Juan de Anchieta y su obra

Compartir


Datos principales


Rango

Renacimiento Español

Desarrollo


"No ay otra persona ninguna del dicho arte de quien se pueda fiar la dicha obra (el retablo de Medina de Rioseco) sino es del dicho Juan de Anchieta, escultor residente en Vizcaya que es persona muy perita, hábil y suficiente y de los más esperitos que ay en todo este reino de Castilla". Con estas palabras definía Juan de Juni a una de las figuras más descollantes del Romanismo, el guipuzcoano Juan de Anchieta (1533-1588). Su abundante y dispersa obra, la calidad de la misma y los numerosos seguidores, convierten a este escultor en una de las claves para comprender el éxito del nuevo estilo desde el Cantábrico al Ebro y desde Aragón a Burgos. Poco sabemos de sus años de aprendizaje pero no hay duda que tuvo lugar en tierras castellanas de donde no regresó hasta 1570. En Valladolid y probablemente con Juni, de quien es deudor en su estilo, pasaría sus primeros años. Las relaciones con su paisano Blas de Arbizu y con Juan Bautista Beltrán y Francisco de la Maza le vinculan a la obra del retablo mayor del Salvador de Simancas y probablemente al de Astorga, pues Arbizu figura como testigo en el testamento de María Becerra, esposa de Jordán. La famosa deuda que Anchieta tenía con Beltrán de guando se fue agora la postrera vez a Briviesca, le sitúa en la órbita del retablo de Santa Clara, aunque su intervención sigue siendo difícil de precisar. Las composiciones, actitudes y tipos heroicos de Miguel Angel tienen en Anchieta la réplica más precisa de Europa.

El Padre Eterno de Jaca, la Virgen de Las Huelgas de Burgos, los santos emparejados de la Seo de Zaragoza, el Resucitado del sagrario de Tafalla o la Piedad de Cáseda muestran su gran calidad. Las trazas de sus retablos son asimismo pruebas del conocimiento de los tratadistas italianos. Tenemos que esperar hasta 1570 para encontrar su primera obra documentada, el retablo que Gabriel Zaporta mandó hacer en la capilla de San Miguel de la Seo, con el titular de gran empaque a la manera del David miguelangelesco. En la década de los setenta realiza el retablo de Asteasu (1572), el de los Idiaquez en Azcoitia y el de la Sala Capitular del monasterio de Las Huelgas (1575) por encargo del obispo de Pamplona, el castellano Antonio Manrique, del que se conservan relieves y una potente Virgen sedente con el Niño. De estos mismos años son sus mejores retablos, los mayores de San Pedro de Zumaya (1574), Santa María de Cáseda (1576), Santa María de Añorbe (1576) y el de la capilla de la Trinidad de Jaca (h. 1577). En Zumaya, junto a Martín de Arbizu nos deja un sencillo conjunto con frontones y el esquema serliano de arco-dintel que cobija la Asunción. El San Pedro en cátedra y escenas de su vida, com La Liberación, dan ya la pauta de lo que serán sus tipos hercúleos. De mayores proporciones es el de Cáseda donde como en Añorbe, el ensamblador será su fiel colaborador Pedro de Contreras. El programa iconográfico dedicado a María y apoyado en escenas de la Pasión, tiene como obras descollantes la Piedad y la Asunción diferente al prototipo de Astorga.

La calle central en los dos cuerpos del retablo de Añorbe la ocupan una Virgen erguida más ruda que la de Aoiz y una Asunción como la de Cáseda; relieves de santos emparejados acompañan a un San Juan Bautista muy juniano. Si existe una imagen en la escultura del siglo XVI cercana a la terribilitá de Miguel Angel, no cabe duda que ésta es el Padre Eterno, hecho en alabastro, del grupo de la Trinidad de Jaca con su mirada fiera y barbas laocontianas, pero no le van a la zaga los bultos del ángel y San Agustín. Anchieta y Lope de Larrea contrataban en 1578 el retablo de San Miguel de Vitoria, del que se conservan varios relieves como la ya citada Flagelación, y en la catedral de Pamplona hacía un Crucificado (h. 1577) para la capilla Barbazana, de gran clasicismo y pálida encarnación y un San Jerónimo penitente. Su intervención en Las Huelgas posibilitó seguramente el encargo de los grupos de la Asunción y Coronación del retablo mayor de la catedral de Burgos. Los ochenta asisten a una intensificación de su producción pero sólo un retablo, el de Aoiz (1584), fue terminado. El de Santa María de Tafalla (1588), tuvo que ser concluido por González de San Pedro pero siguiendo la traza de Anchieta y responde al tipo empleado en Cáseda. En Aoiz, encontramos tallas en actitudes declamatorias y con telas algodonosas, jóvenes recostados, una Virgen que preludia las que hará en Navarrete y Fuenmayor (1587), y relieves con santos emparejados.

En Tafalla realizó Anchieta una Adoración de los Pastores, en disposición circular y personajes de gran densidad que recuerdan esquemas junianos. El último año de vida contrata con el obispo de Pamplona Pedro Lafuente un retablo para Moneo (sólo realiza el banco), comienza el sagrario de Santa María de Tolosa y deja varias imágenes para el mayor de San Juan Bautista en Obanos y los colaterales de Sotes. El canto del cisne es el Santo Cristo del Miserere de Santa María de Tafalla, apolínea imagen de un Crucificado muerto, proporciones esbeltas y gran clasicismo. La actividad de Anchieta se consolida con sus numerosos contactos a través de colaboraciones o tasaciones, principalmente la realizada con Gámiz en Valtierra y con Lope de Larrea, Arbulo y Fernández de Vallejo. En la difusión de su obra tuvieron importancia sus aprendices y seguidores Pedro González de San Pedro y Ambrosio Bengoechea. La llamada en 1583 desde El Escorial para tasar por parte del monasterio el San Lorenzo, el escudo y armas reales de Juan Bautista Monegro, corrobora una importante trayectoria. Otros romanistas navarros son Juan de Gasteluzar, Bernabé Imberto, Blas de Arbizu o Juan de Biniés. La presencia de Anchieta en Aragón influye en estas tierras, con escultores como Juan de Rigalte, Pedro Martínez el Viejo, cabeza del taller de Calatayud, Pedro de Aramendia y Juan Miguel de Orliens. También la escultura del País Vasco se vincula a Anchieta. En Vizcaya están Martín Ruiz de Zubiate, tras su actividad en Burgos y Briviesca, y Martín de Basabe, y en Guipúzcoa Bengoechea, Jerónimo Larrea y Juan de Iriarte. A Lope de Larrea siguen en Alava Esteban de Velasco y Bartolomé Angulo.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados