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Datos principales


Desarrollo


Tras dominar la forma, la luz que tienta a Fortuny es la luz del sur, la luz de efectos del sol, de los paisajes y callejuelas marroquíes, la primera a la que se acostumbró su vista. En Granada recupera el placer de la pintura; le escribe a Martín Rico: "trabajo como no lo he hecho nunca", y le invita a acompañarle para pintar juntos, para no perderse en ese lugar paradisíaco. Se aloja con Cecilia, María Luisa y Ricardo en la fonda de los Siete Suelos, y alquilan pasado un tiempo una casa en Realejo Bajo. Están en plena Alhambra, sobre la Vega. Aquí nace en la primavera de 1871 su segundo hijo, Mariano -heredero del gusto de su padre, futuro creador de decorados teatrales y de telas estampadas, que volverán a encandilar los ojos de la Belle Epoque, de la Europa de Isadora Duncan, la de Duse, o Sarah Bernhardt- y transcurren dos de los años más felices de su vida. Se dedica casi exclusivamente a pintar, acompañado en ocasiones por amigos. El más próximo, Martín Rico, pasa una temporada con él y otros pintores que acuden a Granada formando una pequeña colonia plenairista. Rico cuenta en sus memorias el especial ambiente de reunión, de trabajo, que se creó en torno a Fortuny y reconoce su deuda con él al descubrir la luz, la brillantez que tenían sus cuadros. Cuadros dedicados a temas del día, con concesiones al tipismo ambiental -El almuerzo en la Alhambra, Gitana bailando en el jardín-, al paisaje puro sin anécdota, a los jardines y patios humildes -Patio en la Alhambra-.

Y de manera inevitable la atmósfera que se respira en Granada le lleva a los asuntos orientales, vuelve a viajar a África -Matanza de los Abencerrajes, Afilador de sables-, y a distraerse en delicadísimos estudios de arquitectura nazarí. El mismo bienestar, deseo de hacer algo nuevo, de pintar para sí, sentirá durante el verano de 1874 en Portici. La bahía de Nápoles le recuerda a África, Sevilla, Granada, pero aquí viven junto al mar, en la villa Arata, con vistas a la playa y al jardín. Pinta con Ricardo y Agrasot que pasa también el verano en Portici, recibe las visitas de Francisco Pradilla (1848-1921) y Alejandro Ferrant (1843-1917), estrecha su amistad con Morelli y suscita la admiración de los artistas jóvenes. Uno de ellos, el escultor Vicenzo Gemito, le hace un retrato -conservado en el Casón del Buen Retiro- que Fortuny pasará a bronce, aunque comente con humor a sus amigos: "un muchacho napolitano, de mucho talento pero bohemio, se ha empeñado en hacer mi busto, bastante bien, y como me carga mi efigie, la destino para nido de pájaros cuando tenga mi estudio en Sevilla". Es en Portici donde la pintura de Fortuny parece liberarse de temas elaborados, de asuntos de inspiración literaria, buscados, imaginados, recreados en el estudio. En Portici, parece importarle sólo la apariencia de las cosas, la luz que las ilumina, una apariencia que su luminismo de sol intenso nos presenta transformada en pura y brillante materia pictórica, como ya lo había hecho en Viejo desnudo al sol.

Sus obras de la playa, los paisajes, el Niño en Portici, El veraneo o El salón japonés, se aproximan a la pintura de los macchiaioli, utilizan una técnica similar, están construidas a base de manchas, borrones, grumos de color amplio y espeso y no mediante la pincelada impresionista. Pero estas pinturas, prácticamente sus últimas obras, también participan del hedonismo, de la visión optimista, de esa estética de la felicidad de la que supieron enseñorearse como nadie los impresionistas franceses. Con un optimismo parecido, el artista dejó descrita su pintura titulada El veraneo: " (..) hay mujeres en la hierba, bañistas que se sumergen en el mar, restos de un viejo castillo, los muros de un jardín, la entrada a una villa... Todo esto a pleno sol, sin escamotear ni un rayo... todo es claro y alegre. ¿Y cómo podía ser de otra forma si hemos pasado tan felizmente el verano?". Durante los últimos años, entre 1872 y 1874, volverá a vivir en Roma, aunque piensa regresar a España e instalar definitivamente su taller en Sevilla. En la magnífica villa Martinari, su estudio va tomando el aspecto de un auténtico museo repleto de objetos dispares, de obras de arte, que su curiosidad y amor por lo bello le han llevado a coleccionar. Termina para uno de sus más fieles seguidores, el coleccionista americano Stwart, La elección de modelo y El jardín de los Arcades, las dos de ambiente rococó, más claras que La Vicaría.

Viaja a Londres y a París; está ansioso por ver pintura, pero le defrauda casi todo. En el Salón del 74, Ingres, Gerome y Meissonier le decepcionan. Valora a Renoir, Alma Tadema, Millais, Leighton o Boldini. Expone de nuevo en la sala Goupil y comprueba que sigue siendo un pintor de éxito, aunque algunos críticos tachan de frívolas sus obras. Algo que Fortuny acepta porque él mismo quería cambiar su arte, pintar para sí -solamente yo me pagaré el gusto de pintar para mí: esta es la verdadera pintura-, liberarse de ataduras impuestas por la moda y pintar, como él mismo confesó a Davillier, "como me dé la santísima gana". En Portici trabajará movido por estas inquietudes, pero poco después, al regresar del largo veraneo, se encontrará débil, sin ánimos para trabajar. Una perforación de estómago -que venía sufriendo desde hacía años, seguramente debida a su costumbre de ensalivar los pinceles- o tal vez la malaria de las Lagunas Pontinas, serán las causantes de su muerte en su casa de Roma el 21 de noviembre. Inesperada y temprana, provocó una auténtica conmoción en el mundo del arte, "su entierro en Roma recuerda a las gentes el de Rafael: toda Europa llora su muerte. Jamás pintor español alguno había logrado nombre y éxitos semejantes" (Enrique Lafuente Ferrari). Un año antes moría en Madrid, a la misma edad, su amigo Eduardo Rosales. De temperamento clásico, Rosales pensó siempre que la pintura debía mostrar, reflejar, ajustarse a la realidad; la sensibilidad romántica de Fortuny le llevó a transformar las cosas, los hechos, los sentimientos, en pintura. Con su desaparición, el arte español perdía a los maestros de una época, marcada ya irremediablemente por la desorientación artística.

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