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Guerras Israel

Desarrollo


Tras aquella guerra victoriosa y políticamente aún sin resolver, Israel se vio implicada en un sinfín de conflictos: la guerra de desgaste del Canal de Suez (1969/70), la del Yom Kippur (1973), la guerra terrorista desplegada por los palestinos y respondida por Israel con el "terrorismo de Estado", que no es otra cosa que la represalia multiplicada por cien (1967/1988); la invasión de Líbano (1982); la Intifada (1987/91), con rebrotes en 1996 y, sobre todo, en septiembre de 2000. Ese clima de violencia sin fin convertía a Israel en un Estado resistente, cuya finalidad única parecía mantenerse encastillado en unas fronteras desaprobadas internacionalmente y combatidas por los perjudicados, en la esperanza de que el mundo se olvidase y los palestinos desaparecieran. Interiormente, la sociedad israelí vivía bajo perpetua amenaza; sus jóvenes padecían un servicio militar de tres años, con posteriores períodos de instrucción y servicio y la expectativa de un nuevo estallido que les llevara a la línea de fuego peinando canas. Económicamente era inviable, con gastos militares que consumían un tercio del presupuesto nacional y sólo el río de las ayudas norteamericanas mantenía el tinglado en pie. Todo ello hizo que el Gobierno laborista de Yitzhak Rabin y Simon Peres se planteara resolver el problema, cuyo gran paso inicial fueron las negociaciones secretas de Oslo, en 1993, que parecieron cristalizar en los acuerdos de la Rosaleda de la Casa Blanca (13-9-1993).

Desde entonces la negociación ha producido algunos frutos: la existencia de una Autoridad Provisional Palestina y el autogobierno de una serie de fragmentos de los territorios ocupados. No se ha avanzado más. Rabin fue asesinado precisamente por su política negociadora; el Gobierno del Likud (derecha) presidido por Benjamín Netanyahu (1996-99) se las arregló para alargar la negociación e incumplir los plazos acordados en Oslo y Washington; el Gobierno laborista (centro-izquierda) de Ehud Barak (1999-2000) quiso ver hasta donde se estiraba la cuerda negociadora: lograr el acuerdo, sí, pero restituyendo lo mínimo posible que los palestinos fueran capaces de aceptar. En esas estaban cuando Ariel Sharon, el halcón del Likud, que ahora encabeza el Gobierno de Israel, subió a la Explanada de las Mezquitas, en abierto gesto provocador, y desencadenó la Intifada que se llevó por delante las negociaciones y al propio gobierno laborista. El cambio de primer ministro no varía, sin embargo, ni la composición de la Knesset (Parlamento) de Israel -tan fragmentada que cualquier acuerdo resultará muy difícil-, ni la general idea israelí de conseguir la paz por la paz, es decir sin devolver nada o lo menos posible. Con Sharon cambiará, sin embargo, la táctica negociadora: más palo y menos zanahoria. A las pedradas de la Intifada replican los israelíes con tiros a la barriga; a los disparos con armas ligeras, con fuego de cañón, tanques y helicópteros. Al terrorismo palestino, con asesinatos selectivos de dirigentes de la OLP perpetrados por los servicios secretos o unidades especiales y con cierres de las zonas palestinas, deprimidas hasta una escandalosa depauperación.

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