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Datos principales


Rango

Egipto antiguo

Desarrollo


El corte súbito experimentado por la historia de Egipto tras el Imperio Medio sobreviene cuando nada lo hacía prever, y de la forma que el egipcio, de mentalidad tradicionalista y conservadora, tenía por más calamitosa -humillante hasta el extremo de parecer algo contrario a la voluntad de Dios-: una invasión extranjera. Haciendo gala de sus habituales florituras, Maneton pone en conocimiento de su público (el del Egipto helenístico) que en el reinado de "Tutimaios, y por motivos que desconocemos, la cólera de Dios descargó sobre nosotros, pues inopinadamente unos forasteros de procedencia oriental invadieron nuestro país y lo conquistaron, sin tomarse la molestia de desenvainar la espada...". Los invasores en cuestión eran los hicsos. Esta denominación, traducible por reyes extranjeros, no se puede aplicar, como es lógico, a todo un pueblo, sino sólo a sus jefes, pero a falta de otra mejor, o más precisa, es la que se viene empleando. Es de advertir que para los egipcios, hicsos era sinónimo de asiáticos, invasores del este, que al mando del rey Salitis habían sentado sus reales en la zona del Delta. La imprecisión de las fuentes al decir algo más sobre los hicsos ha dado pie a muchas cábalas acerca de quiénes podrían ser estos asiáticos. Se ha pensado, en primer lugar, en un pueblo semítico, en vista de cómo los hebreos y otros nómadas del mismo tronco merodeaban y se infiltraban en Egipto en épocas de carestía en sus países de origen.

Se ha pensado también en los hurritas, unas gentes que en un momento dado -no mucho después de aquél en que ahora estamos fijando nuestra atención- experimentaron la hegemonía de los elementos arios, procedentes de las estepas del sur de Rusia, que vivían entre ellas y llegaron a dominar a varios países del Asia Anterior -las Tierras de Hurri como vinieron a llamarse temporalmente Kizuwatna (Cilicia), Siria y Palestina-, e incluso a constituir un imperio, el de Mitanni. Fueran de ésta o de otra estirpe los invasores hicsos de Egipto, el caso es que el país experimentó gracias a ellos un cambio tal de carácter, que nunca más volvió a ser el mismo. Entiéndase esto, no en un sentido peyorativo, sino positivo: Egipto no será ya nunca un Estado de funcionarios competentes y nada más, sino que al lado de ellos -que por supuesto, no fueron siquiera postergados- habrá lugar para el soñador y el aventurero, el reformador religioso y el amante de novedades, en suma, para tipos humanos que darán de Egipto una imagen nueva y dispuesta a afrontar el porvenir con sentido de la responsabilidad y respeto al pasado, pero también con imaginación. El acoplamiento de los hicsos a Egipto fue tan perfecto que la Arqueología es incapaz de detectarlos. Sólo en los entrelazos de ciertos escarabeos -de los llamados precisamente escarabeos hicsos- se cree advertir el gusto de los intrusos por estos enrevesados motivos. Aunque las bases de su poderío se hallaban en el Bajo Egipto, éste se hizo sentir también en el Alto, muy a pesar de los tebanos -la Dinastía XVII- y de su tenaz resistencia. La organización que los hicsos imprimieron al Estado, en un régimen algo semejante al del feudalismo, facilitó la labor de reconquista emprendida por los tebanos, que culminó en la toma de Avaris y en la expulsión de los restos del ejército enemigo. La persecución de éste por territorio asiático y el establecimiento de una cabeza de puente en Sharruhen (al sur de Palestina) fueron los primeros pasos hacia algo no previsto al parecer por los tebanos: la presencia permanente de Egipto en el Asia Anterior, situación que acabaría con su proverbial aislamiento.

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