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Arte Español del Siglo XVIII

Desarrollo


Cean Bermúdez escribió en su diccionario que "Zarcillo nació en una ciudad en la que no había modelos que imitar, ni maestros que enseñasen". Nosotros podríamos mantener esto si siguiéramos bajo sus mismas premisas estéticas, o si no tuviéramos en cuenta los avances obtenidos en el panorama artístico regional durante los últimos años. En efecto, no había en Murcia modelos ni maestros de los que Ceán pretendía; esto es, yesos de Academia o profesores de ella. Todavía allí iba todo por las vías tradicionales de los aprendizajes en los talleres de los maestros reconocidos y no había más modelos que los suyos o los apuntes del natural que ya ampliamente se tomaban. Pero el panorama se enriquece mucho al pensar en esos buenos escultores que hemos tratado, de los que cada uno aportaría una importante faceta: espiritualidad y misticismo, buen conocimiento del oficio, y contacto con las últimas propuestas formales. Y asimismo la cantidad de importaciones que, sobre todo, de Nápoles y Génova llegaban: Virgen de la Caridad, Cartagena (1723); Virgen de las Maravillas, Cehegín (1725); Crucificado del Cardenal Belluga (1742); Santa Lucía, Cartagena (1750), etcétera. A más de los cuantiosos grabados que circulaban ya para entonces por los obradores de los artistas españoles, y no sólo entre los menos dotados, como antes se quería hacer creer. Contamos por si era poco con que los tres escultores que le precedieron eran extranjeros, cada uno de distinto origen: alemán, italiano y francés, aunque es cierto que para cualquiera de ellos la referencia obligada sería Roma, así como las estampas que, de seguro, se traerían con ellos.

Así pues, no debía sorprendernos tanto el florecimiento del arte de Francisco Salzillo, ni pensarlo como el brote de un oasis en el desierto. Casi estrictamente coetáneos suyos fueron: Luis Salvador Carmona (1708-1767); Juan Pascual de Mena (1707-1784); Felipe de Castro (1711-1775); Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773); Simón Gavilán Tomé (n. 1708); o José Ramírez de Arellano (1705-1770); por no entrar entre los extranjeros de la Corte, y, la verdad, es que si los estudiásemos en paralelo, hallaríamos bastantes aspectos concomitantes. Las obras de mucho éxito se grababan con prontitud y se difundían (por ejemplo, las tres de Nicolás Fumo que habían llegado a la parroquia de San Ginés de Madrid: Ecce Homo, Nazareno y Cristo a la columna). Y, según informa el ya citado inventario de Nicolás Salzillo, no le eran raros los modelos, quizás hechos por él, como tampoco le fueron ajenos, muy al contrario, a su hijo que los usó de forma habitual. Y todavía hemos de añadir más: Murcia estaba pasando su mejor momento histórico después del floreciente siglo XVI. A la fecunda industria de la seda y el movimiento del importante puerto de Cartagena, se había de añadir la muy positiva actuación que el cardenal Belluga llevó durante los años de su mandato episcopal (1705-1723), apoyado por el favor real tras su probada (en campaña) fidelidad al duque de Anjou. Y de esta figura pasamos a don José Moñino Redondo, conde de Floridablanca (1728-1808), cuyo período de mayor poder (de 1766 a 1792) coincide con la plena madurez del artista. En este ambiente propicio se pudo gestar y realizar, a partir de 1736, la más fastuosa, y cara, de las fachadas catedralicias de España, trazada y dirigida por Jaime Bort. Mucho se ha elucubrado sobre la posible relación con el escultor y la fachada; de hecho Baquero hasta señala estatuas concretas que hubieran podido ser hechas por él. Sin embargo, ya sabemos con toda seguridad que, por muy raro que ello pueda parecer, Francisco Salzillo quedó totalmente al margen de la obra (Ellas Hernández Albadalejo, "La fachada de la catedral de Murcia", 1990).

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