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Desarrollo


A Napoleón le quedaba por superar un último obstáculo: la vieja fortaleza cruzada de San Juan de Acre (Akko), defendida por una guarnición turca, con apoyo de la flota británica. Iniciado el 18 de marzo, el asedio se prolongó durante 62 días, pese a lo deteriorado de las fortificaciones. Los defensores eran regularmente abastecidos de víveres y municiones por los buques británicos. En el campamento francés, por el contrario, pronto comenzaron las escaseces, mientras se extendía una epidemia de peste -contraída por los soldados en Jaffa- que se cobró numerosas vidas. Asustados por los progresos de la enfermedad y escasos de provisiones, los franceses cayeron en una creciente desmoralización. Por fin, el 21 de mayo, Bonaparte dio la orden de levantar el campamento. Siguió casi un mes de penosa marcha hacia el Sur, marcada por el calor y la sed, las bajas causadas por la peste y las partidas de merodeadores árabes. Finalmente, el 14 de junio, la columna, reducida en un tercio de sus efectivos, hizo su entrada en El Cairo. La aventura siria había costado a los franceses la pérdida de unas cinco mil vidas y de gran parte de las municiones que habían traído de Europa. Humillado ante la población egipcia y sin esperanzas de recibir suministros, Napoleón tuvo que pasar a la defensiva y renunciar a su sueño de llevar la guerra hasta la India. Pero los ingleses no le dieron mucho tiempo para meditar en sus desgracias. En julio desembarcaron en Alejandría un cuerpo de ejército con unos 18.

000 hombres. Napoleón les salió al paso y el 25 de julio les batió en la batalla que él quiso denominar de Abukir, quizá para disimular el desastre naval del año anterior. Era, sin embargo, una victoria pírrica: su ejército se desgastaba sin poder reponer sus pérdidas, mientras que los turcos podían levantar nuevos ejércitos con apoyo inglés y desembarcarlos cuando y donde quisieran, al amparo de la flota británica. Sabía, por lo tanto, que a la larga sería derrotado. En el interior del país, la tarea de revisión de los títulos de propiedad, encomendada al Diwan a fin de aumentar los ingresos fiscales, provocaba una resistencia enconada entre los agricultores, mientras mamelucos y turcos amenazaban las líneas de comunicación entre las guarniciones francesas. En Europa surgía amenazadora la Segunda Coalición, encabezada por Austria y Rusia, que traía el peligro de una nueva invasión de Francia. En Egipto ya nada podía hacer Bonaparte, pero en Francia le aguardaba el mando militar y un futuro político aún por decidir. Cansado de su aventura oriental, no quiso esperar más. A mediados de agosto nombró a Kléber comandante en jefe y le autorizó a capitular si no recibía refuerzos antes de mayo de 1800, o si la peste seguía causando bajas alarmantes entre los soldados. Luego, el día 23, zarpó en secreto hacia Francia a bordo de la fragata Muiron, en compañía de sus mejores generales. Burlando la vigilancia británica en el mar, el 9 de octubre, pisaron tierra francesa.

Justo un mes después, el 18 de Brumario del año VIII, Napoleón dio un golpe de Estado que puso fin al Directorio y le convirtió a él en Primer Cónsul, virtual dictador de Francia. En Egipto había quedado un ejército desmoralizado, carente de dinero y suministros, aislado de sus bases metropolitanas y rodeado de fuerzas hostiles. A finales de enero de 1800, el general Kléber consideró cumplido el plazo dado por Bonaparte para enviarle ayuda y solicitó al mando del ejército anglo-turco de Siria la firma de un armisticio, que se concluyó en El-Arish, el día 24. El acuerdo preveía la evacuación de las tropas a Francia, pero el Gobierno británico se negó a admitir las condiciones y Kléber rechazó la rendición que se le exigía. A lo largo de la primavera, la situación de las tropas francesas se volvió cada vez más precaria. La población de El Cairo se sublevó y expulsó a la guarnición. En el Sur, las incursiones de los mamelucos se hacían cada vez más audaces. Sin embargo, Kléber pudo derrotar el 20 de marzo en Heliópolis a un ejército otomano que intentaba reconquistar Egipto, y luego recuperó El Cairo, donde los franceses desataron una dura represión. Después de ello, los restos del cuerpo expedicionario se encerraron en Alejandría y en El Cairo, dispuestos a una última resistencia. A mediados de julio de 1800, Kléber fue asesinado por un sicario otomano. Le sucedió el general Menou -convertido al Islam y casado con una egipcia- quien intentó aplacar los ánimos de la población poniendo fin a las acciones represivas.

Menou pretendía convertir Egipto en un Estado nacional en el que, bajo el protectorado de la Francia revolucionaria, los notables locales administraran el país sin depender de turcos y de mamelucos. Pero el plan se antojaba quimérico, y bastante tenían a estas alturas sus tropas con defender sus asediadas posiciones. El 21 de marzo de 1801, un ejército británico, mandado por el general Abercrombie, desembarcó en Abukir, y derrotó a los franceses en aquella estrecha lengua de tierra. Sitiado en Alejandría, Manou tuvo que capitular el 30 de agosto. Pese a su fracaso militar, la expedición a Egipto produjo algunos resultados positivos. Entre los elementos mejor preparados de la población, la ocupación francesa y las reformas administrativas y políticas que introdujo supusieron una sacudida moral, que les movió a adoptar ideales nacionalistas y a rechazar el despótico gobierno de los mamelucos y del sultán otomano. Poco después, el albanés Mehemet Alí asumiría el cargo de pacha y colocaría a Egipto en vías de sacudirse la tutela turca y el dominio de la vieja clase feudal. Por otra parte, la actividad científica de los sabios franceses y de su Instituto de Egipto, proporcionaría a Occidente un enriquecedor encuentro con el milenario mundo egipcio, que marcaría el inicio de la Egiptología.

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