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África

Desarrollo


El Islam subsahariano tiene en su haber también impresionantes manifestaciones artísticas. Aunque apenas sabemos nada -salvo a través de referencias literarias- de la actividad artística en el remoto reino de Gana (siglos VIII-XII), sí podemos, en cambio, extasiarnos ante las obras de los imperios de Malí (siglos XIII-XVI) y de Songhai (siglos XIV-XVI), que le sucedieron en el Sudán occidental, y que colocaron las bases de toda una cultura creativa que hasta hoy pervive centrada en la ciudad santa de Tombuctú. Portadores de esta cultura son fundamentalmente los peul (o fulani, o fulbe, o como se quiera llamar localmente a estos pueblos ganaderos islamizados que viven en movimiento constante). Cubiertos de ricas telas, adornados con armas y con brillantes joyas de diseño abstracto -como lo exige su religión-, constituyeron antaño una rica sociedad guerrera, de la que hoy sólo pervive un patético recuerdo. Pero aún, de cuando en cuando, reaparecen sus caballos enjaezados, vestidos como para un torneo medieval: casi nos parece posible, al verlos, revivir mentalmente aquella épica oral riquísima, que nos emociona en el Decamerón negro de Leo Frobenius. Quizá no esté de más reproducir unas líneas de su introducción: "El caballero andante sale al campo. Va armado con todas sus armas. Le sigue su diali, bardo o cantor que conoce a fondo el Pui, la epopeya de las grandes hazañas realizadas por los antepasados.

El diali lleva colgado del hombro su rabel, con el que acompaña la recitación épica. El diali ambiciona presenciar los hechos heroicos de su joven señor y añadir un cantar nuevo a los famosos cantares del Pui... Caminando por la estepa, llega el caballero acaso ante los altos muros de una corte principesca..." A la grupa de sus caballos, este Islam del desierto ha barrido el arte figurativo de las tribus dominadas y convertidas a su credo; pero, a cambio, nos ha legado un capítulo de la arquitectura africana, y acaso el más impresionante de toda ella: nos referimos al conjunto de las llamadas mezquitas del Níger. Pocas conservan restos verdaderamente antiguos, y casi todas han sido profundamente restauradas, y hasta reconstruidas por completo, en los siglos XIX y XX, pero lo cierto es que, a lo largo de generaciones, su aspecto no ha evolucionado: la fastuosa mezquita de Djenné, la de Mopti, las de Agadez o las de Tombuctú, nos asombran por sus muros reforzados con salientes y pesados torreones, por sus típicos minaretes en talud erizados de palos, por su aspecto de fortalezas coronadas de almenas, por sus formas curvas y blandas, tan en consonancia con el barro del que están hechas. Todo en esta arquitectura nos sugiere una síntesis perfecta entre lo "artificial" de la obra humana y lo "natural" de unas siluetas que recuerdan los montes y las dunas del desierto; y no es causal, en cierto sentido, que algunos de estos edificios -entre los que destacaríamos la pequeña mezquita de Dougouba- muestren los más directos paralelismos con las creaciones de Gaudí.

Obviamente, los arquitectos islamizados que diseñaron estas obras no partían de la nada: sus técnicas, y buena parte de su repertorio de formas, proceden de la construcción tradicional en tierras sudanesas, que ellos asumieron, adaptaron y monumentalizaron. Mucho más discutible, en cambio, es el alcance de los influjos en sentido inverso, es decir, la pretendida deuda que habría podido contraer el arte figurativo animista frente a la oleada islámica. Hay quien la ha afirmado y resaltado, viendo en la espiritualidad musulmana el origen de las formas esbeltas y de las caras concentradas, llenas de profunda vida interior, que caracterizan las esculturas de estas regiones. No es necesario: la hierática monumentalidad, casi egipcia, de las tallas en madera, o la abstracción conceptual a la que tienden las máscaras parecen más bien el reflejo del árido paisaje, cuya falta de límites fomenta el ascetismo y la meditación. Posiblemente, los hausa habrían compuesto, aun sin convertirse al Islam, sus rigurosos aforismos morales: "Muchacho, te aconsejo que seas observador: deja que se escape el mundo, rehúsa abrirte a él... Este mundo, bien lo sabéis, es un mercado: todos vienen y van, lo mismo ciudadanos que extranjeros... El tonto dirá: "Este mundo es una virginal doncella"; el sabio conoce que este mundo es viejo" (Trad. de R. Martínez Fure).

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