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Barroco Español

Desarrollo


Barroco efímero son términos que llevan implícito el contexto crítico en el que se desarrolla la fiesta. Pese a su esplendor, las manifestaciones artísticas provisionales son producto de una sociedad decadente con una economía regresiva. Esta paradoja, siempre puesta de manifiesto, ha sido vista como un fenómeno consustancial de la España de los Habsburgo. La frase de Barrionuevo, bien son menester estos divertimentos para poder llevar tantas adversidades, es cristalina acerca del papel instrumental y la función política que asume la fiesta. Con sus arquitecturas mutantes, falsas y engañosas, pero no exentas de derroche y esfuerzos, se organizaba para impresionar, para hacer olvidar la amarga realidad del presente y, pese a sus objetivos, la fiesta no es más que el reflejo de los principios jerárquicos que definen la sociedad barroca. Desde las instituciones, Iglesia y Monarquía, representa una política, pero también un escape colectivo y una distracción en un ámbito urbano ideal que el poder nunca podía satisfacer. La evasión y el alivio pasajero, dentro de lo que Antonio Bonet ha definido como un espacio y tiempo utópicos, estuvieron claramente dirigidos. Si los símbolos emblemáticos fueron mensajes persuasivos de una ideología manifiesta, también los ingredientes de muchos festejos -como juegos de cañas y simulacros bélicos- escenificaron la fuerza del poder. Pese a ciertas transgresiones permitidas por las instituciones organizadoras, la fiesta barroca estuvo salpicada de violentos estallidos y tumultos.

Es el conflicto que origina una evasión dirigida. En Málaga, por ejemplo, durante la celebración del Corpus de 1695 unas restricciones provocaron el destrozo de los decorados y la tira de panfletos difamatorios. La subordinación y el mantenimiento del orden son otros principios inherentes a la sociedad barroca que se proyectarán en la fiesta con vigilancia e intervenciones de guardias y soldados. La violencia y la agresión se ponen de manifiesto en la fiesta por sus propios actos festivos y sangrientos: luchas entre animales, estafemos y otros con idéntico sentido fueron el ingrediente más popular de las celebraciones. El caso de los toros es ejemplar. La negativa a que se lidiaran reses produjo más de un descontento y en Valencia, la prohibición llevó a los organizadores a suplir la corrida por una costosa y espectacular naumaquia, simulacro de batalla naval en el río Turia. Sin embargo, el hecho más claro acerca de cómo la represión fue también espectáculo se encuentra en los autos de fe. Iban precedidos de misas, largas procesiones, música y culminaban en las plazas mayores de las ciudades. Se presenciaban como si fueran obras teatrales y exigían un montaje de madera que adquiría un claro sentido escenográfico. No hay mejor testimonio que el gran lienzo de Rizi reflejando el celebrado en la Plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680. Un enorme tablado se dispuso para dar cabida a esta solemnidad, que duró más de doce horas. Espectadores de excepción fueron los miembros de la familia, real, instalada, en un balcón central: a los lados de la joven reina María Luisa de Orleans se encontraban Carlos II y su madre, Mariana de Austria.

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