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Hasta después de la crisis y guerra de Suez, Washington no había tenido intervenciones políticas sustantivas, salvo su decisivo apoyo a la partición de Palestina y a la caída del iraní Mossadeqh. Entre los árabes buscó amigos, proporcionó armas, dinero y poco más. En la crisis del Canal, el presidente Eisenhower fue contrario a la intervención anglo-francesa y forzó su retirada (1956). Sin embargo, en enero de 1957, formuló la doctrina que lleva su nombre: "Estados Unidos ayudará a todo país que se sienta en peligro a causa de la amenaza comunista" y obtuvo del Congreso la aprobación para utilizar la fuerza en el Próximo Oriente contra cualquier país dominado "por el comunismo internacional". Aquella herramienta no fue utilizada contra el comunismo, sino contra el nacionalismo árabe. En 1958, tras el pronunciamiento de Kassem en Irak, Eisenhower envió 14.000 marines a Líbano para salvar la presidencia de Camille Chamoun, acosado por las demandas musulmanas de un reparto democrático del poder. Hussein de Jordania sintió tambalearse su corona cuando supo que su pariente, Feisal II, había sido ejecutado. Para estabilizar su trono, llegaron a Jordania fuerzas británicas, con apoyo logístico y aéreo norteamericano. Pero la escalada de la implicación estadounidense en la política regional tiene dos momentos estelares: primero, la Guerra de los Seis Días (junio 1967), tras la que el mundo árabe casi en pleno rompió sus relaciones diplomáticas con Washington y se echó en brazos de la URSS.

Estados Unidos, aparte de otras consideraciones, contó con Israel como primer aliado regional y dotó a la aviación judía de aparatos que permitían una penetración profunda en el mundo árabe. En la Guerra del Yom Kippur (1973), USA y URSS suministraron una impresionante cantidad de material bélico a israelíes y árabes. Tras ese conflicto, la URSS perdió la batalla de la influencia política en el mundo árabe, del que se iría retrayendo paulatinamente hasta su final; por el contrario, EE UU afianzó sus posiciones en Egipto y Jordania. El segundo momento fue la Guerra del Golfo (1990-91). Inicialmente, tuvo un condicionamiento económico-político: impedir que Saddam controlara una parte sustancial del mercado y de las reservas de petróleo y amenazara al resto de los productores de la región. Esa intervención subió de nivel con la presencia militar de Washington, que decidió el control estratégico y político de la zona. El terrorismo integrista wahabí, con su terrible actuación el 11 de septiembre de 2001, mostró lo insuficiente de aquella implantación para sus propósitos hegemónicos. Eso condujo a la crisis actual, que en su capítulo militar ha concluido. A la hora de su solución política, lo que cabe desear es que no se repitan los disparates que han condicionado la terrible historia de los ochenta últimos años.

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