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"Tan recia fue la herida que cayó de la silla; /tanto hincole la lanza, por medio, en la tetilla /que fuera, por la espalda, asomó la cuchilla". Los versos del Poema de Fernán González narran una de las brutales facetas de la guerra medieval: el efecto de una lanzada. No era más liviano el golpe de una espada manejada por un brazo diestro y poderoso: "Diole con la espada en medio del cervical, / le bizo dos rebanadas partidas por igual", aseguran las estrofas del Libro de Alejandro. En aquellos vertiginosos enfrentamientos se mezclaban los golpes, los alaridos de los heridos, el relincho de los caballos, los toques de las trompetas, el sonido de los atabales, el silbido de las flechas, las maldiciones, órdenes y avisos, el pulular desenfrenado de los que se perseguían y acuchillaban, los chillidos de pánico o atención, las acometidas de todos contra todos, el chorrear de la sangre que embarraba la tierra, los cadáveres pisoteados por todos, los heridos rematados en el suelo... En medio de aquella espantosa confusión y algarabía, un guerrero armaba el brazo y lanzaba "al aire un venablo que le había quedado, /lo asestó entre los dientes y lo dejó tirado, / en plena boca dio, de aquel parlero osado" o, más frecuentemente, mientras un guerrero se medía con su enemigo, le alcanzaba una flecha sin que pudiera hacer nada para evitarla, sin que llegara ni siquiera a verla: "Le llegó una saeta -que sea maldecida- /que antes de verla estaba en su constado hendida (.

.) /tanta sangre salió del boquete horadado / que incluso un caballo se hubiese desangrado". Estos versos, entresacados de las dos obras mencionadas, reflejan con mucha mayor fidelidad y crudeza que el cine la realidad de la guerra medieval. Durante buena parte del siglo XX, el cine creó un estereotipo caballeresco, honorable, casi elegante de la guerra medieval, a la que redujo a poco más que justas, torneos y enfrentamientos singulares. Hay que reconocer que algunas películas, filmadas a partir de los años ochenta del pasado siglo, mostraron cierto realismo en las confrontaciones, pero son las menos. La realidad de la guerra medieval fue muy distinta, tan cruel, mortífera y sórdida como la actual, o aún peor. Las batallas eran terriblemente sangrientas y los vencidos terminaban esclavizados, cuando no asesinados, para ejemplo y escarmiento. Esto se conocía. Lo aseveraba la Historia y lo reflejaban poemas, cantares y crónicas, a veces con un realismo estremecedor. Para que no quedase sólo en literatura, la arqueología colaboró con la investigación de las grandes fosas comunes que quedaron de algunas batallas medievales; en España han aparecido cosas, aunque en general no demasiado expresivas por la destrucción que presentan los restos después de tantos siglos. Pero fueron reveladoras las grandes fosas comunes halladas en Wisby, donde los suecos vencieron a los daneses en el siglo XIV, pues los restos humanos se habían conservado muy bien gracias a la naturaleza del terreno. Todo ello, Historia, Arqueología y Literatura, han contribuido a elaborar el siguiente mosaico sobre la guerra medieval, vista desde la particular óptica de un médico.

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