Una victoria pírrica

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Entre la primera y la segunda partes de la batalla de las Dunas, los neerlandeses perdieron unos 2.500 hombres y los hispanos, cerca de 3.000 -de ellos, menos de cien en la primera parte- 700 prisioneros, 120 banderas y toda la artillería. Un fracaso militar en toda regla al que no estaban acostumbrados los tercios en sus enfrentamientos campales. No obstante, el plan holandés fracasó porque Nieuport, reforzado con los 3.000 infantes y la artillería de Luis de Velasco, resistió los embates de Mauricio de Nassau y éste, con sus fuerzas, que tampoco lograron hacerse con Dunkerque, tuvo que reembarcarse y abandonar la "provincia obediente a España" de Flandes a fines de julio. El triunfo holandés de Las Dunas fue una victoria pírrica, pero Mauricio de Nassau confirmó que "si valía en los asedios, no menos valía en las batallas abiertas". Pero la lucha continuaba. En julio de 1601, Mauricio de Nassau se apoderó de la disputada ciudad de Rhinberg y, posteriormente, conquistó las plazas de Grave y de La Esclusa. Sin embargo, el liderazgo de los hermanos Federico y Ambrosio Spinola, al servicio de España -especialmente el de este último, quien en 1604, tras un celebérrimo asedio, ocupó el puerto de Ostende-, equilibró la balanza entre ambos bandos. Ambrosio Spínola y Mauricio de Nassau prosiguieron la contienda con fracasos y victorias. Sin embargo, en 1607, dado que el erario español no podía sufragar por más tiempo los gastos de la guerra y que holandeses y flamencos deseaban ardientemente la paz, se iniciaron negociaciones que concluyeron el 9 de abril de 1609, con la firma del acuerdo de la tregua por la que España, de hecho, reconocía la independencia de Holanda o las Provincias Unidas; cesaban las hostilidades por mar y tierra y cada uno de los contendientes conservaba las provincias y plazas que poseía.

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