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Barroco Español

Desarrollo


Como reconocimiento a los méritos artísticos y al leal servicio prestado durante más de treinta y cinco años, el 12 de junio de 1658 el rey firmó en el Buen Retiro la cédula de concesión del hábito de la Orden de Caballería de Santiago a Diego de Silva Velázquez. El rey había mostrado su voluntad de ennoblecer a su pintor favorito, pero a partir de entonces el asunto quedó en manos del Consejo de Ordenes, encargado de investigar los merecimientos de Velázquez en función de su hidalguía y la de sus antepasados. Las gestiones transcurrieron en Sevilla y Madrid y, después de examinar unos ciento cincuenta testigos, el Consejo puso reparos a los abuelos maternos y a la abuela paterna, e indicó al rey que sólo con una dispensa de nobleza otorgada por el Papa sería posible el disfrute del hábito de Santiago por parte del pintor. Además, las constituciones de la caballería excluían el oficio de pintor. Las gestiones del rey y sus embajadores ante Alejandro VII arrancaron el documento de dispensa con el cual, el 28 de noviembre de 1659, se hizo efectivo el hábito a pesar de no ser noble. Con estos episodios Velázquez, que se había desenvuelto entre nobles y caballeros en razón de su oficio y de los cargos en el Alcázar, obtenía el paso al estamento nobiliario. Conocía las distinciones que los príncipes habían dispensado a los pintores, las de Carlos V a Tiziano y el vivir principesco de Rubens, y debió abrigar pronto esperanzas de alcanzar un status equivalente.

Sus orígenes sevillanos eran sospechosos de descender de conversos; pero los empleos en palacio fueron salvando poco a poco los escollos y afianzando otra personalidad, si bien nada podría hacer por sí mismo en dos temas cruciales de la estructura social de la España del siglo XVII: la limpieza de sangre como garantía de hidalguía y el oficio manual de pintor, considerado envilecedor, con el cual Velázquez había comenzado a vivir. Las dos situaciones adversas para disfrutar el hábito de Caballería al que aspiraba se daban en Velázquez, de modo que cuando hubo que justificar su hidalguía los testigos escogidos fueron negando sistemáticamente la evidencia. Sólo con la dispensa de nobleza del Papa y la cédula de Felipe IV pudo Velázquez ser nombrado caballero de Santiago, el más alto honor alcanzado por un pintor del siglo XVII en España. El último servicio de Velázquez al rey estuvo relacionado con la firma de la Paz de los Pirineos en la Isla de los Faisanes, en la desembocadura del río Bidasoa, en junio de 1660, entre Luis XIV de Francia y Felipe IV, sellándola con la boda real del rey francés con la infanta María Teresa de Austria. Como Aposentador Mayor todo corrió a cargo de Velázquez, quien por primera vez se halló en una ceremonia oficial en su papel de cortesano, luciendo orgulloso la venera de caballero santiaguista. Poco después de regresar de este viaje, el 6 de agosto de 1660 murió Velázquez en Madrid, en la Casa del Tesoro aneja al Alcázar, siguiéndole pocos días después su viuda Juana Pacheco.

Como hombre ascendido y colmado de honores por Felipe IV, incluso por encima de otros de mejor estirpe, Velázquez tuvo sus enemigos, de modo que sus bienes inventariados en la Casa del Tesoro, donde vivía, y en el Cuarto del Príncipe del Alcázar, donde trabajaba, fueron confiscados temporalmente bajo la acusación de fraude a la Corona, que no llegó a demostrarse. Palomino, que narra el trance en que se vieron los herederos del pintor y el apoyo de don Gaspar de Fuensalida -en cuyo panteón de la iglesia de San Juan Bautista de Madrid fue enterrado Velázquez-, recoge la respuesta de confianza que diera el rey sobre el asunto: "Creo muy bien lo que me decís de Vélázquez, porque era bien entendido". La prolongada y estrecha relación entre Felipe IV y Velázquez se vio mutuamente recompensada; al ennoblecer al pintor, Felipe IV dignificó el Arte de la Pintura, como la misma Pintura por mano de Velázquez había inmortalizado al rey. La liberalidad del arte, no del oficio vil y mecánico, de la Pintura, su concepción como un ejercicio intelectual y no sólo manual, fue uno de los grandes temas de discusión estética -mezclada con la economía por la tributación a la Hacienda pública- de la España del siglo XVII, que comenzó a clarificarse tras la muerte de Velázquez. Todo su periplo estético está reflejado en la repetida frase de Ustarroz en su "Obelisco histórico" (Zaragoza, 1646): El primor consiste con pocas pinceladas obrar mucho, no porque las pocas no cuesten, sino que se ejecuten con liberalidad, pues el estudio parezca acaso y no afectación".

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