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La explícita declaración formulada por Breton durante su estancia en Tenerife en 1935: "Desde Canarias en la punta poética de España, el surrealismo internacional, por boca de André Breton y Benjamin Péret, declara haber encontrado en la colaboración de los artistas españoles su principal componente", nos exime de la necesidad de insistir en la importancia de la aportación española al Surrealismo internacional. Pero no quisiéramos terminar sin hacer unas breves consideraciones sobre la incidencia del Surrealismo en la vanguardia anterior a la guerra civil; aspecto mucho más controvertido, por cuanto durante mucho tiempo, tanto los poetas como los pintores españoles adscritos a dicha tendencia, se mostraron extremadamente remisos a reconocerse como tales. Tras los últimos estudios publicados, se han visto rebatidos muchos de los tópicos que pesaban sobre el tema, desde aquel que cuestionaba su propia existencia, hasta el que aducía la carencia de actividad teórica. Ello pasando por el mito de un Surrealismo autóctono, cuando éste existía, que en poesía hundía sus raíces en las coplas populares andaluzas y que en pintura exhibía como rasgo diferencial un Surrealismo telúrico. Ahora bien, siendo, como dijimos este último una de sus facetas más interesantes, no agota sin embargo la totalidad de la práctica pictórica de carácter surreal en España, que al igual que ocurre con el resto de los movimientos vanguardistas españoles es fruto de la aclimatación de fenómenos europeos.

La pintura surrealista española, en el aspecto técnico, da muestras de una gran variedad y en cuanto a su temática se refiere, salvo algunas incidencias específicas en el carnuzo -la carne en descomposición -y la insistencia en la materia degradada, presenta los mismos contenidos oníricos, perversos y sexuales que caracterizan al Surrealismo internacional. El Surrealismo conoció en España un intenso arraigo, constituyendo, sir duda, en el contexto de las artes plásticas de los años veinte y treinta, la tendencia más definida. Ahora bien, se trata generalmente, salvo contadas excepciones, de un Surrealismo superficial, por cuanto se limitó a asimilar un repertorio formal desprovisto de todo componente vital e ideológico. Salvo Planells, Juan Ismael y Eugenio Granell -nunca podemos saber el rumbo que hubieran podido tomar personajes como Lekuona, o González Bernal-, para la mayoría de los pintores españoles el Surrealismo constituyó tan sólo una etapa de su vida y una faceta de su producción. Aun así, su importancia fue tal, que cuando en los años cuarenta, tras el paréntesis de la guerra civil, se reemprendió la actividad vanguardista en España gracias a la actuación de Dau al set, el Postismo, y algunas de las figuras del informalismo como Antonio Saura, el Surrealismo fue el germen vivificador de la nueva aventura.

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