El comercio

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Japón

Desarrollo


La base de la expansión comercial en la segunda mitad del siglo XVI fue, sin duda, la exportación de plata, que desde los años cuarenta se extraerá de forma masiva, sobre todo de las minas de Ikuno y de la isla de Sado. Ello no sólo posibilitará que la economía nipona pase del trueque a la monetarización, sino que convertirá al Japón en una potencia comercial, con la exportación del metal precioso necesitado por el resto del Continente asiático a cambio de productos de lujo -sedas, lacas, especias, perfumes y libros-. El comercio japonés mantenía un activo tráfico de especias con Annam y Siam, mientras que las relaciones mercantiles con China se llevaban por medio de una atrevida piratería, que provocó la prohibición de los Ming a sus marineros de todo contacto con el Imperio del Sol Naciente desde finales del siglo XV. El resultado fue la organización de un contrabando que, sin embargo, no era capaz de cubrir las necesidades japonesas ni las chinas. Hideyoshi, involucrado directamente en el comercio desde su castillo de Osaka, uno de los principales centros comerciales japoneses, se dedicó a encauzar y fomentar las relaciones comerciales con el exterior. Una vez hecho con el control del puerto de Nagasaki en 1587, negoció con China la posibilidad de abrir de nuevo vías legales, sustitutivas de la piratería, no llegando a ningún resultado. En 1543 se había producido el encuentro con el comercio portugués, cuando tres marinos lusitanos arribaron a las costas de Kyushu, arrojados por el furor de una tormenta.

Desde entonces, sus armas de fuego fueron objeto del deseo de los daimyos y propiciaron unas relaciones de intercambio facilitadas por el repliegue comercial chino. La importancia creciente de las actividades mercantiles llevó al poder a apoyarlas y protegerlas. En primer lugar, aparecieron corporaciones a las que el shogún había concedido el monopolio del comercio de ciertos artículos de lujo o de interés particular, como el oro, la plata, la seda, el cobre o el aceite vegetal, y después se formaron de hecho, y fueron aceptadas por el poder político, otras de carácter privado. A fines del siglo XVII ya existían las Diez Corporaciones de Comercio de Edo y las Veinticuatro Corporaciones de Osaka. Los Tokugawa mantuvieron a los comerciantes fuera del acceso libre al comercio exterior, que quedaba bajo control del shogún, así como la producción de las minas y, por tanto, la acuñación de moneda. Los daimyos copiaron el modelo utilizado por el shogún para sus circunscripciones y utilizaron corporaciones comerciales para la venta en régimen de monopolio de sus propios productos, para lo que abrieron factorías en las ciudades. Así, controlaban fácilmente el precio de los artículos que se vendían en sus territorios y además imponían los precios de sus productos en las ciudades. La mejora en el nivel de vida ocurrida en el Seiscientos, y las mayores posibilidades de consumo eran evidentes en todas las clases sociales.

Y no sólo en las aldeas, sino entre los artesanos y comerciantes, surgieron sectores que asimilaron la forma de vida de los daimyos y samurais, con el acceso a la cultura y al disfrute de bienes de consumo de lujo, que tanto persiguieron los Tokugawa con sus leyes suntuarias. Aunque el artesanado se beneficiase de este general aumento del consumo, fueron los comerciantes quienes lo hacen más claramente. La obligación de los señores de residir en la corte de Edo una parte del año les obligaba a desdoblar los gastos, en el campo y en la ciudad, con el consiguiente recurso al mercader para el avituallamiento en la capital, donde el deseo de ostentación aumentaba el consumo de objetos suntuarios. Así, los mercaderes se manifestaron imprescindibles para mantener el nuevo régimen de vida cortesano, y eran ellos quienes comercializaban los productos de los campos de los daimyos, les adelantaban dinero y les vendían los artículos necesarios para la subsistencia y para el mantenimiento de un tipo de vida acorde con su posición. No sólo aumentó de esta manera el número de mercaderes, sino su potencia económica, con el consiguiente ascenso social.

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