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África

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África es el único continente del planeta en el que aparecen fósiles que, a manera de eslabones, han permitido hablar de orígenes humanos a partir de un primate ancestral. Los más antiguos restos, a datar hace unos cuatro millones de años, se han encontrado en África oriental, en la depresión de los Mars (Etiopía), y también en Kenya y en África austral. Estos descubrimientos permiten hoy hablar de un phylum genético que a finales de la Era Terciaria diferencia a Australopithecus / Australantropos, a los que, junto con el llamado Homo habilis, hay que considerar quizá los primeros homínidos que conoció África, en la transición del Pleistoceno al Plioceno. A estos primeros homínidos se viene atribuyendo desde hace medio siglo la fabricación de los primeros útiles en hueso y piedra que darán lugar, por un lado, a la llamada industria osteodontoquerática y, por otro, a la Pebble Culture, en un continente de paisaje un tanto distinto al de ahora, si tenemos en cuenta que por entonces la llamada línea del Ecuador y desde la etapa geológica del Villafranquiense, tendía a situarse en su actual ubicación como consecuencia de la traslación que a su vez conocían los polos, fenómeno éste que propició distintos períodos glaciares e interglaciares, así como interestadiales en el continente euroasiático y América del Norte, y en África, los llamados períodos pluviales e interpluviales. Fenómenos geológicos y climáticos que darán lugar asimismo a diversas transgresiones marinas cuyo estudio en el litoral norteafricano ha permitido el ambiente y paisaje que conoció el Viejo Mundo en los momentos de la emergencia de la Humanidad, cuya cuna actualmente se sitúa en el África oriental a partir de un primate progresivo más o menos emparentado con diversos Australopithecus y que, por una convención de la comunidad académica, hoy se conoce bajo el nombre de Homo habilis, del que conocemos un esqueleto femenino casi completo, bautizado Lucy, descubierto el 30 de noviembre de 1974 en Hadar (Etiopía) por el antropólogo norteamericano Donald C.

Johanson. Se le considera antecesor de otro primate al que los primeros paleontólogos bautizaron con el significativo nombre de Pithecanthropus, tras conocer sus primeros vestigios -antes que en Kenya- en Indonesia y China. Es el que hoy se denomina, simplemente, Homo erectus, hallado en Koobi Fora (Kenya), atribuyéndose al mismo el progreso técnico que supone el que mediante la proyección de particulares estereotipos mentales pudiera transformar la tosca industria de los guijarros trabajados -Pebble Culture- en otra de bifaces líticos que permite hablar ya de horizonte del Acheulense, dado que sus primeros documentos se encontraron hace ya algo más de un siglo en Saint Acheul, Amiens, Francia, atribuyéndose al entonces casi inaferrable hombre antediluviano. Hoy sabemos que el Homo erectus vivió hace unos 800.000 años en diversas regiones africanas. Localizado en Ternifine, Argelia, por el paleontólogo C. Arambourg, fue conocido durante algún tiempo bajo el nombre de Atlanthropus mauritanicus, viviendo asimismo en Marruecos (Sidi Abderraman, Tebara, etcétera). En realidad, fue un Homo erectus como los que se manifestaron en Europa durante el interglaciar Mindel-Riss (Torralba en Soria y Atapuerca en Burgos, España; Swanscombe en Gran Bretaña; Mauer en Heidelberg, Alemania; Vesterzöllös en Hungría, etc.). Al Homo erectus sucede asimismo en el Viejo Mundo el llamado Hombre de Neanderthal o del valle de Neander (Düsseldorf, Alemania), descubierto en 1859 y que lograría mayor celebridad que otro espécimen similar localizado y estudiado once años atrás (1848), en el peñón de Gibraltar por el teniente Flint.

A este homínido progresivo se le considera ya sapiens (Homo sapiens neanderthalensis). Al igual que el Homo erectus, pudo surgir en el continente africano y desde éste expandirse por todo el Viejo Mundo convirtiéndose en el homínido dominante durante todo el Pleistoceno Medio. Se ha registrado su presencia en numerosos yacimientos africanos, tales como Haua Fetah (Libia), Yebel Irhoud y Tánger (Marruecos), Broken Hill, Zambia, Saldanha (República Sudafricana), etc. Su presencia se asocia con la aparición de una facies industrial (lítica) particular, conocida desde antiguo como musteriense, tras conocerse sus primeros productos en la cueva de Le Moustier, Dordogne (Francia, 1865), industria que tendrá amplia manifestación en el norte y sur del Sahara con variantes. El Homo sapiens sapiens fossilis, quizá nuestro más directo antepasado, se presenta en África al final de un período pluvial (Gambliense), posiblemente a la vez que en Europa se impone una tercera Edad de Piedra (Paleolítico Superior) con útiles característicos. A la larga terminará imponiéndose al hombre de Neanderthal que le precedió. Al igual que en tipos humanos anteriores, es ocioso, hoy por hoy, hablar de la existencia de razas, aun cuando se establezcan diferencias más o menos sutiles. Así, por ejemplo, entre el llamado hombre de Grimaldi -al que se le atribuye un carácter negroide- y hombre de Cro-Magnon, así llamado tras el desvelamiento del primer espécimen del tipo en el lugar así denominado de Les Eyzies, Dordogne (Francia), y que presenta singulares afinidades con otros esqueletos encontrados en África del Norte, concretamente en Afalu-Rummel, Metchael-Arbi o en el archipiélago canario, poblado tardíamente.

Este tipo difiere un tanto de otros localizados en Singa, Elmenteita, Asselar, Boskop y otros parajes africanos, por lo que cabe pensar en una paulatina adaptación climática que preludia su diferenciación en distintas razas y etnias a sucederse hasta el mismo umbral de la Historia. Es obvio que las distintas humanidades que van sucediéndose en el Viejo Mundo y en consecuencia en el continente africano, son los artífices de las distintas tecno-culturas que conoce la llamada Edad de la Piedra Tallada o Era paleolítica que se presenta en el transcurso de todo el Cuaternario / Pleistoceno, hasta su clausura con la aparición, coincidiendo con el Post-Pleistoceno / Holoceno, del llamado Mesolítico -período de transición en el que domina el microlitismo- y la imposición de la que hoy conocemos como Edad de la Piedra Nueva -piedra pulida-. Esta es más conocida como Era Neolítica, en la que se pasa de una economía de depredación a otra de producción, tras el conocimiento y difusión de diversas invenciones en Anatolia y Asia Anterior tales como el agrocultivo, la ganadería, así como logros técnicos que configuran la vida tribal antes del conocimiento del metal y otros bienes culturales que habrán de caracterizar la llamada Protohistoria, antesala de la Historia. El carácter sintético de las presentes páginas sólo nos permite fijar unos hitos que suponen la enumeración sucesiva de las distintas facies culturales por las que atravesó el continente africano en la Edad de Piedra, con logros que quizá puedan considerarse vestigios más o menos espectrales de las más antiguas tradiciones culturales africanas.

Se suceden así la ya citada Pebble Culture, a remontar a cerca de los tres millones de años con documentos líticos de la más antigua cultura conocida. Ubicada en el Pleistoceno Inferior, esta cultura de guijarros viene asociándose indistintamente, ya a ciertos australopitécidos, ya el primer Homo habilis, que vivían de una economía depredatoria, practicada en bandas, diversificada entre la caza y recolección y asimismo en la práctica carroñera -aprovechamiento dietético de cadáveres- y restos proteínicos dejados por fieras, etc. Como utensilio polivalente será utilizado el guijarro preparado, Pebble de los tratadistas anglosajones o Galet amenagée de los franceses. La industria de los guijarros seguirá vigente, aunque en menor escala, en las humanidades sucesoras de los habilinos, por lo que muy bien pueden encontrarse guijarros tallados en todo el Viejo Mundo desde la Península Ibérica a China, sin saber de su real artífice. Bastante posterior es la llamada cultura de los bifaces, cuya presencia en África inicia la denominada Old Stone Age, que supone ya una conquista técnica sobre la Pebble Culture por parte del Homo erectus, que impondrá su presencia en el continente desde el Pleistoceno Medio hasta los inicios del Pleistoceno Superior. El útil arquetípico lo constituye el bifaz lítico de contextura almendrada, tallado sobre una piedra muy dura (sílex, cuarcita, gres compacto), por ambas caras, constituyendo un útil polivalente trinchante que lo mismo se usará como arma defensiva u ofensiva que para cortar / tajar / desbastar madera y hueso o sajar tejidos orgánicos.

Derivados o coetáneos al bifaz emergen otros artefactos líticos: hacheraux, picos, puntas, etc. Los primeros bifaces logrados a partir de un núcleo y dotados de un filo sinuoso, corresponden a un horizonte industria que en Europa se denomina Abbevillense o Chelense escasamente representado en África. El virtuosismo logrado en la técnica artefactual da lugar a los llamados bifaces amigdaloides cuyo uso en cambio se extiende por todo el continente africano, donde llegan a proliferar auténticas canteras de extracción -como los llamados campos de bifaces- de Mauritania, del Mali saharaui y nigeriano, de Kenya-Tanzania, etcétera. El hombre ha conquistado ya plenamente el uso del fuego quizá legado de los habilinos de Olduvai y domina la gran caza. Asimismo sabe talar arbustos y confeccionar cabañas y paravientos. Desplazándose a través de la sabana, escenario de su actividad económica, terminará penetrando en la selva. A finales de la Old Stone Age, que se desarrolla en el horizonte de la pluviación kangerense, van apareciendo otros útiles. Así el pico sangoense. Paulatinamente se impone la utilización de lascas líticas al emerger la llamada técnica levallois / musteriense a desarrollar por el Homo sapiens neanderthalensis que terminará desplazando el Homo erectus. Los primeros restos fósiles de neanderthales africanos se han datado mediante el carbono radiactivo (C-N 14) hace 39.

000 años, en distintos parajes marroquíes. Allí, al igual que en Gibraltar, el hombre de Neanderthal se guareció en cuevas, utilizó habilidosamente el fuego y diversos útiles, viviendo de la caza y la recolección. Algunos autores consideran a los neanderthales norteafricanos artífices del Ateriense, facies cultural identificadas en Bir-el-Afer, Constantina, Argelia, a surgir de la técnica del lascado levallois, obteniéndose dobles desconchados en la base de puntas líticas, logrando un pedúnculo y prefigurando quizá una punta de proyectil a enmangar en un astil de madera, supuesto en el que más de un prehistoriador intuyó las claves del Solutrense europeo. Invención ésta que se manifestará también en Stillbay, El Cabo, África del Sur, originando el Stillbayiense, pero también en Magosi, Uganda, dando razón de ser al Magosiense. Con la llamada Late Stone Age se abre otro período de la Prehistoria africana, caracterizado por la aparición del Homo sapiens sapiens que impone en todo el Viejo Mundo una tecnocultura basada en útiles ligeros de piedra -leptolítico- a base de hojas, buriles y diverso utillaje. Se entra ya en el Paleolítico Superior propiamente dicho. A su vez el Ateriense dio vida a técnicas inéditas como las que presenta la obtención del segmento circular lítico, a fin de cuentas un microlito a enmangar. Coetáneamente se impone el renacimiento de las llamadas industrias del hueso con punzones y otros útiles, e incluso la invención del arco.

Surgirán así diversas industrias microlíticas, como el Wiltoniense -así llamado por la Granja Wilton de El Cabo-, el Tsitoliense, una especie de pre-Neolítico, el Lupembiense, etcétera. Hacia el 9.000 a.C. y el inicio de los tiempos post-pleistocénicos y con ellos del Holoceno, África se encuentra en el umbral de una transición cultural que preludia la recepción de la llamada revolución neolítica. Por entonces, África del Norte conoce un clima templado y benigno, con las industrias microlíticas del Capsiense, así denominado por la localidad de Gafsa, Túnez, donde se localizaron sus primeros productos, y también del complejo íbero-maurisien, a asimilar a un Mesolítico del África Menor, que florece en el Magreb, no traspasando la barrera saharaui y al que cabe atribuir unas características puntas líticas, las puntas de La Muilah. Los caracoles terrestres constituyen ahora la dieta habitual de los magrebíes mesolíticos, marcando, al igual que sucede en el litoral atlántico de la Península Ibérica por el consumo de patelas y otros mariscos, el tránsito hacia un nuevo horizonte económico menos precario. Ello supone que, tras un período pluvial que cambia el sur del Sahara en un paisaje lacustre similar al que hoy ofrecen ciertos parajes del actual Chad, pueda establecerse una cierta circulación entre el Níger y el Mediterráneo con trasvases de faunas y hombres. Después se iniciará el lento desecamiento que, por lo que sabemos, llega hasta hace 4.

000 años y que escindirá el África en dos bloques, el del mundo mediterráneo y el del ámbito ecuatorial, entre los que sólo habrá de existir el río Nilo como único vínculo o nexo. Coetáneamente el Próximo Oriente, tras el Mesolítico, conocerá la gestación de la llamada revolución neolítica que habrá de suponer una metamorfosis económica, societaria y cultural de la Ecúmene y que hace que en el vasto ámbito geográfico conocido como Creciente Fértil, que abarca Egipto, Siria-Palestina, Líbano, Anatolia, Asiria e Irán occidental, convertido en encrucijada innovadora, el hombre pase de la recolección vegetal a la agricultura, y de la caza a la ganadería y técnicas agropecuarias. Surgen así la cerealicultura y la domesticación, tras domeñar determinadas plantas y animales, incluido el perro. Aparecerán las primeras aldeas o habitaciones en comunidad, construidas en piedra y adobe, y también la artesanía en serie -como por ejemplo, la cerámica- y la distinción del arte propiamente dicho como técnica especializada. Surgen también nuevas experiencias religiosas junto con la magia tribal y muy pronto las sociedades humanas hacen viable, ya el cacicazgo, ya la realeza como formas políticas. El hombre se especializa en técnicas de náutica, tras la utilización de piraguas monoxílicas realizadas a partir de troncos ahuecados y el uso de flotadores y contenedores en piel previamente impermeabilizados. Dominando las técnicas alfareras conseguirá asimismo confeccionar contenedores aptos para la conservación y transporte de alimentos y líquidos.

Simultáneamente se logra un particular progreso en las técnicas de cestería, urdimbre y tejido con plantas como el esparto, el lino, el cáñamo, el papiro, etc. La depresión del El Fayum, cuenca de un viejo lago, conoce los primeros asentamientos en aldea. Por entonces es posible que la agricultura hubiese ya llegado al África negra desde Nubia, llevada desde Egipto, ganando las mesetas etiópicas por un lado, y las cuencas del Chad y Níger, por otro, entre el 3.000 y el 2.000 a.C. Mientras, en las selvas y sabanas del África Central y del Sur se seguía viviendo en el pasado, con formas económicas obsoletas. El Sahara con sus enormes sabanas albergará grandes rebaños de bóvidos, conducidos por los pastores quizá antecesores de los actuales peuls, quienes en numerosos acantilados, canchales y grutas del hoy desierto, dejarán admirables grabados y pinturas evocando muchas de las realidades de su vida cotidiana. Por desgracia, el excesivo aprovechamiento de los escasos recursos vegetales de un Sahara en desecación acentuará el proceso de desertización y estos pastores no tendrán otra alternativa que descender con sus rebaños hacia las sabanas del sur. La investigación arqueológica ha permitido reconocer en todo el África, y particularmente en la occidental, desde el centro del Sahara al golfo de Guinea, cientos de lugares que hace miles de años fueron campamentos neolíticos. Tales sitios abundan sobre todo al sudoeste del Sahara: Cabo Blanco, cuenca del Adraar en Mauritania, Tilemsi, Teneres del oeste y del este, etc.

Vestigios del utillaje entonces empleado son asimismo fácilmente localizables en el mismo suelo, barrido continuamente por la erosión eólica. Vestigios que se encuentran asimismo más al sur, aunque de más difícil detección, al encontrarse bajo las arenas, tierra o vegetación. Sólo pueden localizarse en circunstancias excepcionales, como la erosión, la deforestación o el labrantío, las mismas excavaciones. El antiguo Sahara español da testimonio de una remota ocupación y sus vestigios se extienden incluso por toda Mauritania. Entre ellos, hermosos arpones de hueso, huesos de hipopótamos y cocodrilos entre otros, son mudos testigos de la tragedia de la sequía que asoló el Azawad y Arauane -Mali-, y parecen probar que una región hoy totalmente desecada conoció otra vida en el Neolítico con lagos y abundante fauna. Asimismo, al sur de Mauritania y a lo largo del pliegue Tichit-Ualat pueden verse casi intactas decenas de aldeas neolíticas de agricultores, construidas con piedra sobre basamentos rodeados de muros de contención, y próximos a acuíferos. Estas aldeas, que a veces poseen monumentos enigmáticos de piedras alineadas en tripletes, vienen siendo descubiertas mediante la fotografía aérea y esperan su estudio por el prehistoriador. La investigación antropológica ha demostrado la unidad u origen global de la especie humana actual, a la que indistintamente pertenecen, entre otros, un pigmeo, un chino, un negro bantú, un fueguino, un gitano o un escandinavo, por lo que, más que razas, hoy se prefiera hablar de adaptaciones raciales que han originado diferentes grupos de población.

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