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Roma

Desarrollo


En el año 305 Diocleciano abdica, obligando a imitarle a su colega Maximiano, también augusto. Galerio y Constancio, los otros dos miembros de la tetrarquía, pasan ahora a ser augustos, y nombran césares a Severo y Maximino Daya. Sin embargo, el sistema tetrárquico fracasa por las contradicciones internas de la política dinástica. Constancio quiere promocionar a su hijo, Constantino, mientras que Maximiano pretende hacer lo propio con Majencio. El resultado es un periodo de luchas que se prolongará hasta el año 312, cuando Constantino se convierta en el único emperador de Occidente tras derrotar a Majencio en el Puente Milvio. Las primeras medidas que adoptó fueron la disolución de la guardia pretoriana, el refuerzo de sus relaciones con Licinio - augusto de Oriente desde 308- y la promulgación en Occidente de la libertad religiosa. En el año 324 Constantino, tras derrotar a Licinio, reunificó de nuevo el Imperio después de cuarenta años de haber estado dividido. Desde el año 313 Constantino se acerca a la Iglesia cristiana, llegando a ser bautizado en el lecho de muerte. Potenció y utilizó el poder de la Iglesia, lo que le reportó amplias ventajas: le procuró nuevas bases en las que asentar su poder y actuó manteniendo el consenso que todo poder político necesita.

Las disposiciones que Constantino adoptó a favor de la Iglesia se concentran en dos campos especialmente importantes: las concernientes al patrimonio y las referidas a la jurisdicción eclesiásticas. Una de las medidas que marcaron más profundamente la nueva etapa constantiniana fue el traslado de la capitalidad del Imperio a la antigua ciudad de Bizancio, reconstruida y enormemente ampliada por decisión del emperador. Ésta, desde el 8 de noviembre del 324 (fecha de su inauguración) pasó a llamarse Constantinopla o ciudad de Constantino. Esta decisión trasladó de forma definitiva el eje político del imperio hacia Oriente. Constantino asoció a tres de sus hijos al imperio designándoles césares, recuperando el espíritu de la tetraquía de Diocleciano. Tras su muerte (337) se produjo una encarnizada lucha por el poder entre los césares que había nombrado. Constantino II se puso al frente del Imperio Occidental y Constancio II del Oriental. A Constante, el menor, le encomendaron el gobierno del Ilírico. Los enfrentamientos continuaron hasta que Constacio II se impuso, nombrando césar a Juliano. En el año 355 Juliano es nombrado césar por Constancio y enviado a las Galias para sofocar una serie de revueltas bárbaras. Allí pudo demostrar su habilidad política y militar, que le valió para ser nombrado emperador en 361, a la muerte de Constancio. Enseguida emprendió una tarea de organización y depuración, intentando resucitar el antiguo espíritu republicano.

La actitud de Juliano, quien había afirmado sus creencias paganas, respecto al cristianismo fue inicialmente de tolerancia. Pero en los veinte meses que duró su gobierno se puso de manifiesto la imposibilidad de convivencia pacífica entre estas dos religiones. Después de la muerte de Juliano no volvió a haber ningún otro emperador pagano. El fallecimiento de Juliano supuso el ascenso al poder de Joviniano. Su gobierno duró escasos meses y fue sucedido por Valentiniano, interesado por preservar los derechos del Estado y abandonar los conflictos religiosos. Eligió a su hermano Valente como augusto oriental, siendo una decisión equivocada, ya que Valente carecía de dotes políticas o militares. El Imperio se dividió en dos partes y Valente tuvo que afrontar la invasión de grupos de bárbaros, que le derrotaron en Andrinópolis. El gobierno de Valentiniano supuso el último empeño, mantenido con una tenacidad admirable, no sólo de salvaguardar el imperio Occidental, sino de relanzarlo. Militarizó todas las funciones administrativas, incluso las civiles, e incrementó el ejército, contando incluso con soldados bárbaros. Uno de sus mayores intereses será incrementar los ingresos fiscales, por lo que se enfrentó con el Senado. Tras su muerte se asiste a un empeoramiento de la crisis, que ya será imparable. A la muerte de Valentiniano I, Graciano, que había sido elevado a augusto durante el gobierno de su padre, quedaba como nuevo monarca de Occidente.

Durante su reinado se disfrutó de una época de paz en las fronteras, gracias a la sabia política defensiva de su padre. Su política religiosa parece determinada también por influencias externas. Así, en el 379, publicaba un edicto de tolerancia religiosa. Ese año nombró a Teodosio augusto de Oriente, mientras Valentiniano II recibió la Iliria. Los ataques de los bárbaros son constantes y en el año 382 Teodosio permite la instalación de los visigodos entre el Danubio y los Balcanes. La política religiosa pro cristiana desplegada por Graciano provocará la proclamación del usurpador Máximo como emperador en Britania (383), quien avivó el sentimiento de romanidad frente a los bárbaros y procedió a la fortificación del limes del Rin. Teodosio intervino y se dirigió a Italia pero prefirió negociar con Máximo, repartiéndose el Imperio. La evacuación de parte de Britania y la cuestión prisicilianista desencadenarán los acontecimientos que conducirán a la derrota de Máximo en el año 388 a manos de Teodosio. Tras el triunfo ante Máximo, Teodosio -augusto de Oriente- recluyó a Valentiniano II en la Galia. La muerte del segundo motivó la proclamación de Eugenio y su dominio sobre las Galias, Italia e Hispania. En el año 394 se enfrentan ambos, saliendo Teodosio victorioso, lo que significa la reunificación del Imperio. Con Teodosio, el Imperio se postergará ante los dictados de la Iglesia, al convertir el cristianismo en religión oficial y prohibir los cultos paganos.

A la muerte de Teodosio (395) se divide el Imperio entre sus dos hijos: Oriente para Arcadio y Occidente para Honorio. La presión de los pueblos bárbaros hará que vayan ocupando cada vez más territorios y funciones administrativas. Continuas oleadas de bárbaros penetran en la parte occidental, lo que motiva el traslado de la capital a Rávena. La fisura entre ambos Imperios es ya un hecho irreversible. En esta situación, los estados bárbaros surgidos dentro del Imperio se consolidan y Alarico llega a saquear Roma durante tres días. Las revueltas de los soldados de Italia, que no habían recibido su paga, dieron la ocasión al jefe bárbaro Odoacro de asumir el poder, eliminando a Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, destronado en el 476. Esta fecha señala el fin del Imperio Romano occidental. Los continuos ataques a las fronteras occidentales serán la principal causa de la caída de ese sector del Imperio, mientras que la zona oriental pudo mantener casi intactas sus fronteras. Ahora bien, el Imperio Romano de Oriente vivirá en continua amenaza por las constantes querellas religiosas e intrigas palaciegas. Tres causas esenciales propiciaron la ruina del imperio occidental: las invasiones de los pueblos bárbaros, los problemas internos y la influencia eclesiástica. La herencia romana, no obstante, permanecerá aún viva -aunque muy matizada- en el Imperio bizantino, hasta que, en las primeras horas del 30 de mayo de 1453, caiga a manos de los turcos.

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