Usos y funciones de la Plaza Mayor

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Barroco Español

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Por lo dicho hasta aquí se deduce que la Plaza Mayor se ha utilizado como plaza de armas y de mercado, sin olvidar el matiz añadido por Eiximenis que contemplaba la plaza de su ciudad ideal como un verdadero salón urbano, proscribiendo de allí tanto el mercado como la horca. Una horca con un ajusticiado aparece en la plaza de Bibarrambla de Granada, que actuaba como Plaza Mayor de la ciudad, en el conocido dibujo de Vico grabado por Heylan (c. 1612) y ello nos recuerda, efectivamente, que la Plaza Mayor fue el escenario de las ejecuciones públicas, habiendo sido también frecuente la ubicación en ella del rollo o de la picota, donde se exponía a la vergüenza a los reos o donde se exhibían las cabezas de los ajusticiados. Un ejemplo cabal es la ejecución del condestable don Alvaro de Luna, decapitado en 1453 en la Plaza Mayor de Valladolid, donde permaneció expuesta su cabeza durante los nueves días siguientes a su ejecución. En aquella misma plaza tuvo lugar el primer auto de fe celebrado en la ciudad, en 1559, donde ardieron en la hoguera catorce condenados por la Inquisición. Asimismo, cuando Francisco de Pisa (1605) se refiere a la animada vida de la plaza de Zocodover en Toledo, después de pormenorizar sus funciones mercantiles, señala cómo "aquí se suele celebrar lo mas ordinario el auto de la Fe, por el Santo Oficio, haciendo a una parte de ella los cadahalsos, uno en que se sientan los señores y otro para los reos y penitentes".

Un conocido cuadro de Francisco Ricci, conservado en el Museo del Prado, nos ha fijado la imponente imagen del Auto de Fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680. En él cabe ver la temporal transformación de la plaza con tribunas, cadalsos, estrados, gradas, tablados, colgaduras, etc., donde con solemnísima pompa y regia asistencia se vieron las causas de ochenta reos, de los cuales fueron condenados a la hoguera veintiuno de ellos que recibirían tormento fuera de la ciudad. La Plaza Mayor sirvió también como teatro para otras funciones más amables, en las que habría que incluir todo tipo de espectáculos públicos imaginables (procesiones religiosas y gremiales, entradas y bodas reales, proclamaciones, torneos y juegos de cañas, comedias y autos sacramentales, etc.), pero fueron la lidia y el rejoneo de toros los que dieron a la plaza su más hondo significado. Todo ello fue obligando a una regularización de las futuras Plazas Mayores para mejor disponer la organización general del espectáculo, iniciándose así una historia paralela entre Plaza Mayor y coso taurino, hasta la independencia de este último, en el siglo XIX, como arquitectura específica sin ningún tipo de compromiso urbano, pero conservando para siempre el nombre de plaza. Desde el siglo XVI, cuando menos, todas las Plazas Mayores, regulares o no, sirvieron para correr toros, desde las plazas más importantes, como las de Madrid, Toledo, Valladolid, León, Salamanca, Corredora de Córdoba, San Francisco de Sevilla o Bibarrambla de Granada, hasta las más modestas e irregulares como Riaza y Pedraza (Segovia), Chinchón y Colmenar de Oreja (Madrid), etc.

Algunas Plazas Mayores como las de Tembleque (Toledo) y San Carlos del Valle (Ciudad Real), de una belleza sorprendente en su elemental estructura de madera, se disponen ya formando balcones corridos, con soluciones que a su vez parecen haber tomado algunos elementos del corral de comedias. Prácticamente en todos los casos era necesario montar una compleja estructura complementaria de madera, a modo de tendidos, los llamados tablados, así como atajar las calles con barreras, cuchillos y alzados, etc., de tal modo que por un tiempo la Plaza Mayor cambiaba de fisonomía adaptando su espacio a lo exigido por la fiesta, convirtiéndolo en un espacio absolutamente cerrado y continuo, tanto en planta como en el alzado. Ello representaba uno de los menesteres más comprometidos del Maestro Mayor de la ciudad, de tal manera que cuando Teodoro de Ardemans, que lo era de Madrid, publicó sus conocidas "Ordenanzas" (1719), incluye un capítulo sobre "De lo que se ha de observar en la Plaza Mayor para fiestas de toros", donde describe los pasos importantes, convirtiendo así esta mudanza en una regla práctica. Las "Ordenanzas" de otras muchas ciudades, como las de Toledo, recogen igualmente toda una serie de precauciones carpinteriles que se deben observar para el buen funcionamiento y seguridad del espectáculo taurino. De las muchas descripciones que se han conservado sobre lo que suponía la corrida de toros como espectáculo máximo de la ciudad, hay una especialmente prolija referida a Madrid y debida al anónimo viajero que recorre España a finales del siglo XVII y que dio a conocer el librero holandés Gallet en 1700.

Tiene el interés añadido de mostrar en todo su esplendor el espectáculo, en vísperas de su temporal prohibición con la llegada de Felipe V. El autor no puede contener su emoción al ver el alcance de la fiesta que congregaría, dice, a sesenta mil personas "hasta sobre tos tejados". Luego añade: "Es preciso confesar que ese espectáculo tiene algo de grande, y que es agradable ver en todos los balcones esa gran cantidad de gente, estando todo engalanado y adornado con bellos tapices...". Se refiere asimismo al reconocimiento que de la plaza hace el arquitecto del rey; advierte sobre que los propietarios de las casas y balcones de la plaza "no son los dueños de sus casas ese día, dependiendo del rey el colocar allí a quien le parece"; los preparativos y regocijos populares de la víspera; los desfiles y colocación de las guardias españolas, alemanas y flamencas; la entrada de los reyes; la ubicación de los embajadores; desfile de carrozas; el paseíllo de los toreadores a caballo; el despeje por los alguaciles, etc., momentos éstos en los que la Plaza Mayor entrega cuanto tiene como forma urbana, congregando e identificándose físicamente con la misma ciudad a la que acoge. En función de toda esta serie de espectáculos ya hemos notado que las fachadas de las Plazas Mayores se fueron haciendo cada vez más porosas, aumentando el número de huecos y balcones hasta llegar a situaciones extremas como las ya citadas de Tembleque y San Carlos del Valle, a las que se podrían añadir otras muchas como la muy conocida de Almagro (Ciudad Real).

Pero al tiempo, la necesidad de disponer de un lugar de honor para ver o presidir los festejos, dio lugar al desarrollo creciente del balcón municipal, que en ocasiones, como en la Plaza Mayor de León, no estaba en la Casa Consistorial, por lo que allí fue necesaria la construcción del edificio del Mirador, cuyo nombre lo dice todo. Balcones singulares como el del Pabellón Real sobre el arco de San Fernando en la Plaza Mayor de Salamanca, dentro de la composición general de la ordenada fachada, o improvisados miraderos adosados a edificios preexistentes como los que podemos ver en las iglesias de San Antolín y de los Santos Juanes, en las plazas mayores de Medina del Campo y Nava del Rey (Valladolid), respectivamente, entre otras muchas situaciones intermedias, confirman el poder creciente del espectáculo en la transformación de la Plaza Mayor. En el citado caso de la Plaza Mayor de Medina del Campo, donde tuvieron lugar las ferias más importantes de la Europa del siglo XVI, ampliamente castigada en la serie de incendios que llegó a conocer hasta culminar con el causado por la guerra de las Comunidades, se da también la circunstancia añadida de contar con otro balcón volado en alto, junto a la cabecera de la iglesia, desde donde se decía misa los días de mercado a fin de que mercaderes y compradores pudieran cumplir con aquel precepto. Ello llevaría a hacer una reflexión más detallada del uso religioso de la Plaza Mayor, si bien su incidencia fue muy leve o nula en la arquitectura y disposición de la misma.

Finalmente, y sin poder agotar el múltiple significado que la Plaza Mayor ha tenido a lo largo de su historia, hemos de añadir el principal carácter que, comúnmente, ha tenido este ámbito como espacio público pero propio de la ciudad, en la que el concejo municipal se hace presente con la construcción allí de la Casa Consistorial. Ello se hizo especialmente común a partir del siglo XVI cuando se pusieron en práctica anteriores disposiciones reales, como la dictada por los Reyes Católicos, en 1480, ordenando construir edificios de Ayuntamiento que sustituyeran con nobleza antiguos lugares de reunión: "Ennoblécense las ciudades y villas en tener casas grandes y bien hechas, en que se ayunten las Justicias y Regidores de las ciudades y villas de nuestra Corona Real y a cada una de ellas, que no tienen casa pública de Cabildo o Ayuntamiento para se ayuntar, de aquí adelante cada una de las dichas ciudades y villas fagan su casa de Ayuntamiento y Cabildo...". Ello representaba, sin duda, la afirmación del creciente poder municipal cuyo edificio concejil se convertiría en exponente de la pujanza de la villa. Aunque la obligatoriedad de la construcción y plazos para ejecutarla no indica el lugar en que habían de levantarse los Ayuntamientos, éstos surgieron en la parte más viva de la ciudad, esto es, en su Plaza Mayor, pues como ya recogía el antiguo "Ordenamiento de Zaragoza" (1391): "Que es la plaza é lugar mas noble de toda la.

.. ciudat, é endo todas las gentes así de aquella como forasteros continuamente ocorren o están". Desde entonces fue práctica común levantar el Ayuntamiento en la Plaza Mayor, aunque tenga numerosas y paradójicas excepciones, como sucede en Madrid, donde el Ayuntamiento se encuentra en la antigua plaza de San Salvador -hoy de la Villa-, que es la plaza verdaderamente municipal, mientras que la Plaza Mayor está presidida por la Real Casa de la Panadería, que por una parte habla del peso de la presencia del rey en la Villa y Corte, al tiempo que nos hace reconocer en la Panadería el uso de su fachada como un formidable miradero real. No obstante, insistimos, es absolutamente habitual la presencia del Ayuntamiento en la Plaza Mayor, cerca del núcleo activo de la ciudad, próximo y vigilante de los talleres de artesanos, garante del mercado, etc., pues no en vano los patrones de pesos y medidas se hallaban generalmente en el Ayuntamiento para su contraste, bajo la custodia del almotacén. Igualmente, otras dependencias y servicios municipales o relacionados con la justicia, se encontraban o bien en el mismo edificio o en otro inmediato como la alhóndiga, cárcel, así como las escribanías, etc., de tal manera que la Plaza Mayor fue adquiriendo un carácter cada vez más definidamente municipal y representativo del poder local.

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