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Renacimiento Español

Desarrollo


El siglo XVI es el Siglo de Oro de la historia burgalesa. El tiempo en que se produce la conjunción de los diversos factores -estéticos, sociales, políticos, económicos... - que dan como feliz resultado el brillante quehacer en todos los campos de una sociedad que se siente, a la vez, orgullosa de su pasado, dueña de su presente y con pleno sentido de futuro. En suma, una sociedad que conoce su historia y se sabe sujeto activo de la historia. La arquitectura burgalesa del siglo XVI es una muestra de ese tiempo de plenitud sentido por los hombres que la hicieron. Que sigue viva por la pervivencia de sus más importantes manifestaciones, como testimonio del momento histórico en que fueron creadas no sólo por la categoría de sus edificios, sino también porque responden a un consciente y variado ideario individual y colectivo, a cuyo servicio pusieron el rico programa constructivo que a través de dichos edificios se nos muestra. Ideario eminentemente humanista cual correspondía, a la cultura del momento, si bien de origen muy diverso, resultado de la fusión de ideas procedentes de fuentes diversas en el tiempo y en el espacio. En este caso las de todos los países europeos que, a través de las relaciones comerciales y financieras, formaron el extenso entorno de la vida de los burgaleses. En fin, ideario que, como es lógico, dada la riqueza y variedad de su origen, fue expresado a través de formas arquitectónicas igualmente diversas, pero perfectamente lógicas e identificables en sus formas y funciones en relación con el tiempo y el lugar en que nacen.

De acuerdo con lo dicho, no es posible ver en la arquitectura burgalesa del siglo XVI tanto de la ciudad como del territorio afecto a la misma, es decir, en la Diócesis, una arquitectura renacentista entendida como tal y que, considerada desde un punto de vista formalista purista, sería acorde con los postulados teóricos y formas constructivas del Renacimiento italiano. No es así. Las características esenciales de la arquitectura burgalesa del período no responden a un postulado único o, al menos, dominante, que en este caso serían los modelos italianos, sino que, por razones que podemos calificar de fidelidad histórica, nos ofrece una variedad de formas puras, fundidas o, simplemente, yuxtapuestas en las que se manifiesta el amplio muestrario estilístico del siglo XVI. No encontramos reflejada en estas edificaciones la lineal pureza teórica de los tratadistas italianos, sino el real y omnipresente sentido de la acumulación. Pero no se trata de una arquitectura fruto del capricho, sino de una conducta en la que, a poco que se analiza, se observa el rigor de las formas y la plena adaptación de las mismas a su función, aspectos visibles en cada edificio. A lo largo del siglo XVI se extiende por toda la Diócesis burgalesa una ola de actividad artística que, abarcando todas las artes, tiene su arranque en la arquitectura. Primero se construyen templos y edificios civiles, después se completan con obras escultóricas y pictóricas. El punto de arranque se encuentra en la ciudad en la que durante la segunda mitad del siglo XV se desarrolla una pujante y nueva arquitectura que supone, por un lado, la revitalización del gótico y, por otro, la superación de dicho estilo, sin que ello suponga su olvido y abandono.

Así, la arquitectura burgalesa del siglo XVI resulta ser el fruto de la fusión de la tradición gótica y de la modernidad renaciente. Fusión, no eclecticismo, de formas sedicentemente góticas, fundidas con formas renacentistas, para mostrar un espíritu que se mantiene a caballo entre ambas corrientes. Formas y contenidos que se aprecian igualmente en todas las manifestaciones vitales del pueblo, a la vez apegado a la tradición de la tierra y abierto a las más modernas corrientes culturales europeas, cual corresponde a una sociedad agrícola en los medios rurales y mercantil y financiera en la ciudad, pero ambos medios en constante y necesaria relación. Todos conocen lo viejo y lo nuevo, cada uno toma lo que de cada parte le conviene, de tal modo que los elementos nuevos se emplean de la misma manera consciente con que se emplean los tradicionales. Sobre todo, el uso de estos últimos no debe entenderse como anacronismo, sino como resultado de libre elección, la misma que hará que se empleen los caracteres renacentistas plenos en un retablo y, simultáneamente, en la nueva iglesia aparezcan formas tradicionales góticas.

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