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Pero ¿qué valor realmente histórico pueden tener esos relatos, en los que el mito se mezcla con la realidad? ¿Cómo los interpretaron y transmitieron los cronistas españoles que han dejado la versión castellana de esa tradición? El origen del pueblo inca está envuelto en la fantasía mítica que habla de la llegada al valle del Cuzco, procedente de la legendaria región del Titicaca o de algún lugar más cercano pero igualmente legendario, de la pareja de hermanos-esposos Manco Capac y Mama Ocllo, fundadores de la dinastía incaica. A través del mito, en sus variadas versiones se puede interpretar el asentamiento de un pequeño grupo étnico, originario de algún lugar no muy alejado ni muy diferente del valle que será escenario de ese proceso admirable del desarrollo histórico y de integración cultural de una serie de pueblos, creadores de rasgos peculiares que comportan una respuesta diferente a la diversidad del medio geográfico donde cada uno de ellos se ha desarrollado. El destino del pequeño grupo de los incas será el de aglutinar, consolidar e institucionalizar costumbres y tradiciones de pueblos diversos, unificándolos bajo la estructura de un gran Imperio, el del Tahuantinsuyu, cuyos límites máximos parece que se habían alcanzado definitivamente cuando en noviembre de 1532 la llegada de Francisco Pizarro y su reducida hueste a Cajamarca puso fin, en un audaz golpe de fuerza y de suerte, al proceso del desarrollo histórico inca, al capturar al príncipe Atau Huallpa, pretendiente a la insignia y la dignidad imperiales, frente a los derechos reconocidos por la aristocracia cuzqueña de su hermano Huascar.

Ese proceso, que hizo llegar a un simple pequeño Estado rural a extender su hegemonía sobre todo el territorio andino, desde Colombia a Chile y desde la cuenca amazónica al Pacífico, fue estimulado por las constantes apetencias expansionistas de otro grupo étnico, guerrero y fuerte, establecido en un área cercana al asentamiento originario inca en el valle del Cuzco: el de los chancas. La rivalidad inca-chanca forzó a ambos pueblos a buscar alianzas entre sus vecinos y la colaboración de uno de éstos, el de los quechuas, con los descendientes de Manco Capac, fue un factor importante en la supremacía final del grupo inca sobre el chanca, y no por cuestiones simplemente estratégicas. Del pueblo quechua tomarán los incas uno de los elementos más decisivos para la unificación política y administrativa del futuro gran Imperio: el idioma. El quechua será en adelante el Runa Simi, la Lengua de los hombres. Pero veamos quiénes fueron los artífices, los jefes de ese grupo conquistador, limitado en principio a la posesión de un pequeño territorio, que consiguieron crear el Imperio Inca. La tradición indígena, recogida por los cronistas españoles, refiere de forma casi unánime la historia de doce emperadores, el último de los cuales, Huascar, había sucumbido a la potencia y al empuje de los ejércitos de su hermano Atau Huallpa, que se disponía a hacerse reconocer como el decimotercer soberano del Tahuantinsuyu en el año 1532.

Esa misma tradición insiste en la sucesión de dos dinastías, la Hurin Cuzco, cuyos soberanos se asentaron en la parte baja de la ciudad, y la de los Hanan Cuzco, que trasladaron su residencia a la parte alta de la misma. Los cinco primeros soberanos integraron la dinastía Hurin y la Hanan se entronizó con el sexto: Inca Roca. Aunque la moderna corriente historiográfica orienta sus investigaciones hacia la consolidación de una teoría, según la cual ambas dinastías gobernaron de manera paralela, sincrónica y no consecutiva, aquí se expondrá el desarrollo de la historia incaica siguiendo la versión tradicional de esa sucesión de los Hurin Cuzco y Hanan Cuzco. Dada la inseguridad de los datos disponibles, que ni siquiera permiten reconstruir con certeza los primeros tiempos del Incario, no existen aún condiciones para presentar esta nueva teoría sino como una mera, aunque muy verosímil, hipótesis. Sólo a partir del octavo soberano, el Inca Viracocha, se puede hablar con propiedad de una historia del Tahuantinsuyu, cuyo verdadero forjador fue el hijo y sucesor de éste, Pachacuti, el Gran Reformador, que reinó al parecer entre 1438 y 1471, es decir, en una época relativamente cercana a la llegada de los españoles al Perú. La verdadera historia incaica abarca, según esto, apenas un siglo, tiempo suficiente sin embargo para crear uno de los más poderosos Imperios del mundo.

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