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Desarrollo


Existe en Fortuny un acusado respeto por el verismo ambiental y los cuadros que va creando con escenas de mercados, zocos, camelleros, o la impresionante fiesta Corriendo la pólvora, ofrecen una visión que pretende reflejar en lo posible la realidad, ajena a las interpretaciones de corte literario ofrecidas por los pintores románticos. Junto a ellas, El herrador marroquí o Árabe muerto, recogen "con nervio cierto, con apasionado amor, con dignidad por encima del exotismo, el escenario marroquí" (Juan Antonio Gaya Nuño). Obras que suponen una de las mayores aportaciones del artista, tanto en su interpretación como en la manera de concebir y plasmar los valores puramente plásticos de la pintura. El color, la luz, el movimiento adquieren y se presentan con tal exaltación, vivacidad, dinamismo y ritmo, que la pintura orientalista de Fortuny es también -como quiso Delacroix- un auténtico deleite para la vista. A partir de notas y bocetos que trae de Marruecos, realiza toda una serie de acuarelas, grabados, dibujos y óleos, cuyos motivos y técnica brillante, atraen tanto al público como a los propios pintores. Tras regresar de este segundo viaje a África, comienza a destacar en los ambientes comerciales y sus obras y las "hechas a lo Fortuny" dominan el mercado artístico romano durante dos décadas, entre 1865 y 1888. En este período, su influencia no se limita exclusivamente a la que pudo ejercer sobre sus más próximos amigos -José Tapiró, Tomás Moragas, Joaquín Agrasot, Bernardo Ferrándiz, José Jiménez Aranda, Martín Rico, Ricardo y Raimundo de Madrazo, Eduardo Zamacois o el francés Henry Regnault- sino que la moda abierta por su estilo supuso un verdadero fenómeno de consecuencias difíciles de precisar.

En 1873, el Gobierno de la Restauración fundaba en Roma la Academia Española de Bellas Artes, cuya dirección pudo ocupar Fortuny. Eduardo Rosales fue, aunque sólo nominalmente debido a su fallecimiento, el primer director de la Academia. Se ofrecía con esta fundación cierto respaldo oficial a la colonia de pintores españoles que, en buena medida atraídos por el éxito de Fortuny, se habían ido instalando en Roma. Pocos años después, en 1881, la inauguración de la Academia en San Pietro in Montorio, reforzará los vínculos establecidos con Italia y facilitará la estancia a nuevos pensionados. Movidos en parte por aquel mercado favorable a la colonia artística española, nuestros pintores seguirán acudiendo a la capital italiana, a pesar de ser París el centro más innovador, donde habían surgido los cauces de la pintura moderna. La fama y éxito de Fortuny se verán reforzadas al abordar otros temas igualmente queridos por la pintura de género, los asuntos de casacón de ambiente rococó. De forma paralela a la pintura orientalista, venía dedicándose a esta otra vertiente representada por el francés Ernest Meissonier (1815-1891) y el alemán Adolf Menzel (1815-1905). A ellos se debía el haber ideado, en parte como réplica a los oficiales cuadros de historia, el llamado "cuadrito de anécdota o tableautin", de asuntos intrascendentes, descripción detallada de lo accesorio, riqueza de colorido y absoluta corrección formal.

La acuarela titulada Il Contino fue la primera obra de Fortuny sugerida por la temática rococó. Realizada en 1861, después de conocer en París las pinturas de Meissonier y sus seguidores, se inspira, sin embargo, en el auténtico maestro de la pintura galante, Jean-Antoine Watteau (1684-1720). Dos años después, en 1863, El coleccionista de grabados, del que tendrá que hacer varias versiones, dejaba bien claras las posibilidades comerciales de su meticulosa y a la vez brillante soltura. Los bibliófilos, El botánico, El coleccionista de cerámica volverán a ser nuevas ocasiones en las que comprobar su gusto por los objetos, su minuciosa descripción, el perfecto asesoramiento en cuestiones referentes a indumentaria y marco escenográfico, la gracia con la que sabe presentar a los personajes en gestos y actitudes y la creación de una serie de temas que darán lugar a distintas versiones por parte de sus seguidores. Pero su maravillosa capacidad para ambientar, captar, transmitir, en definitiva escenificar los asuntos, queda fijada en la obra que le dio mayor fama, La Vicaría. Inspirada en Madrid -mientras preparaba su boda con Cecilia de Madrazo, que tuvo lugar en noviembre de 1867- será expuesta tres años más tarde en la capital francesa -sala Goupil- consiguiendo una extensa crítica de uno de los escritores franceses que con mayor pasión había visto a España, Théophile Gautier.

Reflejo apasionado del entusiasmo provocado por la obra, el escritor la define acertadamente como "esbozo de Goya retocado por Meissonier". Fortuny superaba al maestro de la pintura de género, al introducir en esa corriente "algo que no poseía la pintura de Meissonier, fría y erudita, dibujística en exceso y sin agrado de color. Fortuny traerá al género la rica herencia de Goya, una refinada sensibilidad de colorista, una ejecución chispeante en la que tantas cosas posteriores están adivinadas, su pasión por la luz y una complacencia excepcional en la materia pictórica" (Enrique Lafuente Ferrari). Con este estilo derivado del tableautin, Fortuny también presentará algunos temas orientales, acuarelas y óleos, como El vendedor de tapices o La matanza de los abencerrajes. Estilo anecdótico y complaciente con el gusto del público, que practicará durante toda su vida pero del que quiso y supo liberarse en los últimos años. Con El jardín de los Arcades y, sobre todo, La elección de modelo, -expuestas en 1874- llegará a un grado absolutamente terminal de virtuosismo técnico.

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