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Tanto en la poesía como en las novelas, en los libros escolares, en la interpretación de los mass media y en la imaginación colectiva, Medievo y castillo forman un binomio indisoluble. No es extraño, para una edad tan lejana y sugestiva como el Medievo, que exista una total separación entre las creencias más comunes y la práctica de la investigación histórica. Por el contrario, en lo que se refiere a los castillos, sentimiento popular e investigación especializada están muy próximos. La Edad Media es la época de los castillos. Sin embargo, es fundamental hacer una serie de aclaraciones. Las fortalezas todavía imponentes, o las ruinosas fortificaciones que salpican el paisaje de numerosas regiones europeas y españolas, en particular, pertenecen mayoritariamente a la fase final de la plurisecular historia del castillo. Eran instrumentos de control y defensa, construidos por los Estados de la Baja Edad Media en las fronteras o regiones neurálgicas, también eran las residencias estables, o más corrientemente estacionales, de las familias nobles. Pero a lo largo del Medievo, el castillo tuvo connotaciones muy diferentes y su herencia actual es algo mucho más importante que va más allá de ser simples fortificaciones pintorescas. Sólo en los últimos veinte años, los historiadores han alcanzado plena conciencia de esta realidad y se han multiplicado las investigaciones, los levantamientos topográficos, las excavaciones arqueológicas y los estudios de conjunto.

El debate sobre los castillos es, por tanto, uno de los más actuales e intensos de la historiografía europea medieval. Pero cabe preguntarnos el porqué de este interés y de la importancia de estas construcciones. Tomemos como ejemplo a una región italiana, el Lacio, y vayamos atrás en el tiempo hasta la época de la definitiva fragmentación del Imperio carolingio, es decir, a los últimos decenios del siglo que se había iniciado con la coronación de Carlomagno, en la Navidad de año 800. La elección del Lacio como ejemplo no es casual, puesto que ha sido objeto de un monumental estudio, de más de 1.500 páginas, publicado en 1973 por el historiador francés Pierre Toubert. Esta investigación se ha encargado de aportar luz al papel primordial que jugaron los castillos en el contexto histórico medieval. En el centro del Lacio (que, entendido como tal, no existió como región hasta la reorganización administrativa posterior a la unidad de Italia) está Roma, una ciudad que en época carolingia se hallaba en decadencia en los aspectos edilicio, económico y demográfico, si se compara con la época imperial, pero que muy probablemente todavía era la más grande realidad urbana de Occidente; esparcido por la región existía un gran número de pequeños núcleos de población, mayoritariamente de origen prerromano, que en su mayoría han sobrevivido hasta nuestros días. Entre los centros urbanos falta sólo Viterbo, que a partir del siglo XIII sería la segunda ciudad del Lacio, después de Roma. Su ausencia no es una casualidad: Viterbo nació como castillo, y no existían castillos en el Lacio de la época carolingia.

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