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Datos principales


Desarrollo


Roma fue ocupada por las tropas napoleónicas en 1798. El papa marchó al exilio y en la ciudad se instauró la República. El pontífice regresó dos años después y aceptó todos los compromisos que le plantearon los republicanos. Pero la República Romana apenas duró diez años ya que, de nuevo, las tropas francesas entraron en Roma para desmantelar la antigua administración. Pero en 1809 el poder temporal del papa era abolido y el santo padre regresaba al exilio. Pío VII recuperaba el Estado de la Iglesia en mayo de 1814, restableciendo sus antiguas fronteras gracias al Congreso de Viena. Los aires revolucionarios que recorren Europa entre 1830 y 1848 también llegarán a Italia, especialmente a Roma. Mazzini será el promotor de las ideas nacionalistas, favorecidas por las ideas liberales que el papa Pío IX estaba implantando en los Estados Pontificios. En febrero de 1849 se proclama la República Romana. El santo padre no duda en solicitar la ayuda francesa, cuyas tropas ocupan la ciudad y reinstauran a Pío IX en julio de 1849. La reacción absolutista alcanzó todas las regiones y reinos de la península italiana, pero los deseos de independencia y unidad no son apagados tan fácilmente. Los italianos empezaron a comprender que no podrían llegar a la unificación política de Italia sin librarse primero de la dominación austriaca, y que esta liberación sería imposible sin la ayuda de alguna potencia extranjera.

El nuevo reino de Italia surgirá gracias a las intervenciones de Francia y Prusia, pero tras la paz de Viena -octubre de 1866- en la que se consigue Venecia, sigue quedando el territorio de los Estados Pontificios en manos del papa y bajo protección francesa. La cuestión de la capitalidad, en cualquier caso, no desaparecería del horizonte político y continuó preocupando a los italianos, ya que todos eran conscientes que no se llegaría a ningún cambio sustancial de la situación sin el acuerdo de las potencias y, muy especialmente, de la Francia de Napoleón III, que tenía que aplacar las críticas que le dirigían los católicos franceses por una política contraria a los intereses del Papa. Una intentona de Garibaldi ("Roma, o morte"), a finales de agosto de 1862, tuvo que ser abortada por las tropas italianas en Aspromonte. La Convención franco-italiana de septiembre de 1864 sólo sirvió para que los italianos trasladasen la capital a Florencia, después de haber ofrecido garantías de que los Estados Pontificios serían respetados, pero la cuestión seguía abierta. La indefinición en cuanto a la retirada de la guarnición francesa en Roma era una permanente demostración de la necesidad de contar con el beneplácito de las grandes potencias. Las dificultades financieras del nuevo Estado italiano y la crisis social en las provincias del sur obligaron a retrasar la búsqueda de una solución a la cuestión romana, en espera de que la situación internacional volviera a brindar una ocasión favorable.

Una vez más, Garibaldi, con el apoyo encubierto del rey Víctor Manuel, intentó resolver el problema por la vía de la acción directa y amenazó a Roma a finales de octubre de 1867, pero fue derrotado en Mentana el 3 de noviembre por las tropas francesas. Los franceses se instalaron en Civitá Vecchia y las relaciones con el Estado italiano entraron en una fase de gran tirantez. Ya en plena crisis franco-prusiana, al rechazar una oferta de una alianza militar con Italia a cambio de la retirada de las tropas estacionadas junto a Roma, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Gramont, llegó a decir: "Cuando Francia defiende su honor en el Rin, no lo va a perder en el Tíber". Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron. La guerra franco-prusiana estalló en julio de 1870, lo que obligó a la retirada de la guarnición francesa en Civitá Vecchia. Aunque Víctor Manuel II se inclinó inicialmente por ponerse al lado de Francia, esperando obtener Roma como fruto de una victoria francesa, sus ministros consiguieron aplazar esta decisión y la noticia de la derrota francesa dejó a los italianos las manos libres para apoderarse de Roma. El 20 de septiembre las tropas italianas hicieron su entrada por la Puerta Pía, en donde sólo encontraron una resistencia simbólica de las tropas papales, que tuvieron 19 bajas. Las de las tropas italianas fueron 49. Un plebiscito celebrado en octubre se decantó casi abrumadoramente favorable a la anexión.

Víctor Manuel, que había intentado antes de la invasión conseguir del Papa una renuncia voluntaria a sus derechos como soberano temporal, no fue a Roma hasta diciembre de ese mismo año, y el Parlamento votó en mayo de 1871 una ley de garantías que pretendía regular las relaciones con el Papado. Pío IX la rechazó y abandonó el palacio del Quirinal para refugiarse en el Vaticano, donde se consideró prisionero. A primeros de agosto de 1871 Roma fue declarada capital del Reino de Italia. De acuerdo con las propias palabras de Víctor Manuel al Parlamento italiano, la obra a la que había dedicado su vida estaba cumplida. Massimo d'Azeglio, sin embargo, había advertido al propio rey: "Señor, hemos hecho Italia; ahora debemos hacer italianos". Los problemas del nuevo Estado, desde luego, no eran pocos. El principal era encontrar una solución a las difíciles relaciones con el Papado, fortalecido tras el Concilio Vaticano I. Este conflicto entre el Papado y el Estado de Italia se resolverá con los Acuerdos de Letrán firmados en 1929 entre Mussolini y el papa Pío XI. Por estos acuerdos se regulan las relaciones entre la Santa Sede y el Estado italiano y se crea la Ciudad del Vaticano, un "pañuelito de tierra" -en palabras del propio pontífice- necesario para garantizar la independencia y la libertad de la Sede Apostólica. El gobierno fascista de Mussolini abandonaba Roma el 8 de septiembre de 1943, el día del armisticio. La ciudad se vería en esos momentos atrapada entre su estatuto de ciudad abierta y la ocupación de las tropas nazis. La actividad clandestina fue en aumento hasta convertirse en uno de los centros directivos del Comité de Liberación Nacional. Roma era liberada por los aliados el 4 de junio de 1944. Desde ese momento, la capital de Italia es una de las ciudades internacionalmente más populares, albergando las sedes centrales de muchas empresas multinacionales y agencias, como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) o el Consejo para la Alimentación Mundial y el Programa Mundial de Alimentación (PMA).

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