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Durante el desayuno celebrado en la granja de Le Caillou a las ocho de la mañana del domingo, 18 de junio de 1815, Napoleón le comentó a Soult, su jefe de Estado Mayor en la batalla: "Tus derrotas ante Wellington hacen que le consideres un gran general. Bien, te digo que yo le considero un mal general, que los ingleses son malos soldados, y que ce sera l'affaire d'un déjeuner". Lejos de expresar confianza, como por lo general se ha supuesto, el Emperador expresaba su irritación por un comentario que en boca de algunos de sus generales veteranos de la Península sonaba a derrotismo. Como dijo a su hermano José en 1809, era malo elogiar al enemigo, "hacerlo es menospreciarte; y en la guerra la moral lo es todo". Personalmente Napoleón no había luchado contra los británicos desde la batalla de Tolón, veintidós años antes, así que le preguntó al general Reille lo que pensaba de la capacidad militar inglesa, pero la respuesta que recibió -"considero su infantería inexpugnable"- era una inaceptable frase derrotista pronunciada la misma mañana en la que se iba a librar una gran batalla. Tampoco el comentario de Soult: "Sire, la infantería inglesa en combate cuerpo a cuerpo es el mismo diablo", fue bien acogido. A tanta distancia no podemos conocer el ambiente de la sala, los gestos o quizá los murmullos de aprobación otorgados por otros veteranos de la Península presentes, como Ney, Foy o D'Erlon.

En consecuencia, la respuesta de Napoleón, que le ha presentado ante la Historia como alguien absurdamente confiado en la mañana de Waterloo y temerariamente despreciando respecto a Wellington, parece perfectamente comprensible. Los generales franceses tenían razones suficientes para mostrarse nerviosos. Napoleón desatendía la petición de Soult que reclamaba la inmediata vuelta de la fuerza de Grouchy -situado a horas de camino, siguiendo a las fuerzas prusianas- y los que habían servido en la Península conocían la pericia de Wellington a la hora de elegir ventajosas posiciones defensivas desde el punto de vista topográfico. El 23 de septiembre de 1811, Foy había escrito en su diario: "Creo que la infantería británica en igualdad numérica y posicionada en un frente de batalla restringido es superior a la nuestra. Opinión que guardo para mí: es mejor que las tropas desprecien al enemigo tanto como lo odien". Aunque la infantería británica en Waterloo era inferior en número a la francesa, el frente sí que era limitado. Los veteranos de la Guerra Peninsular sabían exactamente a lo que se enfrentaban. Wellington, por su parte, siguió mostrándose confiado en el resultado final. Su amigo español, el agregado militar, general Álava, que se reunió con él temprano esa mañana, recuerda que pensó: "¿Cómo se sentirá teniendo a Napoleón enfrente?", pronto tuvo respuesta cuando Wellington tomó su catalejo y, barriendo el campo enemigo, le dijo: "Nuestro amigo no sabe la desconcertante paliza que se va a llevar antes de que acabe el día".

Con un magnifico aspecto, Wellington estaba listo para el combate. Después de la batalla comentó que "si hubiese tenido mi antigua infantería de la campaña española, habría atacado a Bonaparte de inmediato", lo que quizá no fuese literalmente cierto pero demostraba un estado mental extraordinariamente positivo, lógico desde que, poco antes del amanecer, tuviera noticias de que las fuerzas prusianas de Blücher caerían sobre el flanco derecho de Napoleón. Más tarde durante la batalla, Wellington se mostró encantado con la magnifica posición escogida y en años posteriores solía alabar las laderas de St. Jean, con sus dos granjas magníficamente situadas y fortificadas, como un lugar ideal para combatir.

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