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La aportación española al Surrealismo plástico puede ser calificada de espectacular ya que, al margen de las grandes figuras que se hallan en la mente de todos, fueron numerosos los pintores que en el contexto de la vanguardia española de los años veinte y treinta evidencian con sus obras la asimilación de los postulados difundidos por Breton. De hecho el Surrealismo constituye, con diferencia, dentro de la pintura anterior a la guerra civil, la opción estética de más amplio alcance. Pese a ello, la carencia de estudios dedicados al tema hasta fechas recientes, ha hecho que las historias y antologías dedicadas a dicho movimiento sistemáticamente recojan tan sólo la presencia de aquellas figuras que se insertaron en el grupo francés, proporcionando por tanto una visión más que limitada del fenómeno. Con la finalidad de contribuir a una perspectiva más amplia que dé la medida exacta del impacto del Surrealismo en el arte español, empezaremos por analizar la presencia o, mejor dicho, la contribución de los artistas españoles a la formulación del movimiento parisino, para pasar revista a continuación al desarrollo de la pintura surrealista en España, atendiendo a sus cuatro núcleos principales: catalán, aragonés, madrileño y canario. Picasso fue elevado por Breton a la cima del panteón surrealista, mientras que Miró y Dalí constituyen piezas fundamentales del surrealismo internacional. Miró formó parte del grupo parisino prácticamente desde los inicios de la nueva aventura, mientras que la irrupción de Dalí en 1929 aportó nuevos bríos al movimiento. Esta presencia española se vería reforzada con la llegada, a raíz de la guerra civil, de figuras como Esteban Francés, Remedios Varo, Federico Castellón y Eugenio Granell. Por razones familiares y no de exilio Oscar Domínguez, pintor surrealista canario, se había trasladado a París en 1927, donde jugaría también un papel relevante.

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