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Arte Español del Siglo XVIII

Desarrollo


Dos hechos vinculados a la corte marcarán el panorama artístico español en su relación con lo que ocurre en Europa, cuando Europa era sinónimo de mundo occidental. Son el incendio del antiguo Alcázar de los Austrias, en la noche del 24 de diciembre de 1734, y la creación de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando en Madrid -en 1744 la Junta Preparatoria y en 1752 la Academia propiamente-. La un tanto artificial necesidad de erigir un palacio real nuevo sobre los restos del Alcázar traerá a Madrid a los italianos Juvarra (1678-1736) y Sacchetti (1690-1764), creador éste del edificio barroco clasicista que hoy conocemos con adiciones. Pero la trascendencia del Palacio Nuevo no reside tanto en su estilo como en que, en torno a su construcción, produjo una escuela práctica vinculada a la Academia en la que se formaron, o mejor, se pensó que se formaran, los mejores discípulos de la fundación fernandina. La Academia quedó instituida como lugar de enseñanza de la arquitectura, única institución capaz de otorgar titulaciones y competencias, y de control o tutela de la calidad de las obras costeadas con fondos públicos en España. Sin embargo, la formación de discípulos siguió manteniendo el esquema tradicional del aprendizaje en los estudios de los arquitectos reputados. También los gremios de artistas, prohibidos explícitamente por la Academia de una forma severísima, pero articulados como colegios profesionales encubiertos bajo advocaciones devocionales, mantuvieron una vindicativa polémica sobre su utilidad consultiva y su arraigo en el graduado orden tradicional del ejercicio de la profesión.

Una muestra de la contradicción existente entre la teoría y la práctica la encontramos con la madrileña Congregación de Arquitectos de Nuestra Señora de Belén, fundada en 1688 y organismo consultivo del Consejo de Castilla, que tuvo como hermanos mayores, siempre por un año y por riguroso orden de antigüedad, a Teodoro Ardemans en 1708, a Pedro de Ribera en 1725 o a Nicolás de Churriguera en 1740, claros representantes del Barroco castizo del que se abominaba. Pero también figuraron con el mismo cargo principal, estando ya creada la Academia y definida su finalidad, arquitectos representativos del cambio deseado, como Francisco Moradillo (1755), Ventura Rodríguez (1764), Francisco Sabatini (1778), Miguel Fernández (1786), Francisco Sánchez (1790) y, por una casual, aunque máxima, paradoja Juan de Villanueva en 1792, año en el que también es elegido el arquitecto como director general de la Academia por un trienio. Sentada, aunque sea muy esquemáticamente, la diversidad de causas que favorecen, tanto la voluntad de restauración de la arquitectura greco-romana en España como el mantenimiento de un orden anterior, y volviendo a la expuesta periodización de nuestro Neoclasicismo, es entre 1744-80 cuando se produce el intento de un cambio fundamental, en el que podemos constatar la coexistencia de maneras proyectuales muy diferentes en la actividad de nuestros arquitectos, de un barroco clasicista e italianizante con Ventura Rodríguez (1717-1785) y Francisco Sabatini (1721-1797), por mencionar los más claros y conocidos referentes de esa vía, pero también innovadoras y hasta precursoras en otros, y es entonces cuando las figuras de Diego de Villanueva (1713-74) y su hermanastro Juan de Villanueva (1739-1811) se revelan más significativas.

Ambas vías se dan simultáneamente en el ámbito de dos generaciones de arquitectos, nacidos en torno a 1720 y a 1740, lo que nos habla de la patente diversidad de los protagonistas iniciales o ya representativos de aquel cambio. Estaríamos ante un primer momento en el que se sabe a qué oponerse, críticos todos los profesores de la Academia de San Fernando con las extravagancias churriguerescas y riberescas, pero no qué oponer a cambio. Faltaba lo que podríamos denominar, en los términos propuestos por Ortega, "el epónimo de la generación decisiva" y que éste aflorara con una naturalidad acorde con la necesidad y las ideas para que pudiera ser asumido como conclusión y como verificación, no como un genio casual. La figura en torno a la cual se materializa el sentido de aquel cambio anhelado la encontramos sin duda en la personalidad y en la obra del arquitecto Juan de Villanueva. Si Ventura Rodríguez era reconocido como el "restaurador de la arquitectura en España", en la sentencia de Jovellanos también asumida por Ceán-Bermúdez, en Villanueva se concreta la labor necesaria "para acabar de arraigar en el reino el antiguo arte de construir, y el buen gusto en el adorno de la arquitectura" (Ceán). En este arquitecto se cumplen las condiciones de partida para que sea comprendido por la historia como efecto de unas circunstancias que perfilan su singularidad de un modo menos mesiánico que consecuente, vinculable a la significación artística de un linaje de académicos que anticipa su culminación.

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