta convertirse en un chovinismo absurdo". Acusado de naïf y de poco realista, el movimiento Brit Shalom sólo tuvo una importancia testimonial, aunque como movimiento de opinión todavía hoy subsiste. Vladimir Zeev Jabotinsky (1880-1940) había nacido en Odessa, Rusia, y de muy joven participó en la organización de los primeros grupos de defensa de la comunidad judía contra los pogromos del zarismo. Cuando estalló la Gran Guerra, su formación militar le permitió contribuir a la fundación de la Legión judía, que combatió junto a los británicos contra el Imperio Otomano.

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