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Renacimiento Español

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Domenikos Theotokópoulos nació en Candía (hoy Heraklion), capital de la isla de Creta, por entonces posesión veneciana. El propio artista dejó constancia de la fecha de su nacimiento al declarar que tenía sesenta y cinco años en unos documentos relativos al pleito de la obra de Illescas, otorgados en 1606. De su familia sólo se sabe el nombre de su padre, Jorghi (Jorge), fallecido antes de 1566, y el de un hermano llamado Manoussos (Manuel), quien fue recaudador de contribuciones en Candía por encargo de la República veneciana. La formación intelectual que el pintor demostró a lo largo de su vida parece indicar que nació en el seno de una familia de clase media o alta, ya que en aquellos tiempos sólo estos grupos sociales podían proporcionar estudios a sus miembros. El primer documento conocido sobre el artista data del 6 de junio de 1566, en el que aparece como testigo en la venta de una propiedad inmobiliaria, en Candía, figurando como maestro pintor, lo que indica que en esa fecha ya había concluido su formación artística en Creta. Aunque por entonces la isla era un floreciente enclave económico y comercial, con un ambiente artístico importante, el Greco decidió abandonarla. para marchar a Venecia, impulsado probablemente no sólo por el deseo de ampliar las posibilidades de su futura carrera como pintor, sino también buscando enriquecer su formación en el conocimiento directo del arte italiano, cuyos ecos renovadores, aunque tímidamente, habían empezado a influir en la escuela pictórica cretense, todavía muy dependiente de la estética bizantina.

En diciembre de 1566 aún se encontraba en Candía y la primera, y única, noticia, documental conocida de su estancia en Venecia, referente al envío de unos dibujos a un cartógrafo cretense, está fechada el 18 de agosto de 1568, por lo que hay que suponer que hacia 1567 llegó a la capital del Adriático. Su estancia en esta ciudad le proporcionó sólo en parte lo que él pretendía. Le permitió por un lado aprender y perfeccionar su estilo en uno de los focos pictóricos más importantes del siglo XVI, pero sin embargo no encontró allí el camino para desarrollar y demostrar las posibilidades de su arte. Indudablemente un pintor joven, recién llegado y con escasa experiencia no podía competir a la hora de los encargos con los Tiziano, Tintoretto o Veronés, por sólo citar a los maestros más relevantes de la fecunda escuela veneciana de la época. Esta situación fue la que quizá le impulsó a dejar la ciudad de los canales para buscar mejor fortuna en Roma, donde ya se encontraba a finales de 1570. Sin embargo, antes de llegar a la Ciudad Eterna parece que visitó otras zonas, como Mantua, Ferrara, Parma y Florencia, donde admiró diversas obras que después inspiraron algunos de sus lienzos o fueron comentadas con admiración en sus escritos. Los comienzos de su estancia en Roma estuvieron marcados por su relación de amistad con el miniaturista croata Julio Clovio. Este, en carta fechada el 16 de noviembre de 1570, le recomendó al cardenal Alejandro Farnesio como "un joven candiota, discípulo de Tiziano, que a mi juicio figura entre los excelentes en pintura", solicitando para él su protección y que le permitiera residir en su palacio hasta que encontrara otro alojamiento.

El encuentro con Clovio fue afortunado para el Greco, porque le permitió entrar en contacto con el influyente cardenal Farnesio y con su entorno intelectual y artístico, de inspiración manierista. En este círculo cultural destacaba la personalidad del bibliotecario del cardenal, Fulvio Orsini, quien no sólo admiró su pintura -en su colección figuraron varias obras del cretense- sino que también le proporcionó la oportunidad de relacionarse con algunos humanistas españoles, como el canónigo de Toledo Pedro Chacón y don Luis de Castilla, siendo quizás éste el comienzo del camino que posteriormente llevaría al pintor a España. Aunque el primer dato conocido de la estancia del Greco en Roma es la carta de Julio Clovio, el artista debió de llegar a la ciudad algún tiempo antes y en ella permaneció aproximadamente hasta 1576. En esa época el manierismo romano estaba en fase de renovación a causa de las exigencias moralizadoras de la Contrarreforma, que rechazaba la artificiosidad esteticista de la pintura anterior, por lo que el cretense pudo en esa etapa de su vida estudiar e incorporar a su estilo los nuevos planteamientos ideológicos que iban a imperar en la pintura religiosa de las últimas décadas del siglo XVI. El 18 de septiembre de 1572 ingresó en la Academia de San Lucas como miniaturista. Este hecho debe ser entendido no como un reconocimiento de sus méritos pictóricos sino como un medio para integrarse en el gremio de artistas de la ciudad y poder abrir taller propio.

Es decir, lo que demuestra es que el Greco pensaba establecerse en Roma. Sin embargo, sus deseos no se cumplieron. No cabe duda que durante su estancia romana fue admirado y protegido por algunos entendidos y eruditos y que tuvo diversos encargos. Pero todos ellos fueron privados, ninguno de carácter eclesiástico o institucional, que eran los que en definitiva podían proporcionarle fama y prestigio. Mancini, en su nota biográfica sobre el artista escrita hacia 1619, recogió sus comentarios desfavorables sobre el Juicio Final de Miguel Angel, afirmando que sus palabras indignaron tanto a los artistas y amantes de la pintura que se vio obligado por ello a marchar a España. La proximidad en el tiempo del relato de Mancini y el propio carácter orgulloso del pintor, que posteriormente comentaremos, prestan verosimilitud a esta versión, pero es poco factible que sólo por esas palabras el Greco abandonara Italia. Para tomar esa decisión otras circunstancias debieron de influir en su ánimo. Quizá la principal fue el nulo reconocimiento oficial obtenido por su pintura en Roma, como ya se ha dicho anteriormente, y el convencimiento de que su situación no mejoraría. La competencia para obtener los grandes encargos era mucha, y artistas como Zuccaro, Pulzone o Sicciolante, con su frío y dibujístico estilo, eran los preferidos de la importante clientela eclesiástica, cuyo gusto por consiguiente estaba bastante alejado de la concepción pictórica del Greco, basada en el color y a la que el artista no estaba dispuesto a renunciar.

Ante este ambiente poco propicio para él, quizá sus amigos españoles, que había conocido en el palacio Farnesio, también le ayudaron a tomar la decisión de abandonar Roma, aconsejándole que se trasladara a España, donde Felipe II buscaba pintores para decorar el monasterio de El Escorial y donde además sus influencias podían abrirle nuevos caminos, como así sucedió. Hacia 1576 el cretense dejó definitivamente Italia, según algunos especialistas después de haber estado en Venecia el año anterior. Es lógico suponer que la elección de España como destino de su viaje estuvo determinada por su deseo de participar en la decoración escurialense y entrar así al servicio del monarca más poderoso de la Tierra, Felipe II. Es probable que su primer destino fuera Madrid, donde quizá permaneció algún tiempo tratando de entrar en contacto con los círculos cercanos al rey, pero sus intentos resultaron infructuosos en esos momentos. Contó entonces con la ayuda de Luis de Castilla, con quien mantuvo una estrecha amistad desde los años romanos hasta su muerte, pues figura como albacea en el testamento del pintor. Castilla era hijo natural del deán de la catedral de Toledo, Diego de Castilla, y él fue quien debió de abrirle las puertas de esta ciudad recomendándole a su padre, ya que este último aparece directamente relacionado con los dos primeros encargos que el Greco recibió en la Ciudad Imperial: los retablos de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y el cuadro de El Expolio de la sacristía de la catedral.

La primera noticia conocida del pintor en Toledo data del 2 de julio de 1577, fecha en la que recibió ciertos pagos a cuenta de la ejecución de El Expolio, aunque debió de llegar a la ciudad algún tiempo antes. A partir de ese momento residió en Toledo hasta su muerte, acaecida en 1614. Sin embargo, esa no debió de ser su intención inicial, ya que en 1579, durante el agrio pleito que sostuvo con el cabildo de la catedral por el pago de El Expolio, afirmó que era extranjero y no tenía ninguna posesión en Toledo, a donde había ido para pintar los retablos de Santo Domingo, palabras que dan un cierto carácter de provisionalidad a su estancia en la ciudad. Sin duda en aquel momento el Greco aún deseaba entrar al servicio real y esa oportunidad se le presentó en 1580 al recibir el encargo de pintar el San Mauricio y la Legión Tebana para la iglesia escurialense. El cuadro llegó al monasterio en 1582, pero no satisfizo al monarca. Fue probablemente entonces cuando el artista comprendió que su destino no estaba en la corte y decidió establecerse definitivamente en Toledo, aunque no se inscribió en su censo de vecinos hasta 1589. No debió de resultarle difícil tomar esta decisión. En principio ya no tenía edad para volver a empezar en otro sitio y además Toledo era un lugar que le ofrecía interesantes posibilidades profesionales y un rico ambiente cultural, adecuado para sus inquietudes intelectuales. Aunque tras su enfrentamiento con el cabildo ya no trabajó más para la catedral, en la ciudad existía un influyente grupo de acaudalados eclesiásticos, nobles y comerciantes que apreciaron su arte desde su llegada y le proporcionaron importantes encargos a lo largo de su vida.

Desvinculado de los principales mecenas de la época, el monarca y la catedral, carecía por consiguiente de cargos oficiales que le proporcionaran un dinero fijo, por lo que se vio obligado desde un principio a participar en un mercado libre en competencia con el resto de los pintores toledanos, a los que superaba en calidad pero también en precio y exigencias. No obstante, su carrera siempre se vio jalonada por el éxito, y en la última década del siglo XVI tuvo que organizar un importante taller para así poder llevar a cabo los numerosos encargos que recibía. En general disfrutó de una posición económica desahogada, aunque en alguna ocasión, especialmente en sus últimos años, se vio acosado por las deudas. Esta situación se originó probablemente por una mala gestión administrativa y por la vida suntuosa que llevaba, quizá por encima de sus posibilidades, sin olvidar que los frecuentes pleitos en los que se veían envueltos sus trabajos retrasaban el pago de los mismos, siempre muy necesarios para sufragar los gastos de materiales y personal en el taller. De los treinta y siete años que el Greco vivió en Toledo poseemos pocas noticias sobre su vida personal. La mayoría de los documentos conocidos sólo hace referencia a encargos y pleitos. Sabemos que en 1585 alquiló unas estancias en el palacio del marqués de Villena, hoy destruido, que estaba situado sobre el actual Paseo del Tránsito, muy cerca de la Casa Museo del Greco. No residía allí en los últimos años del siglo, pero volvió a habitarlo a comienzos del XVII y en él vivió hasta su muerte.

Sus vínculos familiares son también difíciles de precisar. Poco después de llegar a Toledo se unió a doña Jerónima de las Cuevas, a quien quizá retrató en La dama del armiño (Glasgow, Pollock House, hacia 1577-1578). Por motivos desconocidos nunca llegaron a casarse. Quizás él dejó una esposa en Italia o tuvo dificultades para demostrar documentalmente su soltería. No es probable que hubiesen llevado a cabo un matrimonio secreto, como en alguna ocasión se ha apuntado, porque el pintor en su testamento no la cita como su esposa sino como la madre de su hijo Jorge Manuel, cuyas hijas, además, declararon en 1631 ser nietas de Dominico Greco y una soltera. También desconocemos los años que vivieron juntos, ya que no existe noticia alguna sobre la fecha de su fallecimiento. Pudo morir poco después de iniciarse la relación entre ambos o tal vez sobrevivir al pintor, pues en la referencia que éste hace de ella en su testamento no aclara esta circunstancia. El único fruto de esta unión ilegítima fue Jorge Manuel, nacido en 1578, a quien el artista dio los nombres de su padre y de su hermano. Formado en el taller de su padre, se convirtió en su socio profesional a partir de los años iniciales del siglo XVII y, aunque su primera actividad artística estuvo más vinculada a la pintura, tras la muerte de su progenitor se dedicó principalmente a la arquitectura. Como era lógico suponer por su trayectoria anterior, cuando el Greco llegó a Toledo pronto se relacionó con los sectores eruditos de la ciudad.

Sus amistades, como en Roma, pertenecieron a los ambientes cultos toledanos, vinculados fundamentalmente al mundo eclesiástico y al universitario, sin que se le conozca ninguna relación personal con sus compañeros de profesión. Personalidades como el jurista Jerónimo de Cevallos, el abogado Alonso de Narbona, el teólogo Ramírez de Zayas, el escritor y canónigo de la catedral Pedro Salazar de Mendoza, el regidor Gregorio de Angulo, fray Hortensio Paravicino, superior de la orden trinitaria en España, el humanista Antonio de Covarrubias y el ya citado Luis de Castilla compartieron con el Greco sus días toledanos, probablemente manteniendo frecuentes charlas en la residencia palaciega del pintor, mientras escuchaban a los músicos que éste solía contratar para su deleite. Con ellos quizá discutió sus escritos teóricos sobre arte, que desgraciadamente hoy nos son desconocidos, y sin duda sus conocimientos contribuyeron a enriquecer la personalidad del pintor, quien además recibió su ayuda en los momentos difíciles, obteniendo también gracias a sus respectivas influencias importantes encargos en la ciudad. El Greco murió el 7 de abril de 1614. Había otorgado testamento siete días antes, en el que se declaraba cristiano católico de buena fe. Fue enterrado en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, en la capilla que su hijo y él habían adquirido a las monjas en 1612 como mausoleo familiar. Sin embargo, por problemas con la comunidad, Jorge Manuel trasladó su tumba antes de 1619 al monasterio de San Torcuato, que fue demolido en el siglo XIX, perdiéndose así los restos del pintor.

En relación con su condición humana es interesante reseñar lo que conocemos, aunque sea escaso, sobre sus ideas, su carácter y sus gustos y aficiones. Destaca el interés que siempre despertó en él la cultura. Su mente fue la de un hombre del Renacimiento, con un pensamiento enciclopédico preocupado por múltiples aspectos del saber humano. Su biblioteca, inventariada con el resto de sus bienes por Jorge Manuel poco después de la muerte del pintor, estaba formada por textos profesionales, de arquitectura, de perspectiva, matemáticas..., pero también por libros de otras materias como filosofía, historia, astronomía, medicina y poesía. Por fuentes de la época sabemos que en Toledo escribió dos tratados teóricos, uno de pintura y otro de arquitectura, que hoy nos son desconocidos. Todo ello prueba que se consideraba un intelectual dedicado a una actividad liberal y noble, lo que con frecuencia le ocasionó problemas con sus clientes en España, donde los pintores eran tratados como artesanos. Se tenía también en alta estima como pintor y muchos de los pleitos sobre sus obras estuvieron motivados porque a su juicio su arte no era suficientemente valorado. Esta actitud le dio fama de hombre orgulloso, arrogante y soberbio, cualidades que sí debieron formar parte de su carácter, pero que se justifican en su seguridad en su pintura y en sí mismo. Se consideraba un genio y como tal se comportó. Pero esta faceta de su forma de ser no le impidió poseer una gran sensibilidad, apreciar la amistad y amar la música, la literatura y la buena vida. Por su nacimiento en una familia acomodada, y probablemente también por su conocimiento de las costumbres venecianas, gustó de vivir con cierto lujo y refinamiento, como lo demuestra el hecho, ya comentado, de que contratara músicos para que tocasen mientras comía o disfrutaba de la compañía de sus amigos. La imagen que durante tanto tiempo se tuvo de un Greco de arrebatos místicos, introvertido y solitario es falsa, y fue erróneamente extraída de su pintura. En realidad fue un hombre mundano, práctico y realista, bastante preocupado por el dinero y por su prestigio social.

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