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I Guerra Mundial

Desarrollo


Al llegar el otoño, la iniciativa militar seguía en manos aliadas, pero sus ofensivas no habían logrado éxitos decisivos, pues los alemanes seguían en territorio francés, belga y luxemburgués. Sin embargo, sus ataques desintegraron internamente Alemania: la retaguardia ya no encajaba los retrocesos, ni las sobrecogedoras cifras de bajas, ni los inmensos sacrificios que llevaba cuatro años haciendo. Aquellos reveses, más los éxitos italianos en el Piave contra los austriacos, los anglo-árabes contra los turcos en el Próximo Oriente, los greco-británicos contra los búlgaros, llevarían al colapso a los imperios Centrales: el 30 de septiembre capitulaba Bulgaria; un mes más tarde, Turquía y Austria. Para entonces, tratando de frenar la descomposición interna, el Káiser había nombrado un Gobierno parlamentario de concentración, presidido por el príncipe Max de Baden y constituido por liberales, católicos y socialistas. El nuevo gabinete solicitó el armisticio, sobre la base de los 14 puntos de Wilson. Eso era inaceptable para París y Londres, que observaban el organizado retroceso alemán y si, por un lado, temían que simplemente trataran de ganar tiempo, por otro, en plena marcha triunfal, rechazaban unas bases de paz tan generosas como las propugnadas por el presidente norteamericano. Por tanto, prosiguieron las operaciones militares, mientras la descomposición interna de Alemania se convertía en desbandada.

La flota se amotinaba en Kiel, Bremen y Lübeck y rechazaba las órdenes de hacerse a la mar (3 de noviembre de 1918); Baviera y Berlín se proclamaban repúblicas socialistas (7 y 9 de noviembre). Ante aquel cataclismo, que se estaba contagiando rápidamente al ejército, el gabinete de Max de Baden no tuvo otro remedio que solicitar el armisticio, medida facilitada por la abdicación de Guillermo II y su partida hacia el exilio (9 de noviembre). Los militaristas germanos comenzaron a justificar la derrota desde aquel mismo instante. Justo entonces se acuñó una frase que haría fortuna: "La puñalada por la espalda"; según esto, el II Reich no había sido derrotado por los aliados en los campos de batalla, sino en la retaguardia, carcomida por socialdemócratas, comunistas y judíos... La idea complacía a los belicistas y nacionalistas y, sobre todo, al Ejército, que de esa forma salvaba sus responsabilidades en la derrota. Y, además, contó con la aquiescencia involuntaria de los vencedores, que aceptaron en la firma del armisticio de Rethondes, del 8 al 11 de noviembre de 1918, a una delegación civil, presidida por el diputado centrista Matthias Erzberger y acompañada por dos militares de segundo rango. El militarismo prusiano salvaba la cara. En Rethondes -y como anticipo de lo que pedirían después- los vencedores exigieron el inmediato cumplimiento de nueve puntos que comprendían el repliegue alemán de todos los territorios ocupados en Francia; el abandono de los territorios ocupados en la orilla izquierda del Rin; la retirada de las zonas ocupadas durante la guerra en el Este europeo; el paso libre para los aliados desde el Báltico a Polonia a través de la ciudad de Danzig y acceso al río Vístula; la devolución de los prisioneros de guerra; el mantenimiento del bloqueo económico; el desmantelamiento de la flota alemana; la entrega de 5.000 cañones, 25.000 ametralladoras, 1.700 aviones, 5.000 camiones, 5.000 locomotoras y 150.000 vagones de ferrocarril... Asumidas tales exigencias, a mediodía del 11 de noviembre, el Ejército alemán emitió su último parte militar: "Como consecuencia de la firma del armisticio, a partir del medio día de hoy quedan suspendidas las hostilidades en todos los frentes". Tras 51 meses de lucha, la Gran Guerra había terminado.

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