Vestuario de las tropas de Carlos V y Felipe II

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Datos principales


Desarrollo


A pesar de que en 1503 se promulgaron unas extensas ordenanzas militares, que entre 1506 y 1516 Cisneros trató de organizar los ejércitos reales y que durante el reinado de Carlos V aparecieron algunas normativas sobre reclutamiento, en la primera mitad del siglo XVI no se tenían en cuentan el vestuario de las tropas ni sus divisas o insignias. Ciertamente, en las pinturas que representan la toma de Orán aparecen soldados vestidos con ropas de color blanco, rojo y amarillo, que eran los colores de Castilla, León y Aragón. Sin embargo, estos colores están combinados de forma completamente aleatoria, por lo que en estas pinturas sólo se puede hablar de uniformidad en cuanto a las armas, ya que las figuras están agrupadas en función del armamento que portan. No es hasta 1550 cuando se cita por primera vez la divisa o marca que permite reconocer a las tropas españolas: el Aspa o Cruz, de Borgoña, que aparecerá cosida, bordada o pintada en la ropa, las banderas y los escudos. Algunos años más tarde, en 1562, un capitán escribió una carta de quejas y peticiones solicitando autorización para que tanto él como sus hombres no llevaran ropajes negros. Según este capitán lo que distinguía al soldado eran los colores llamativos, y no el negro, habitual de la vestimenta civil. En realidad, la ropa negra no se utilizaba tanto, pues los tintes para conseguir este color eran muy caros. Las clases más pudientes eran las únicas que solían llevar ropas negras, las demás usaban vestimentas de colores crudos, es decir, sin tintar, siendo muy corrientes los diferentes tonos de marrón, característicos de la lana de las ovejas peninsulares.

Nos cuenta Quatrefages que a los reclutas de los Tercios se les entregaba una muda completa compuesta por dos camisas, un jubón de tela cruzada, una casaca forrada con paño de Frisia, dos calzas, unas medias y un par de zapatos. Estas prendas las proporcionaban los abastecimientos reales, manteniendo un modelo estándar que sólo variaba con el cambio de proveedor o con el paso del tiempo. A pesar de ello, los colores cambiaban constantemente entre las diferentes entregas e, incluso, dentro de una misma partida. Por lo demás, y aunque el suministro de vestuario se prolongaba a lo largo de todo el servicio del soldado, algunos veteranos adquirían ropas por su cuenta procurando que éstas rivalizaran en riqueza y vistosidad con las de otros. Así pues, en esta época no se puede hablar de uniformidad tal y como hoy la entendemos. Tanto el vestuario como las armas y el municionamiento- balas, pólvora, etc.- eran facilitados por el Ejército; sin embargo, los pagaba el interesado. Una muda completa costaba, según su calidad, entre ocho y quince escudos ¿era esto mucho dinero? Llegados a este punto convendría que hiciéramos algunos comentarios sobre el sueldo de los soldados. Al comienzo de la ocupación de los Países Bajos por parte de los Tercios el sueldo sin "ventajas" -complementos o premios- de una pica seca -piquero sin armadura- era un ducado y medio, el de un mosquetero seis ducados -aparte del escudo que recibía para costear la pólvora, las balas y las mechas- y el de un capitán cuarenta ducados.

Ciertamente, estos sueldos no eran muy altos, pero con las "ventajas" se podían doblar o triplicar, aunque lo que verdaderamente interesaba a los soldados era el botín que podían conseguir luchando en las campañas. Así pues, el "uniforme" de los Tercios estaba compuesto por una serie de prendas similares a las que usaban los civiles, si bien se diferenciaban de éstas por su colorido. Inmediatamente pasaremos a describirlas. Antes, sin embargo, debemos señalar que en muchas de ellas se apreciaba la influencia alemana del reinado de Carlos V, especialmente en la vestimenta de los soldados, quienes utilizaban jubones y greguescos amarillos con acuchillados en rojo. También se observaba cierta influencia alemana en las piezas de armadura y los cascos, sobre todo en las borgoñotas. La camisa, siempre blanca y generalmente con cuello y puños, no se abría del todo por delante. En su eje central disponía de una abertura de unos quince centímetros de largo que se extendía desde el cuello en dirección hacia el vientre. Esta abertura, por la que se introducía la cabeza, se cerraba con un cordón de la misma tela que el resto de la prenda. Sobre la camisa se llevaba el jubón, una prenda de tela o seda que para incrementar su rigidez, la posible protección que ofrecía y su capacidad de abrigo se forraba o estofaba con lana. Sus colores solían ser los mismos que los de las calzas o greguescos, siendo el verde, el marrón y el rojo los más habituales.

Disponía de ojales y botones. Los primeros, situados en la parte derecha, eran de hilo, iban superpuestos al borde del corte vertical y se extendían desde el cuello hasta la cintura con una separación entre sí de unos dos centímetros. En el lateral izquierdo estaban los botones, generalmente de madera o de metal, pero forrados del mismo color que el principal del jubón. La forma en "V" y ajustada del jubón recuerda a la de las corazas del siglo XV. La casaca se sobreponía al jubón, soliendo estar forrada con bayeta. Se llevaba ceñida al cuerpo, poseía faldones y podía tener o no mangas hasta la muñeca. Normalmente estaba confeccionada con paño de dos aldas, aunque también podían ser de seda. Sus colores más habituales eran el azul, rojo, morado, marrón o el verde. A veces se usaba una mezcla de varios. Las calzas, que al principio eran lisas, largas y flácidas llegando hasta la rodilla, se hicieron cada vez más cortas, hasta alcanzar el tamaño de un pantalón corto -timbales españoles-. Al tiempo, se acuchillaron, acabando por convertirse en los conocidos greguescos. A finales del siglo XVI volvieron a alargarse perdiendo en parte los acuchillados. Las medias eran similares a los actuales pantys, de colores muy variados. Los zapatos de cordobán o de dos suelas se fabricaban en Córdoba con la piel muy curtida de un macho cabrío o de una cabra. Las polainas eran un botín de paño que cubría desde el zapato hasta la rodilla y que podía ir abotonado o atado. Los sombreros solían ser de alas anchas y flexibles. La copa, en forma de chimenea, era muy baja y con cono hacia el interior. Eran de colores variados y estaban adornados con plumas. El lujo desmedido en el vestir no es un ropaje, pero sí la característica del soldado español vencedor en múltiples batallas.

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