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Según el pensamiento prehispánico, el mundo había existido no una sino varias veces consecutivas. La que se llamó "primera fundamentación de la tierra" había tenido lugar hacía muchos milenios. Tantos que, en conjunto, habían existido ya cuatro soles y cuatro tierras anteriores a la época presente. En esas edades, llamadas "soles", había tenido lugar cierta evolución en espiral, con la aparición de formas cada vez más perfectas de seres humanos, de plantas y de alimentos. Las cuatro fuerzas primordiales -agua, tierra, fuego y viento (curiosa coincidencia con el pensamiento clásico de Occidente y de Asia)- habían presidido esas edades o soles, hasta llegar a la quinta época, designada como la del "sol de Movimiento". Tal vez partiendo de antiguos cultos al Sol y a la Tierra, concebidos como principio fecundante y como madre universal, llegó a concebirse la realidad de una deidad suprema de naturaleza dual. Sin perder su unidad, ya que los antiguos himnos lo invocan siempre en singular, se afirma de él que es Ometéotl, "Dios dual", Señor y Señora de nuestra carne (Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl), el cual, en una misteriosa generación y concepción cósmicas, ha dado origen a todo cuanto existe. Él es, como se repite con frecuencia, "Madre de los dioses, Padre de los dioses, el dios supremo". En un primer desdoblamiento de su propia realidad hizo nacer a sus cuatro hijos, los Tezcatlipocas, "Espejos que ahuman", blanco, negro, rojo y azul.

Estos dioses, con uno de los cuales se identificará muchas veces Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría divina, constituyen las fuerzas primordiales que pondrán en marcha la historia del mundo. En un principio los hijos del dios dual obraron todos de acuerdo para echar los cimientos de la tierra, del cielo y de la región de los muertos. Apareció así el primero de los mundos que han existido en tiempos antiguos. Mas pronto, en un afán de prevalecer, trató de adueñarse de él uno de los Tezcatlipocas. Transformándose en sol hizo de cenizas, para su propio servicio, a los primeros seres humanos. Como único alimento habrían de comer bellotas. Disgustados los otros dioses por tal osadía de su hermano, que trataba de imponerse a ellos, intervino Quetzalcóatl y destruyó ese primer sol y esa tierra con cuanto en ella había. Entonces "todo desapareció, todo se lo llevó el agua, las gentes se volvieron peces". Así, con un cataclismo, concluyó esta primera edad o "Sol". Otras tres edades más existieron antes de la actual, según el pensamiento de los antiguos mexicanos. Fueron consecuencia de otros tantos intentos de los hijos del dios dual, empeñado cada uno en sobresalir más que sus hermanos. La segunda edad o "Sol" trajo consigo a los gigantes, aquellos seres extraños que, al saludarse, decían: "No se caiga usted; porque el que se caía, se caía para siempre". Ese segundo Sol pereció porque se hundió el cielo y los monstruos de la tierra acabaron con todo.

La tercera y la cuarta edades terminaron también de un modo trágico. En la tercera, uno de los Tezcatlipocas hizo llover fuego y todo fue consumido por él. La cuarta edad, finalmente, fue devastada por el viento que destruyó todo lo que había en la tierra. Entonces fue cuando existieron aquellos seres que el texto indígena llamó Tlacaozomatin, "hombres-monos". Destruido el universo cuatro veces consecutivas por las pugnas de los dioses, se preocuparon éstos por poner fin a tanta desgracia. Se reunieron entonces en Teotihuacan para dirimir sus envidias y dar principio a una nueva edad, la quinta de la serie, en la que habían de nacer los hombres actuales. Esta quinta edad, que recibiría el nombre de "Sol de Movimiento", iba a ser el resultado de la intervención y el sacrificio voluntario de todos los hijos del dios dual. El primer empeño de los dioses fue cimentar de nuevo a la tierra. Trajeron para esto a la que llegaría a ser diosa terrestre. Era una especie de monstruo, lleno por todas partes de ojos y bocas. Transformándose en serpientes dos de los Tezcatlipocas, circundaron a la diosa de la tierra, apretándola con tal fuerza que la partieron en dos. De una de sus mitades hicieron la superficie de la tierra y, de la otra, la bóveda del cielo. Hecho esto, para compensar de algún modo el daño que le habían causado, dispusieron los dioses que de ella nacieran todas las cosas. De sus cabellos se originaron los árboles, las flores y las hierbas. En su piel brotaron las hierbecillas.

De sus múltiples ojos se originaron las fuentes y las cavernas pequeñas. De su boca nacieron los ríos y las cuevas muy grandes. Las montañas y los valles provinieron de su nariz y de sus espaldas. Así, de la realidad viviente de la diosa, fue surgiendo todo lo que existe. Restaurada la tierra, los dioses reunidos en Teotihuacan, se preocuparon por formar de nuevo al sol y a la luna, así como a los seres humanos y lo que habría de ser su alimento. "Aún era de noche, no había todavía ni luz ni calor." Tales son las palabras con que se introduce en un texto en lengua nahua el mito de la creación del Sol en Teotihuacan. Cuatro días estuvieron allí reunidos los dioses alrededor del "fogón divino". Estuvieron deliberando acerca de quién habría de arrojarse al fuego para convertirse en el astro que alumbra el día. Hubo dos candidatos: el arrogante Tecuciztécatl, "Señor de los caracoles" y el modesto Nanahuatzin, "el Bubosillo". Llegó por fin el momento de la prueba. El dios arrogante intentó lanzarse al fuego cuatro veces y otras tantas tuvo miedo a las brasas encendidas. Tocó al humilde Nanahuatzin probar a su vez. Cerrando los ojos, se arrojó éste al fuego, en el que bien pronto se consumió. Al ver esto Tecuciztécatl, tardíamente se precipitó en la hoguera. El dios humilde, que fue el primero en arder, apareció al fin convertido en Sol; Tecuciztécatl, temeroso y tardío, sólo logró transformarse en la Luna. Sol y Luna aparecieron en el firmamento.

Pero, con asombro de todos los dioses, no se movían. Fue necesario que los dioses allí reunidos aceptaran someterse al sacrificio de la muerte para que el Sol y la Luna se movieran al fin, uno el día y la otra durante la noche. Así fueron restaurados y puestos en movimiento el Sol y la Luna, gracias al sacrificio de los dioses (quedaba en el mito la semilla que mucho más tarde habría de fructificar en el ritual religioso azteca). Si por el sacrificio de los dioses se hizo posible el movimiento y la vida del Sol, tan sólo por el sacrificio de los hombres podrá preservarse su vida y movimiento, evitándose el cataclismo que, como en las edades antiguas, podría poder fin a Sol y a este tiempo en que viven los seres humanos.

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