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Egipto antiguo

Desarrollo


Para los analistas egipcios, la expulsión de los hicsos significa el comienzo de una nueva época, lo que convierte a su promotor -Ahmose- en fundador de una nueva dinastía, la XVII-, cuando en realidad él pertenecía a la XVII, cuya legitimidad nadie había puesto en duda. Lo curioso es que Ahmose no sólo inaugura una nueva época en la historia oficial de Egipto, sino también en la historia real y viva. En efecto, Egipto se vio inopinadamente inmerso en un mundo y en una época -la que se denomina época de las relaciones internacionales- con los que ni había soñado. El afán de alejar a los asiáticos de sus fronteras lo forzó a adentrarse tanto en Asia, que en un primer avance, lo hizo llegar hasta la cuenca del Orontes y, después, a comprometerse de tal manera en su presencia en Siria, que ya todo el Imperio Nuevo será una pugna con los mitannios, con los hititas y con los propios Estados de Siria, el Líbano y Palestina para no desistir de aquella empresa. Gracias a esta presencia en Siria, acompañada de otra no menos efectiva en Nubia, Egipto no sólo alcanzó los mayores dominios territoriales de su historia, sino también unos recursos económicos que hicieron de él la primera potencia del mundo en algunos momentos. No es fácil de explicar cómo los Estados-ciudades de Palestina y de Siria, que más adelante habrían de caracterizarse por su feroz resistencia a la dominación egipcia, aceptaron sin oposición la autoridad de Ahmose y de sus inmediatos sucesores.

Una posible explicación sería la de que los egipcios se presentaban como restauradores de un orden ya existente con anterioridad, el de la confederación de los pueblos hurritas, si es que los hicsos figuraban en ella, encabezándola. El hecho es que la penetración egipcia no encontró resistencia digna de mención, y que sus agentes se invistieron de una autoridad que, al ser expulsados, los hicsos les habían transferido como señores de Egipto. En el orden interno, Tebas impuso ahora un fuerte centralismo, capaz de sofocar todos los intentos -y tales intentos no faltaron, lo mismo en otros cantones del país que en los dominios de Nubia- de restablecer el anterior régimen feudal. Fue menester para ello reorganizar y modernizar la administración del Estado. La necesidad de abastecer a un Ejército y a una Marina permanentes llevó a la creación de un órgano parecido a un ministerio de alimentación, y así la complejidad de la nueva situación obligó a convertir la administración patriarcal, hasta entonces en uso, en una eficiente máquina de gobierno. Una estela de Amenofis II (1438-12 a.C.) se expresa en términos hiperbólicos a la hora de exponer las cualidades del rey: "nadie es capaz de tensar su arco; al galope de sus caballos, él es capaz de atravesar de un flechazo cuatro placas de cobre; él solo acciona los remos de su barco cuando toda la tripulación ha caído exhausta; el número de piezas cobradas en una cacería por él solo supera al de las cobradas por todo su ejército.

..". Jamás un rey había ponderado con este lenguaje unas cualidades de fuerza y habilidad físicas que se le daban por supuestas, sin menoscabo de otras mucho más estimables. Se diría que el ideal heroico de los hicsos había llegado a afectar a la imagen egipcia del rey. Cuando esta imagen se compara con la hasta entonces dominante del funcionario prudente y comedido, se percata uno de hasta dónde la vida espiritual egipcia se había visto afectada por la dominación de los hicsos. Otro tanto se observa en el terreno de la religión. La gente visita ahora edificios sagrados, como templos, pirámides y tumbas, no como antes, para rezar sus preces con devoto fervor, sino para contemplarlos con ojos totalmente profanos, más interesados en el goce estético que en el piadoso recogimiento. La Edad de Oro reinante en el albor del mundo y a la que todo faraón se afanaba por retornar se antoja ahora utópica a quienes proponen lo contrario: mirar hacia el futuro con la fe puesta en el progreso de la humanidad. El mundo es mucho menos complicado de lo que los sabios propugnan; hay que mirarlo con optimismo. Bien están el conocimiento y la razón; pero no hay que menospreciar el sentimiento y los afectos. Por mediación de éstos, se pueden alcanzar muchas metas fundamentales para el hombre. Este dualismo razón-sentimiento tuvo graves repercusiones de orden social, y al lado de los egipcios formados culturalmente en la escuela de Amón se encuentran otros muchos, a menudo en altos puestos y muy cercanos al rey, que se han educado en la escuela de la vida, las más de las veces empezando sus carreras como soldados del Ejército o como simples obreros, en las cuadrillas de los servicios del Estado.

Desde el punto de vista de las realizaciones monumentales y artísticas, destacan como personalidades rectoras las de los faraones siguientes: la reina Hatshepsut (1503-1490 a. C.); Tutmés III (1490-1436); Amenofis III (1403-1364) y Amenofis IV (1364-1347). La extinción de la Dinastía XVIII se vio acompañada de grandes pérdidas territoriales en Asia, a beneficio de los hititas de Suppiluliuma, y de una confusa situación en el interior, provocada, en primer lugar, por la herejía de Amarna, y después, por la reacción contra la misma. Las convulsiones de esta crisis habían diezmado hasta tal punto al personal capacitado para la administración de las finanzas y de la justicia, víctima de las depuraciones efectuadas primero por los seguidores de Amenofis IV y más tarde por sus detractores, que Horemheb, generalísimo del Ejército y después faraón (1332-1306), pasó grandes apuros para volver a poner en marcha aquellos órganos de la vida del país. La arquitectura y las artes plásticas no se vieron afectadas en igual medida por la actitud neutral que la mayoría de los artistas asumió; pero otras esferas de la cultura, donde los sacerdotes y sus escuelas tenían gran peso, experimentaron un bajón del que Egipto no se recuperó nunca más. La facultad de pensar con independencia, de confiar en la razón como instrumento primordial para el dominio del hombre sobre el cosmos, se vio suplantada por la fe ciega en las fórmulas rituales, en la magia, en los poderes ocultos, en todo lo que mantiene a los pueblos atados a la superstición y a la ignorancia.

Ello explica el ritmo lento con que en adelante van a evolucionar las cosas. Cierto que Egipto había sido siempre un país de espíritu marcadamente conservador, pero el inmovilismo y el tradicionalismo que los Ramesidas fomentan, sin duda con el apoyo y el aplauso de una gran parte de sus súbditos, da a la cultura egipcia de la época -una época de cerca de tres siglos de duración- una fisonomía casi única en la historia. Dada su extracción, no es de extrañar que Horemheb colocase a sus compañeros del Ejército en los puestos de confianza. Los nombres de estas personas, y sobre todo los de sus padres, indican que muy a menudo eran de origen extranjero, y en su mayoría de raza semítica -historias como la de José y la de Moisés debieron de ser frecuentes-. En este círculo de amistades, y probablemente entre estas familias de extranjeros establecidas de tiempo atrás en las ciudades del Delta -Tanis en el presente caso-, eligió también Horemheb a su sucesor, Ramsés I, con el que no le unía parentesco alguno. El elegido debía de ser hombre de edad avanzada, pues no reinó más que dos años, suficientes, sin embargo, para fundar una nueva dinastía, en la que destacaron eminentes figuras: primero su hijo, Seti I (1305-1290 a. C.); después, su nieto, Ramsés II (1290-1224), cuyo reinado llena la mayor parte del siglo XIII a. C. A estos sucederían otros, y aún otros después, que sin llevar su sangre asumirían respetuosos el prestigioso nombre de Ramsés.

La capital del país vuelve a radicar en Menfis, donde se hallaba de guarnición el grueso del Ejército, y donde los faraones, como generalísimos del mismo antes que otra cosa, se sentían más seguros. Pero Tebas no dejará por ello de ser objeto de numerosas, grandes y continuas atenciones, y eso sin contar con el supremo privilegio de que los faraones sigan enterrándose en ella y construyendo allí sus templos funerarios, de cuya importancia económica sería ocioso hablar. No; los tebanos no tendrán motivo de descontento, y menos aún si consideran la conveniencia de que el faraón se encuentre próximo al teatro de los más graves acontecimientos cada vez que éstos se produzcan. Pero aun así, los sacerdotes de Amón, no contentos con haber recobrado todas sus prerrogativas, pretendieron incrementarlas, lo que dio ánimos a Seti I para construir en Abidos, como obra suya, un templo con poder económico suficiente para contrarrestar el peso de Karnak y el de todos los templos funerarios de otros faraones, dependientes de aquél. Así iniciaba el rey un doble movimiento: el de conversión de los templos en centros de poder económico, y el de servirse de ellos en los conflictos de política interior. Con el faraón como árbitro, la lucha por el poder se polariza entre dos estamentos sociales, el de los sacerdotes y el de los militares, bien situados ambos en sus respectivas posiciones.

En el terreno espiritual la intransigencia y el rigor de los primeros se enfrentará a las concepciones liberales -sobre todo en lo religioso- de estos últimos. Para éstos, que cuentan con el apoyo y la simpatía del rey, los monumentos pertenecen a la esfera de lo profano, y sus restauraciones tienen un carácter más secular que religioso, como si el ocuparse de ellos fuese más una competencia de arqueólogo que de sacerdote. Las tumbas privadas seguirán representando escenas y memorias autobiográficas, según los criterios y el estilo de la etapa precedente; pero ya desde la época final de Ramsés II se advierten signos de una nueva orientación y de las restricciones impuestas a la libertad de expresión. Es evidente que los sacerdotes no sólo se han adueñado del poder político, sino que, mediante un código de rígidos dogmas, han adquirido también un dominio absoluto sobre las almas. Como consecuencia de ello, el repertorio de los decoradores de las tumbas se ve reducido a transportar a ellas los pasajes pertinentes del Libro de los Muertos y las escenas rituales de sacrificios, transfiguraciones y desfiles de dioses. Como dato muy elocuente de hasta dónde llegó la represión, baste decir que las bailarinas desnudas que alegraban algunas tumbas del pasado fueron púdicamente dotadas de vestidos pintados encima. El poder de los sacerdotes llegaría al extremo de hacer hereditarios sus puestos, por lo que en Tebas el sumo sacerdocio llegó a ser equiparado al rey durante toda la XXI Dinastía.

Con respecto al paréntesis de Amarna, no pasó de ser un efímero incidente en la historia multisecular de Egipto. Y si en la historia de la Egiptología es mucho más que eso, se debe a dos sensacionales descubrimientos de nuestro siglo: el de la Ciudad de Tell el-Amarna, de su archivo palaciego y del taller de su escultor Tutmés, y el de la Tumba de Tutankhamon, que han hecho de este faraón, de su antecesor, Amenofis IV, y de la esposa de éste, Nefertiti, los personajes más populares del Egipto faraónico. Amenofis IV (1364-1347) segundo de los hijos varones de Amenofis III, apenas era conocido antes de suceder a su padre en el trono. Es incluso probable que Amenofis III pensase en la mayor de sus hijas, Satamón, como presunta sucesora, pues en las postrimerías de su reinado esta princesa cobra mucho más relieve que el príncipe, su hermano; tiene ella como administrador de sus bienes a Amenhotep, hijo de Hapu, y ostenta el título de Esposa Real, como cumplía a una heredera. En todo caso, es seguro que Amenofis III no hizo a su hijo corregente, como a veces se lee, y que después de su muerte, Satamón desaparece como por ensalmo. Amenofis IV figura hoy en la historia de las religiones como un gran reformador religioso, el primer monoteísta. Si llegó a serlo, lo fue de una manera gradual. Sus nombres indican la evolución de sus ideas. En el nombre de coronación llama ya la atención el último elemento: Nefer-khaper-wanre.

Este wa'-n-re' terminal quiere decir "único de Ra"; y más sorprende aún que, además de rey, se autodenomine sumo sacerdote de Harakhte. Se ve que ya le bullía en la cabeza la idea de contraponer a Amón la figura del dios Sol, el viejo Ra. Su primera obra, en efecto, va a ser un grupo de templos, fuera del recinto de Karnak, en donde el Sol reciba culto a cielo abierto, como enseguida vamos a ver. El nuevo dios es rebautizado con un nombre que explica su figura y su esencia: "Reharakhte, el que se regocija en el horizonte, su nombre, Resplandor (Shu), que está en el Disco Solar (Atón)". No, pues, la figura tradicional del hombre con cabeza de halcón, sino, sencillamente, un disco con muchos rayos luminosos, terminados en manecitas humanas. Ya Amenofis III había empleado un nombre parecido para describir a Amón-Ra, pero Amenofis IV omite la equiparación con Amón y adopta la forma de culto que Ra tenía en Heliópolis, obeliscos incluidos. Con un celo propio de un fanático, impone el rey a todos sus súbditos la obligación de dirigir sus preces exclusivamente al disco solar. Para tener las manos libres, el rey comenzó a construir su futura residencia a unos 225 kilómetros al norte de Tebas, junto al actual pueblo de Amarna, y le dio el nombre de Akhetaton -Horizonte de Atón-. Fue entonces también cuando Amenofis abandonó su nombre familiar, de Amenhotep, y adoptó el de Akhenaton -Útil a Atón-; declaró la guerra a muerte a Amón y demás dioses, y mandó raer sus nombres de todos los monumentos, desde el Delta a las más remotas ramblas de Nubia.

Corría el año 6 de su reinado. En el 5, aún se llamaba Amenhotep y permitía que se hablase de los dioses. La conmoción llegó al extremo de confiscar todas las propiedades y rentas de Amón, con sus consecuencias económicas y sociales. El visir de Tebas, y sumo sacerdote de Amón, el elegante y bello Ramose, abandona sus cargos y su tumba-museo, y como él, caen en desgracia el tío del rey y el segundo sacerdote de Karnak, reemplazados por hijos de nadie cuyos únicos méritos eran la lealtad al rey, como en el caso de su antiguo pedagogo, Eye, que ahora se arroga el título de Padrino, y su esposa, la antigua niñera de la reina Nefertiti. Algunos son extranjeros, como el poderoso ayuda de cámara, Dudú el Amorreo. Nefertiti había dado ya a su marido dos hijas, con las que aparece ofreciendo sacrificios en los primeros relieves de Karnak, pero había de tener cuatro hijas más. Las atribuciones de la reina eran como las de un rey varón; valgan como testigos los relieves en que se la ve recibiendo a prisioneros en cadenas y aporreando a otros en la cabeza. Entre los años 8 y 12 del reinado, se aprecia otro cambio teológico. En vez de Reharakhte, el que se regocija en el horizonte..., se le denomina ahora "Ra, señor del horizonte, el que se regocija en el horizonte, el padre, el que ha regresado en el Disco Solar". Ha desaparecido de la nomenclatura el nombre Resplandor que parecía aludir y evocar al antiguo dios del aire Shu, y se atempera su calidad de luz cálida, para resaltar, en cambio, su identidad con Ra, el antiguo dios progenitor, Ra el Padre, de modo que el disco solar reinante en la actualidad, y visible en el cielo, es el que ha regresado y es, al mismo tiempo, Padre del Rey.

Como éste es el único que conoce la voluntad del Padre, es también el único que puede enseñar la verdadera doctrina, el único mediador entre Dios y los hombres, el único a través del cual pueden éstos llegar a Aquél. Por eso no hay, en las casas, capillas de Atón, sino sólo capillas del rey, como único que reza a Dios. En los muchos altares y estelas hallados en estas capillas, aparece el rey representado en toda su humanidad, un poco obesa, con su mujer y sus hijas, a las que besa y con las que come, algo nunca visto en Egipto, pero que hubo de ser promovido por el rey, pues de otro modo no lo hubiese consentido. Ese calor humano era el mensaje del dios hecho hombre. Si la filosofía que inspiraba este movimiento era la de la verdad por encima de todo, ya se comprende que la primera víctima iba a ser el estilo bello de Amenofis III, con todas sus secuelas: el artificio, la escultura cortesana, los relieves como los de la abandonada tumba de Ramose; incluso en el lenguaje literario, la afectada imitación del estilo del Imperio Medio a expensas de la graciosa y sabrosa lengua vulgar. Había llegado la hora de lo que realmente está ahí, lo que en arte equivale al aspecto real y verdadero de los hombres, las bestias y las cosas, tal como ellos y ellas son a la cálida y vivificante luz del sol. El hecho, tal vez imprevisto, de que a partir de aquí se impusiese un estilo, o mejor dicho, dos estilos consecutivos, tan formalistas como los antiguos, con normas y leyes fijas e imperativas, acaso se deba a la idiosincrasia del egipcio antiguo, porque a nadie se le escapa que entre el estilo expresionista de los colosos de Amenofis IV, de su primera obra de Karnak, y sus retratos y los de la bella Nefertiti realizados en Amarna por el escultor áulico Tutmés, media un abismo.

Este será todo lo vasto que se quiera, pero ambos, el primero y el segundo, son tan artísticos como el estilo bello de Amenofis III que venían a reemplazar. Quizá la razón de ser de ese abismo haya que buscarla en el cambio que se observa entre las dos concepciones, y en el papel del rey entre la primera y la segunda época de Amarna. En el segundo y tercer año de su reinado, Amenofis IV celebró en Karnak su solemne jubileo, que iba a ser la ceremonia inaugural de una nueva era y tener como exponente una serie de edificios dignos de la efemérides, que dejarían en la sombra, como de costumbre, a todos sus precursores. Conocemos los nombres de cinco de ellos y tenemos restos de algunos. El más conspicuo, y en parte excavado, era el Gen-po-Aton, "El disco solar es hallado", situado a unos cien metros al este del recinto de Amón, donde la misión norteamericana dirigida por D. B. Redford inició la búsqueda en 1975. Cincuenta años antes (1925) el ayuntamiento de Luxor había abierto allí una zanja de drenaje y encontrado restos de una serie de estatuas de Amenofis IV y gran cantidad de bloques de arenisca, muchos de ellos con relieves del estilo típico de Amarna. Henri Chevrier, entonces Inspector de Antigüedades, inició una labor de recuperación que resultó infructuosa por no haber descendido, según se ha comprobado ahora, a la profundidad conveniente. Los trabajos actuales han demostrado que los relieves y las estatuas pertenecían a un gran patio, rodeado de un pórtico de pilares, precedidos de estatuas del rey, de seis metros de altura.

Es posible que aquí se encontrase también la que las inscripciones llaman "Mansión de la piedra Ben-ben", trasunto de la antiquísima del mismo nombre existente antaño en Heliópolis, y que tenía por centro un obelisco. La reforma religiosa estaba, pues, en marcha y así lo acreditan este santuario y los nombres de sus edificios: "Exaltados son por siempre los monumentos de Atón, El Robusto y la Caseta del Disco Solar". Todos ellos fueron demolidos hasta sus cimientos al término de la época de Amarna, y sus bloques -recuperados hoy en número de más de 40.000- reutilizados en la construcción del Pilono II y de otras obras realizadas entonces y después, incluso en El Cairo.

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