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Desarrollo


Existen pocos términos tan resbaladizos como el de "clasicismo". En primer lugar, porque resulta muy ambiguo definir a qué momento de la historia cultural europea se refiere. En efecto, existió un primer momento clásico, el de la civilización grecorromana, pero ni siquiera entonces se podía diferenciar entre el modelo original (Grecia de los siglos V-IV a.C.) y las aspiraciones de emulación que aquél provocó en Roma escasos siglos después. Esa aparente continuidad en el paradigma clásico fue canonizada a partir de entonces, por ejemplo en pueblos invasores de la Alta Edad Media como los ostrogodos, los merovingios o los francos; la culminación política y social de estos últimos, el Imperio de Carlomagno (siglo IX) reivindicaría de nuevo su intrínseco clasicismo. Es más, incluso en estilos que tradicionalmente han sido considerados opuestos a los ideales clásicos, como el románico o el gótico, se pueden rastrear señales de lo contrario. De manera que lo clásico había llegado a ser una fuerza (cultural y artística) latente que, bajo determinadas circunstancias, afloraba a la superficie con vigor. Para evitar confusiones, este clasicismo debe ser escrito con minúsculas, para distinguirlo del Clasicismo, que se entiende como un estilo característico de diversos periodos de la cultura occidental. En este segundo sentido, podríamos mencionar los ejemplos de Grecia, Roma, el Imperio de Carlomagno, el Renacimiento o un cierto Barroco italiano (el boloñés, desde los Carracci hasta Guido Reni) y francés (Poussin, Vouet, Le Brun).

En arte, el clasicismo ofreció unas señas de identidad bastante claras, lo que constituyó en gran medida la razón de su éxito. Orden, proporción, simetría... búsqueda de la perfección, en definitiva, en una actitud que también sustentó algunas oleadas de neoclasicismos, como el que tendría lugar en Francia e Inglaterra a mediados del siglo XVIII (Diderot, David; Flaxman, los hermanos Adam) o el que, ya en pleno siglo XX, alumbraría el fenómeno del "retorno al orden". Entonces, y como prueba de la vigencia eterna de lo clásico, algunos de quienes habían sido feroces vanguardistas giraron la cabeza y soñaron con recuperar la armonía formal del arte del pasado. Picasso, Severini o Derain fueron algunos de ellos. Y, sin embargo, en esta extensa genealogía el Renacimiento sigue ocupando un lugar de preferencia en nuestra imaginación, fascinada ante la sola mención de nombres como Leonardo da Vinci, Rafael o Miguel Ángel. Existen diversas causas para este sentimiento compartido y que precisan un comentario más detallado. Así pues, aunque el Cinquecento (siglo XVI) da por terminada la fase del Quattrocento (siglo XV), lo cierto es que el clasicismo había resurgido ya a finales de ese siglo y su germen se podía encontrar en la Florencia de Lorenzo el Magnífico gracias al acuerdo tácito al que habían llegado filósofos, literatos o poetas y que también alcanzaba a las artes figurativas.

En éstas se va a conseguir la máxima integración entre la forma clásica y los temas mitológicos y literarios de la Antigüedad, como había demostrado la obra de Botticelli, por ejemplo. El iniciador de esta tendencia en pintura fue Leonardo da Vinci quien, partiendo de una vasta investigación sobre la naturaleza y el hombre, llevaba el clasicismo a sus últimas consecuencias. Su idea estética del cuadro era única y concentraba todo lo general de la naturaleza y del ser humano, como demostró en La Gioconda. Otros protagonistas de ese primer clasicismo fueron Rafael y Miguel Ángel, quienes coinciden con Da Vinci en Florencia durante algunos años. Existe además otra variante del clasicismo en Venecia, que comprende a Giorgione, influido por Leonardo y a la primera etapa de Tiziano. Del mismo modo, el clasicismo convivió bajo el terrorífico gobierno de Girolamo Savonarola (1494-1498), prior del convento de San Marcos de Florencia. Si bien al principio, la familia de los Médicis se había dedicado a construir una ciudad idílica haciendo partícipe a todas las artes, poco a poco la riqueza se concentró en las manos de los más ricos; el prior de San Marcos realizó una labor moralizante contra esta situación, labor que perduró y que afectó, por supuesto, al desarrollo de las artes. Rebasado por los acontecimientos, Savonarola terminó siendo considerado como un hereje.

Tras ser excomulgado, condenado y quemado en la hoguera, la ciudad de Florencia perdía su status de privilegio respecto al resto de Italia. Para entonces y fuera de esa ciudad, Piero della Francesca había llegado a un equilibrio y pureza totales en Urbino, o Andrea Mantegna, en el Norte de Italia, había reconstruido la Antigüedad con gran veracidad, pero sería Roma, ya a comienzos de siglo XVI, la que se alzara sobre el resto de las regiones. Su desarrollo, tanto económico como político, afectó por entero a los Estados Pontificios, convertidos en fuerza de primer orden y encargados de los problemas de toda la Cristiandad, lo que conllevaba la toma de importantes decisiones. El lema de la "renovatio" (renovación, en latín) de la capital del Cristianismo alcanza la mayor expresión artística en las Estancias Vaticanas. Roma se convierte así en el principal valedor del desarrollo clasicista, cuyos principios teóricos se encuentran en la Antigüedad y en su arte en tanto en cuanto modelo a seguir fielmente. En torno a la Corte pontificia, primero con Julio II y después con León X, se reúnen artistas de diversos lugares que apoyan los ideales del Papado y comienzan a estudiar los restos de la civilización grecorromana, llegando a crear un nuevo arte, solemne y monumental. Junto al apoyo de papas y cardenales, la ciudad de Roma contará con otros promotores del arte: banqueros, aristocracia, nobleza... quienes proyectarán todos esos ideales en el plano de la realidad.

La grandiosa perfección alcanzada en los últimos años del siglo XV bajo la corriente humanista, y su particular definición de un mundo en orden, culmina en el arte de Rafael y Miguel Ángel. A diferencia de las múltiples alternativas que había ofrecido el Quattrocento (cuando se intentaba obtener la unión de todos los caracteres individuales del modelo), ahora se exalta la naturaleza humana común indagando en formas severas y monumentales donde la solidez prima ante todo. Por otro lado, aparece un nuevo modo de expresar los sentimientos donde domina el concepto de la mesura. El dolor, el amor, la ternura, etcétera. deben mostrarse con un nuevo decoro en las figuras que, en ocasiones, se ha denominado "calma clásica". Por ejemplo, en la Piedad del Vaticano de Miguel Ángel la Virgen no posee ningún rasgo de dolor y se presenta en toda su majestad; de la misma manera, cuando aparece con el Niño en sus brazos no debe apretarle en exceso. Surge así todo un nuevo lenguaje de gestos, movimientos, acciones... e incluso de temas, porque ya no interesa lo anecdótico o idílico sino lo eterno y distinguido. En este mismo sentido, desaparece la descripción de todos los elementos decorativos del Quattrocento (joyas, muebles, vestidos o alfombras) para dar paso a los conceptos de severidad y elegancia que demanda la clase aristocrática, lo que provocará una ruptura entre el gusto popular y el noble. Se concibe un mundo bajo apelativos nuevos de belleza, equilibrio, orden y solemnidad.

Respecto a la belleza ahora se centra en el cuerpo -siguiendo modelos clásicos se prefieren bustos redondos, caderas anchas y rostros serenos- y en su movimiento, dominado por un ritmo lento, pausado y sencillo. Pero también debe proporcionar un estado espiritual de tranquilidad, de ahí la importancia de la belleza armoniosa y de la simetría. La cabeza, por ejemplo, se divide proporcionalmente desde la línea de la nariz. El modelo humanista o antropocéntrico del mundo antiguo será una de las bases estéticas a seguir. Tanto en arquitectura como en escultura y pintura el estudio del hombre y su relación con la naturaleza comienzan a tener un carácter científico. Leonardo, por ejemplo, no sólo realiza estudios de la naturaleza o de anatomía sino que también se encarga de proyectos ingenieriles. Por su parte, el artista encontrará otros medios para el aprendizaje. Frente al estudio con maestros determinados aparece una enseñanza teórica que determinará la aparición de las academias de arte en el siglo XVII. Pero si el arte del Cinquecento significó el triunfo del Renacimiento también supuso la llegada de una crisis que desembocaría en un nuevo estilo, el Manierismo. De hecho, si hemos de fechar el periodo clasicista tan sólo se cuentan escasas décadas, de finales del siglo XV a las primeras décadas del siglo XVI, periodo que comprende también la muerte de sus protagonistas: Bramante (1514), Leonardo (1519) y Rafael (1520). Del mismo modo, los mecenas del clasicismo tampoco vivieron demasiado; Julio II ocupó el pontificado sólo entre 1503 y 1513, al que sucederá León X, quien gobernará hasta 1524. Tres años más tarde tendría lugar el Sacco de Roma y con esa ruptura traumática daría inicio una nueva etapa.

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