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Desarrollo


En 1776, hace 225 años, el matemático, ingeniero y artillero ilustrado, Jean-Baptiste Vaquette de Gribeauval logró que se aprobara su reforma de la artillería francesa, quizás el momento histórico más importante de esta arma, que sería decisiva en las campañas de los ejércitos de la Revolución y de Napoleón Bonaparte. No por ser un viejo tópico deja de ser cierto que, de entre las Armas combatientes, las de Artillería e Ingenieros han contado casi siempre con los oficiales más inquietos y preparados intelectualmente, debido, sobre todo, a las exigencias que las leyes de la balística y la física imponían a la formación de un buen oficial de dichas armas. Aunque no sea necesariamente verdad que el cerebro que dirigía las unidades de caballería fuera el de los nobles brutos (especialmente, quizá, en las británicas de la primera mitad del s. XIX), lo cierto es que normalmente en las Armas técnicas es donde ya desde el siglo XVI encontramos personajes que destacan por su capacidad de razonamiento sistemático. Quizá el ejemplo que primero viene a la mente sea el de Vauban, el genio de las fortificaciones, pero hay otros muchos. Desde que a principios del siglo XVI la artillería de campaña ocupara un lugar importante en los ejércitos, tres problemas seguían vigentes. En primer lugar, la falta de estandarización de calibres, tubos y montajes había creado una selva inextricable de piezas con diferentes denominaciones, capacidades y municiones, que suponían una pesadilla logística.

Buena prueba de todo ello son, por ejemplo, los 26 tipos de piezas citados en el tratado de Tartaglia de 1538. Las diferentes Ordenanzas que a lo largo de los siglos XVI a XVIII fueron publicando las diferentes potencias algo hicieron para aliviar este primer desorden, pero casi nada pudieron para remediar los otros dos. En efecto, el segundo problema era el tosco diseño de montajes, avantrenes y cureñas, armatostes macizos para aguantar las a menudo masivas piezas de campo, que podían superar las cuatro toneladas. Estos pesos y diseños hacían que la movilidad táctica y operacional de la artillería de campaña (por no hablar de la estratégica) fuera por lo general muy baja. En tercer lugar, los tiros de las piezas y los carros de munición estuvieron hasta alrededor de 1800 a cargo de civiles contratados, que naturalmente eran por lo general poco proclives a arriesgar sus vidas y las de sus bestias de tiro (équidos o bueyes), dejando a menudo abandonadas las piezas en el campo a la primera dificultad seria. En este contexto, el esfuerzo racionalizador de Jean Baptiste Vaquette de Gribeauval (1715-1789) es el ejemplo más conocido de cómo muchas mentes ilustradas de varios países europeos aplicaron sus ingenios a la labor de perfeccionar y hacer más mortíferos los efectos de las piezas de artillería. Este esfuerzo se inserta en todo el proceso cultural de la Ilustración. Napoleón, él mismo artillero, haría un uso terrible de estos avances.

Oficial de artillería desde 1735, Gribeauval tuvo amplia experiencia práctica de la guerra. En 1762 comenzó, desde su cargo de inspector general de la Artillería en Francia, una ambiciosa serie de reformas destinadas a resolver los problemas citados. Aunque sufrió la oposición de otras escuelas, acabó imponiendo su parecer en 1776. Las luchas, técnicas y cortesanas, entre los rojos (la facción reaccionaria de Valliére el Joven) y los azules de Gribeauval son una historia en sí misma que ha sido bien contada recientemente por Ken Alder. En primer lugar, Gribeauval dividió la Artillería francesa en cuatro categorías: de costa, de plaza, de asedio y de campaña. Su mayor aportación se centró en esta última, a través de una serie de medidas racionalizadoras que abarcan la estandarización de todo el conjunto del Arma, desde las cargas de munición hasta las herramientas para reparaciones. Redujo el número de cañones de campaña a sólo tres tipos: de 4, 8 y 12 libras (en esta época, los cañones se agrupaban no por su calibre, sino de acuerdo al peso de los proyectiles esféricos que disparaban). Los obuses, de tubo más corto, pensado para un tiro curvo, fueron también simplificados en dos modelos: 6 y 8 libras. En tercer lugar, Gribeauval redujo la longitud de las ánimas y el grosor de los tubos, ahorrando hasta la mitad de peso; aprovechó para ello las nuevas técnicas que permitían fundir los cañones como un bloque macizo en el que luego se vaciaba el ánima mediante una perforadora rotatoria (la máquina de Jean Maritz), frente al fundido en hueco anterior.

Aunque en teoría esta medida reducía la carga de pólvora que podía emplearse, y por tanto el alcance efectivo, Gribeauval consiguió en la práctica aumentarlo mediante el empleo de balas perfectamente esféricas, mejor acabadas y calibradas (antes había holguras de hasta un centímetro que reducían la eficacia de los gases propelentes). Asimismo, impuso el empleo de cargas de pólvora prefabricadas en cartuchos. Y sustituyó el sistema de cuñas por alzas de tornillo elevador en las cureñas, para apuntar con más precisión. Además, las cureñas se mejoraron, con gualderas (piezas laterales verticales) sustancialmente aligeradas. Aún así, el cañón de campaña francés de 12 libras pesaba, completo, unas dos toneladas. Las ruedas aumentaron, pues, su diámetro para un mejor comportamiento en terreno irregular y avantrenes se simplificaron y aligeraron. Gribeauval rediseñó, además, todos los vehículos indispensables en campaña (cureñas, avantrenes, armones, forjas de campaña, etc.) de acuerdo a un modelo básico, con sólo dos tamaños de ruedas intercambiables para todos y un rígido principio de intercambiabilidad de partes. El interior de los armones estaba compartimentado para los diferentes tipos de munición, junto con mechas, picos y palas, palancas, ruedas de repuesto, etcétera. Por fin, se alteraron también los tiros de caballos con nuevos sistemas de arneses que aumentaban el rendimiento incluso con menor número de animales por pieza, normalmente 6 caballos para una de a 8 libras.

Otros detalles menores agilizaban el servicio de los cañones, como el pequeño cofre instalado en la propia cureña, en el que cabían entre 9 y 18 cartuchos de bala para empleo inmediato. Así, en caso necesario, la pieza podía disparar sus primeras balas sin depender del armón de municiones. En resumen, si tres palabras resumen la eficacia del sistema Gribeauval, éstas son simplificación, integración y estandarización de todos los componentes de la batería y no sólo de las piezas. Como acertadamente escribió C. Duffy, los sistemas de artillería fueron una expresión característica de la Era de la Razón. Aunque Gribeauval es sin duda el más famoso de los artilleros del siglo XVIII, su trabajo es heredero de otros anteriores, como los del general Valliére, quien en 1732 había impulsado en Francia una reforma (a su vez, basada en la Ordenanza de 1715 de Felipe V de España) que prescribía piezas -muy pesadas- de 4 a 24 libras, y que no tocaba las cureñas, avantrenes y armones. Con todo, las influencias iban y venían, de modo que en 1783 España adoptó a su vez una nueva Ordenanza claramente influida por la de Gribeauval. Por otro lado, en Gran Bretaña se introdujo en 1792 un tipo de cureña mucho más sencillo, que empleaba un sólo y práctico mástil central macizo; dicho sistema sustituiría en España al Gribeauval en 1830. Por lo que se refiere al Tren de Artillería, sólo entre 1794 (Gran Bretaña) y 1800 (Francia) apareció un servicio militarizado, que en España no se introdujo hasta abril de 1813, ya hacia el final de la guerra contra Napoleón. De hecho, la dependencia de civiles contratados había sido la principal plaga de un Arma que durante la guerra había sido sin duda, y en conjunto, la más eficaz.

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