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Desarrollo


Cuando alboreaba el siglo XVI, el mundo mediterráneo era codiciado por las potencias de la zona; por un lado, allí dirimían su hegemonía las civilizaciones de la Cristiandad y el Islam; por otro, también litigaban en ese área las distintas formaciones políticas dentro de cada bloque religioso y cultural: la pugna hispano-francesa en el cristiano y la lucha turco-mameluca en el musulmán. En este caldo de cultivo beligerante y fronterizo menudearon esforzadas empresas como la que protagonizó en Cefalonia Gonzalo Fernández de Córdoba, que estaba labrándose su leyenda de Gran Capitán. Este movimiento en el tablero de ajedrez de la política internacional lo efectuó Fernando el Católico, quien había pasado a dirigir los asuntos exteriores después de la "unión de Coronas" de Castilla y Aragón, con la doble intención de responder a los enemigos francés y turco. El monarca español estaba pergeñando un plan para deponer al rey de Nápoles, don Fadrique, y repartirse el territorio con Luis XII de Francia (rey desde 1498 a 1515). Respecto al sultán Bayaceto, tenía que mantener el pulso después de la conquista otomana de los enclaves venecianos de Corfú y Modón para frenar su ímpetu expansionista. De resultas, el Rey Católico había mandado aparejar una gruesa armada en Málaga, compuesta por sesenta naves, cuatro mil peones y seiscientos jinetes de desembarco y capitaneada por Gonzalo Fernández de Córdoba, con instrucciones secretas "para obrar según las circunstancias y los sucesos -como nos relata el cronista-, ya para poner el reino de Sicilia a cubierto de cualquier hostilidad por parte del francés, ya para mostrar que estaba pronto a auxiliar la república de Venecia contra los turcos".

Pertrechóse la escuadra para la ocasión y alistáronse los más prestigiosos militares para tan afamadas jornadas venideras: Gonzalo Pizarro, padre del futuro conquistador del Perú; Diego García de Paredes, cuyas demostraciones de fuerza y extraordinarias hazañas engrosarán el romancero; Pedro Navarro, el Roncalés, héroe en Berbería y tornadizo en Italia; Diego de Mendoza, hijo del Gran Cardenal de España, y otros personajes del mismo tenor. La expedición zarpó del puerto malacitano en mayo de 1500 y al echar el áncora en Mesina se le sumaron las naves venecianas al mando de Benito Pésaro. Llegado el momento de optar dentro de los objetivos de la estrategia fernandina, las órdenes reales se inclinaron por acudir al encuentro de los otomanos en el archipiélago de las Jónicas, porque se satisfacían las expectativas cruzadas de los príncipes cristianos con el Papa a la cabeza y sus proyectos de "Ligas Santas" y se daba ejemplo de fidelidad cristiana al bastardo don Fadrique de Nápoles, que había pedido auxilio a la Sublime Puerta ante su inminente destitución. Al no acudir a tiempo al socorro de Corfú y Modón, se escogió como destino recuperar el fuerte de San Jorge en la ciudad insular de Cefalonia, defendida por setecientos turcos, los más pertenecientes al cuerpo de jenízaros, bien armados y parapetados tras sólidos muros reforzados por su situación sobre una escarpada roca. La lucha fue sin cuartel, con numerosas bajas por ambos bandos, y en la victoria de los expedicionarios fue decisivo el empleo de la artillería y de los minadores cristianos. Por fin después de una cincuentena larga de jornadas de asedio los coaligados dieron el asalto general hasta rendir la plaza y restituirla de nuevo al pendón de San Marcos, que simbolizaba la soberanía veneciana. La fama castrense y el talante liberal del Gran Capitán, vencedor del Gran Turco, recorrieron toda la Cristiandad. Máxime cuando la Serenísima República de Venecia inscribió su nombre en el libro de oro de los nobles venecianos, obsequiándole con lujosos presentes -plata, sedas, caballos, etc.-, a los que renunció remitiéndole a Su Majestad "para que sus competidores, aunque fuesen más galanes, no pudiesen a lo menos ser más gentiles-hombres que él".

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