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Egipto antiguo

Desarrollo


La desintegración del Imperio Antiguo se genera en Menfis, donde el reinado larguísimo, casi centenario, de Pepi II (2247-2153 a. C.) da pábulo a que se reúnan todos los ingredientes de una profunda crisis socioeconómica. Menfis era un distrito superpoblado de funcionarios, militares, profesionales especializados, personal de los templos y de las ciudades y pirámides, comerciantes, artesanos, obreros en activo y en paro. La miseria de los pobres contrastaba como en ningún otro lugar con el bienestar de las clases acomodadas. Bastaba con que la mala gestión de la administración del Estado provocase la carencia de víveres para que el malestar reinante degenerase en hambre y en revolución. Dice Maneton que la VII Dinastía estuvo compuesta de 70 reyes, cada uno de los cuales reinó 70 días. Es un modo de hablar eufemístico, a falta de términos tales como comité revolucionario. Un escrito de entonces, "Admoniciones de un sabio", ofrece un cuadro deprimente de la anarquía en vigor: los esclavos y los desposeídos saquean las mansiones de los nobles; los caminos y los campos están plagados de bandoleros; los labradores realizan sus faenas armados; las familias luchan entre sí hasta el exterminio; las tumbas son saqueadas sin piedad; los recién nacidos se lamentan de haber venido al mundo... en fin, calamidades por doquier. No mucho mejor les fueron las cosas a los componentes de la Dinastía VIII.

En total se les asignan hoy, a las dos, entre veinte y veinticinco años de gobierno, si puede llamarse así el caos reinante. El Alto Egipto se halla dividido en comarcas donde un general se ha hecho fuerte con sus tropas o un sumo sacerdote -"prefecto de profetas" sería el término adecuado- asume el poder con el respaldo del personal y de la economía de un templo. Varios de ellos lograron sacar adelante a los suyos, pero contribuyeron a la desintegración de un Estado que necesitaba para su prosperidad de la cooperación y de la unidad de todos. Sin un comercio organizado y sin los transportes habituales, la plaga del hambre aquejó a muchas comarcas de Egipto que nunca la habían conocido. En Menfis, decían, llegaron a producirse casos de canibalismo. Heracleópolis y Tebas no tardan en convertirse en los nuevos centros del poder del país. Heracleópolis (la actual lhnasia el-Medina) al norte, a unos 100 kilómetros al sur de Menfis, y Tebas al sur. A la primera de ellas atribuye Maneton sus dinastías IX y X, las dos de la Casa de Achtoes, el más terrible de los reyes. Tanto el fundador como sus sucesores representan la continuidad de la tradición del Imperio Antiguo. Si no logran unificar de nuevo el país, honor que corresponderá a los tebanos, sí consiguen salvar la cultura y el arte egipcios. Dos de las obras maestras de la literatura, incluso a nivel universal, "Lamentos de un labrador" y "Doctrina para Merikaré", están escritos en su época, y la segunda de ellas por obra de un rey, cuyo nombre ignoramos, que trasmite al príncipe Merikaré, su hijo, unas enseñanzas de admirable contenido ético y unos conceptos de dios, de la vida y del hombre realmente ejemplares.

Las ideas de que sólo hay un dios y de que el hombre se salva o se condena, no por cumplir o no un ritual, sino por sus obras buenas o malas, germinaron por vez primera en mentes herakleopolitanas. En una época en que la conservación de la cultura, amenazada de muerte, dependía de la palabra hablada y escrita mucho más que de las imágenes del arte, aquellos hombres de Heracleópolis se granjearon para siempre el respeto de la posteridad. La Dinastía XI, contemporánea de las dos anteriores, contaba entre sus antepasados a un prefecto de profetas que en los años del hambre había sabido administrar con tino el templo de Amón en Karnak. Nadie hubiera imaginado el porvenir reservado a aquel oscuro dios de cuernos de carnero y a aquel insignificante lugarejo. Pero de éste nacería la gran Tebas de las cien puertas, y de sus príncipes, tan rudos como engreídos (el lema del hidalgo tebano rezaba: "Yo soy el héroe que no tiene par"), los tres Antef antecesores del reunificador Mentuhotep (2060-2010 a. C.). Nada tiene de extraño que enfrentados a rivales de este talante, los cultos y reflexivos faraones de Heracleópolis acabasen por sucumbir. Pero para esto faltaban aún bastantes años. Entre tanto, Egipto viviría dividido en dos Estados, muy desiguales en lo espiritual, pues mientras el norte conserva la cultura heredada, los tebanos acreditan no sólo en la artesanía de sus estelas, sino, lo que es peor, en su lengua y en su escritura, una apreciable falta de educación.

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