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América

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La versión de la historia azteca, que incluye datos acerca de su religión, se conserva en diversos textos indígenas. En ellos las divinidades netamente aztecas, en particular el antiguo numen tribal Huitzilopochtli, se sitúan en un mismo plano con los dioses creadores de las edades o "soles", es decir con Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Pero sobre todo aparece vigoroso el espíritu místico-guerrero del "pueblo del Sol", es decir de Huitzilopochtli, que tiene por misión someter a todas las naciones de la tierra para hacer cautivos con cuya sangre habrá de conservarse la vida del Sol. Un antiguo himno sagrado, en el que se invoca a Huitzilopochtli, muestra la importancia que éste había alcanzado entre los dioses venerados en Tenochtitlan. Si su madre Coatlicue había quedado identificada como uno de los rostros de la suprema deidad femenina, Huitzilopochtli recibía ya las más elevadas formas de culto. Su santuario se situó, con el de Tláloc, el Señor de la lluvia, en lo más alto de la pirámide principal, dentro del recinto del que se conoce como Templo mayor. El himno en honor de Huitzilopochtli se entonaba probablemente en forma de diálogo. Al principio un cantor habla, haciendo alusión al joven guerrero que, identificado con el Sol, recorre su camino en los cielos. A él responde, por medio de un coro, el mismo Huitzilopochtli: es él quien ha hecho salir al Sol.

De nuevo vuelve a hablar la voz de quien dirige el canto para ensalzar al portentoso que habita en la región de las nubes. La parte final es entonada por la comunidad. "- Huitzilopochtli, el joven guerrero, el que obra arriba, va andando su camino. - No en vano tomé el rapaje de plumas amarillas: porque yo soy el que ha hecho salir al Sol. -El Portentoso, el que habita en la región de nubes: ¡uno es tu pie! El habitador de la fría región de alas: ¡se abrió tu mano! -Junto al muro de la región de ardores, se dieron plumas. El Sol se difunde, se dio grito de guerra... ¡Ea, ea, oh, oh! Mi dios se llama Defensor de hombres... - Los de Amantla son nuestros enemigos: ¡ven a unirte a mí! Los de Pipiltlan son nuestros enemigos: ¡ven a unirte a mí! Con combate se hace la guerra: ¡ven a unirte a mí!" Huitzilopochtli, el Sol, es quien da vida y conserva, alentando la guerra, la quinta edad o sol, es decir, la de los tiempos presentes. Es verdad que, desde antes, los aztecas y otros pueblos de Mesoamérica habían practicado las "guerras floridas", aquellas dirigidas a hacer cautivos cuyo destino era el sacrificio. Sin embargo, cuando los aztecas hicieron suya la idea de que su misión consistía en extender los dominios de Huitzilopochtli, para obtener víctimas con cuya sangre debía preservarse la vida del Sol, tal forma de rito se practicó con mayor frecuencia. Para llevar a cabo los sacrificios de quienes habían sido cautivados en la guerra, habían edificado los aztecas un templo rico y suntuoso en honor de Huitzilopochtli. El antiguo calendario, heredado de los tiempos toltecas, regía el ciclo sagrado según el cual se determinaban los sacrificios que se hacían a los dioses durante el año. Quedó establecido así lo que pudiera llamarse "un teatro perpetuo", en el que muchos de los actores, víctimas humanas que representaban el papel de los dioses antes de ser sacrificadas, revivían en los ritos el antiguo prodigio realizado por los dioses, que también murieron y dieron su sangre para hacer posible la vida del Sol y de todo cuanto existe.

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