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África

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El reino o imperio de Minen Mutapa -Monomatapa- surgiría como realidad hislórica a raíz de los primeros contactos portugueses con el África oriental. Sin irrupción en la historiografía es en cierto modo similar a la que paralelamente habrán de conocer -merced a logógrafos y cronistas castellanos, tras la conquista y colonización de América- ámbitos tan inaferrables o fantásticos como pueden ser Zibola -el reino de las Siete Ciudades-, el reino de las Amazonas o El Dorado... En realidad, y antes de la llegada al África oriental de los portugueses, apenas puede hablarse de la existencia de documentos escritos, que testifiquen su presencia. Ello supone admitir graves errores conceptuales que, sin embargo, pasan más o menos inadvertidos cuando se habla de reinos o Estados como Mali, Ghana o Etiopía. Esto ocurre porque quizá sea un abuso integrar en la historia tanto el África ecuatorial como la oriental o austral en fechas anteriores al siglo XVI, cuando aún se vivía allí en la Edad de Hierro, y aún dos siglos antes vivían en un Paleolítico los bosquimanos. Incluso si se nos apura, la economía depredadora de los pigmeos de la selva ecuatorial no difería de la de los austhralanthropos pliopleistocénicos, cuyos cráneos van siendo conocidos en los últimos lustros. Sin embargo, ya entonces, gentes bantuparlantes de distinta etnia habían empezado su expansión hacia el sur, poco después quizá de que la intentaran a su vez kmitas -kushitas- y etíopes, quizá, emparentados con los egipcios predinásticos, ocupando la región de las montañas y los lagos.

Con tales emigraciones, muy posiblemente se transcendería desde organizaciones sociopolíticas primarias y se difundiría la metalurgia. De esta forma, en Kwango los reyes fueron herreros y algo parecido se dio en toda la cuenca del Congo, donde los herreros fueron ya dueños y señores, cimentando con su autoridad al sur y al oeste los primeros esbozos de reinos-Estados. Tales pudieron ser los orígenes del Kitwata o Kítara, el más antiguo Estado conocido del ámbito, surgido muy posiblemente de una dominación de pastores sobre agricultores. Más al sur, entre las cuencas del Zambeze y del Limpopo, en el retropaís de Sofala, también pudo darse una organización política que asumiera las cacerías de elefantes, el transporte del marfil obtenido, el control de la explotación de los placeres y vetas auríferas... En fin, el gobierno más o menos organizado de un inmenso territorio que cubren la actual República de Zimbawe y el Mapungine, en el que hoy los arqueólogos han desvelado centenares de ruinas, que a veces nos hacen pensar en una manifestación cultural pareja a la que conoció a finales de la Edad del Bronce, con la llamada civilización de los castros el noroeste de la Península Ibérica. Los vestigios son innumerables: minas de oro, cobre e hierro de explotación antigua; cultivos aterrazados que abarcan sierras, obras hidráulicas, varios caminos, imponentes mojones, menhires y megalitos, necrópolis, fortalezas, pozos excavados en la roca, etc.

Henos ante una civilización o un grupo de civilizaciones ágrafas de las que sólo sabemos que pudieron tardar siglos en cristalizar, y cuya definición pese a conocidos estudios como los llevados a cabo por Mever, Caton Thompson, Summers y últimamente W. Mallows, presentan grandes lagunas y enigmas, aún cuando puedan situarse sus orígenes en el siglo XI y vinculados en origen con más o menos certeza a pueblos como los karanga y kalanga, hoy absorbidos dentro del gran grupo de los shona y los ndebele -bantuparlantes-, sin descartar el papel que pudieron jugar en la cristalización del ámbito las gentes de Mapungubwe -nombres de una región entre Rhodesia-Zimbabwe y Sudáfrica-, que muy posiblemente fueron los legatarios de ese reino de Mwen Mutapa -Monomatapa para los portugueses-, es decir, del señor de las minas que los lusitanos conocerán ya en decadencia, tras un esplendor que habría de situarse entre los siglos XIV y XV. El ocaso llega con la penetración de los shona, a cuya etnia muy posiblemente perteneció el legendario rey, del que habrán de tener noticias los lusitanos, al tocar Mozambique, y al que el cronista portugués Duarte Barbosa (1517) se imaginó viviendo confortablemente ya en una gran ciudad llamada Zimbaoche, ya Benametapa. "Allí -escribe- tiene el rey su residencia más estable, en un edificio muy grande, y desde allí, los mercaderes llevan el oro del país a Sofala y lo dan sin pesar a los moros por telas de colores y abalorios, que son muy estimados entre ellos".

Entre Zimbabwe en el sudeste de la hoy república africana homónima -que anteriormente fue la británica Rhodesia, así llamada por su colonizador, el aventurero Cecil Rhodes- y el antiguo puerto de Sofala, hay unos 400 kilómetros a vuelo de pájaro y bastantes más a pie. No es, sin embargo, muy posible que tras un mes de camino hombres belicosos y mercaderes pudieran llegar ya a una, ya a otra, viajando en uno u otro sentido. Hoy, del Gran Zimbabwe, objeto de infinidad de trabajos y de especulaciones por parte de los arqueólogos y estudiosos del pasado africano, no sabemos mucho más de lo que otro cronista portugués de la época, Damián de Goes, registró: "En medio de este país hay una fortaleza construida con grandes y pesadas piedras por dentro y por fuera... Un edificio muy curioso y bien construido y conforme a lo que refieren no se le puede ver mortero alguno que una las piedras... En otros distritos de la mencionada llanura hay otras fortalezas construidas de igual modo, en todas las cuales tiene el rey capitanes. El rey de Benametapa vive con gran pompa y es servido de rodillas con gran reverencia". El ya citado Barros, que asimismo escribía por entonces, y una de las fuentes más antiguas con que contamos, hablará incluso de un muro de más de veinticinco palmos de anchura. La identificación de este complejo que citan los portugueses, al que quizá no llegaron jamás, con el Gran Zimbabwe, localizado por los arqueólogos, es obvia.

Sin embargo, los mismos cronistas portugueses nos suministran una curiosa observación: "Los nativos del país llaman a todos estos edificios "Symbaoe", que según su lengua significa "corte" y dicen que, siendo propiedad real, todas las otras viviendas del rey tienen este nombre". Actualmente sabemos bastante de Zimbabwe, pero no demasiado. Menos aún del papel que jugaron muchas de las construcciones localizadas en el país de las minas. Las investigaciones de los últimos años han permitido asignar a tales construcciones, si no un destino templario o ritual, si un papel más bien sombrío referido particularmente a un comercio esclavista a gran escala, como corrales de esclavos. Estas nuevas concepciones han hecho desmoronarse fabulaciones contemporáneas, como incluso aquellas que situaban en el país las minas del rey Salomón de la conseja bíblica. Actualmente y al intentar historiar el inaferrable reino, sólo cabe afirmarse que en el mismo, junto a un posible desarrollo agrícola y ganadero, existió una organización social jerarquizada que mantuvo relaciones comerciales con el litoral. Una de las fuentes de ingresos para sus soberanos pudo ser la cría y venta de esclavos, como si de animales domésticos se tratase. Estos, junto con el marfil y el oro, eran bien vendidos en las plazas del litoral. Poco antes de llegar los portugueses al lugar, el monarca -mwene- Nzatsimba, también llamado Mutopa, establecería el centro de su clan -los rozwi- en el Gran Zimbabwe, como cabeza de una monarquía hereditaria -la del Mwene-Mutapa-, Monomatapa, para los portugueses.

Su hijo, Matope, amplió el reino, creando un Imperio entre las cuencas del Zambeze y Limpopo, quizás hasta el lago Makarikari al oeste, confiando a sus parientes el gobierno provincial. Este reino, cuya capital sitúa el primer explorador lusitano, Antonio Fernández, en un lugar que denominó Camanhaia, se encuentra en absoluta disolución, cuando llegan los portugueses, época que coincide con el separatismo del sur bajo Changamire, mambo -jefe- de los rozwtogwa, que fundará al sur otro reino independiente rival de Monomatapa, y que reducido a una franja en la cuenca del Zambeze, terminaría cayendo en el área de influencia portuguesa. Los diversos asentamientos de inmigrantes que va conociendo la isla de Madagascar se producen sin enfrentamiento de las poblaciones hasta prácticamente mediados del siglo XVI. Los recién llegados se instalaron sin conflicto alguno inicial con los tampontany, es decir, los dueños originarios del país, aunque acabarán por disputarles el dominio de las más fértiles tierras. Parte de la población es empujada al país Sakalava, mientras que otros grupos -Antehirokas- permanecían en las tierras altas. Con el tiempo, sucesivos matrimonios permitirán a nuevos pobladores merina y betsiles que se considerasen legatarios de antiguos jefes e incluso estructuras en segundo reinos y principados según las anteriores fórmulas políticas. No obstante, con el tiempo habrá de llegar también la influencia islámica, particularmente al sur y oeste de la isla.

Por otra parte, ya desde el siglo XII, la isla se presenta integrada en singladuras comerciales procedentes del oriente africano. No era difícil llegar desde el archipiélago de las Comores, estableciéndose así puertos comerciales -Musamudu, Uari, Domoni, Nosilangani, Mahilaka, Sada en el noroeste malgache-. El auge de estos puestos se presenta vinculado al que conocen otros del África oriental por la misma época cuyo mantenimiento asumían diversos comerciantes árabes. Con la prosperidad económica, florece una rica burguesía que vive en casas parecidas a las de Kilwa. Las Comores se convierten en un enclave musulmán y la autoridad de los sultanes de Kilwa se extenderá hasta la isla de Ngazidya, de la que los shirazi acabarán siendo desplazados por los sunnitas de Malindi. El auge islámico se refleja en la construcción de mezquitas. La hibridación de elementos árabes con otros autóctonos dará origen a una burguesía de comerciantes -los antalaotses- que adopta un dialecto swahili -zandj-, lleno de modismos malgaches, y un modo de vida árabe. La vertiente oriental de la isla será perfectamente ocupada por gentes islamizadas, como parecen demostrarlo las lápidas funerarias halladas en Vohemar y otros lugares. Ya en el siglo XIII y desde las Comores, se habían instalado en el valle de Matitanana diversos grupos islamizados, cuyas tradiciones escritas se perpetuarán durante siglos y de los que surgirán dos grupos: los nobles anteonis, que dan lugar a dinastías reales, y los antalaotra, una casta sacerdotal.

Ambos pueblos, al asentarse en el interior, darán germen a pequeños reinos más o menos importantes. Entre tanto, al occidente de la isla, diversos pueblos de origen continental como los makoay, entre los que perduran elementos culturales sakalaba y bara, configuraron otros principados y reinos. Comercio y agricultura constituyen las principales actividades económicas y rurales, a la vez que la pesca, mediante utilización de piraguas con balancín y catamaranes. Se cultiva el arroz siguiendo técnicas indonesias y, a su vez, el ñame y la domesticación del cebú, siguiendo modelos africanos. De todo ello surgirá un sincretismo cultural que llegará incluso a expresarse en la religión, con un dios principal y divinidades inferiores o genios, imponiéndose así una religión animista, que llega a convivir con el Islam y, posteriormente, con el cristianismo.

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