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Desarrollo


La reina Juana II murió en octubre de 1349. Su hijo Carlos II, llamado el Malo, llegaría al reino en primavera de 1350, siendo coronado cuando todavía no contaba veinte años de edad. Corrían años difíciles para toda Europa, años de hambre y pestes que asolaron Navarra hasta el punto de reducir su población, en algunas comarcas, a menos de la mitad de la que se había censado en 1330. Sin embargo, al joven rey le preocupaban más otras cuestiones: el reconocimiento de sus derechos en Francia, con buenas expectativas a juzgar por su matrimonio con la hija de Juan II. Los rumbos se torcieron y Carlos II no tuvo inconveniente en acudir a medios violentos. Se alió con el rey de Inglaterra, fue apresado, escapó, intrigó contra el monarca francés y el Delfín, y, por si fuera poco, desde 1362 intervino activamente en los conflictos peninsulares: Castilla contra Aragón, Pedro I contra Enrique de Trastámara, de moda que la acumulación de reveses en tierras francesas e hispanas (Cocherel, 1364; tratado de Briones, 1379) fue consecuencia explicable para unas ansias de poder que carecían del correspondiente respaldo militar y económico. Una vida azarosa, aspiraciones al más alto nivel, ¿rayaron sus intereses artísticos a la misma altura? Sí en sus comienzos, sí parcialmente para sus contemporáneos, que veían en él unas inquietudes intelectuales comparables a las de su cuñado monarca francés Carlos V el Sabio; pero sin duda sus realizaciones no alcanzaron lo que podíamos esperar.

Cuando en los primeros años de reinado encarga la capilla funeraria de su padre, promueve nuevas urbanizaciones en tierras fronterizas con Alava (Huarte-Araquil) o encarga retablos o pinturas murales, parece dar los primeros pasos en lo que hubiera llegado a ser un mecenazgo de gran altura, en paralelo a las composiciones que el músico y poeta Guillaume de Machaut le dedicó en razón de la protección que el rey le dispensaba (Carlos II es el protagonista del "Confort d'ami y del Jugement du roi de Navarre"). Durante sus prolongadas estancias en Francia fue su hermano el infante Luis quien alentó o se responsabilizó de los encargos navarros. Sin embargo, los duros reveses que le afectaron en la segunda mitad de su reinado truncaron las expectativas y el paso de los siglos ha terminado por borrar de la memoria casi todo lo que a su iniciativa se debió. La historiografía, por si fuera poco, ha ido precisando cronologías y corrigiendo algunas atribuciones equivocadas. Obras destacadas, entre las desaparecidas, debieron ser el frontal de plata, piedras preciosas y cristal encomendada al platero navarro Miguel de Zuasti en 1377 para la catedral de Pamplona, y el relicario que dos años antes había llevado a cabo el mismo argentero en colaboración con Juan Garvain para la veneración de la espalda de San Andrés en la parroquia del apóstol en Estella. Una descripción cercana al 1700 precisa que era piramidal, de plata sobredorada esmaltada, adornado con escudos reales y una inscripción alusiva al encargo del monarca.

Entre las labores conservadas hay que citar las pinturas murales que recubrían el tramo del muro oriental inmediato al sepulcro Asiáin en el claustro catedralicio pamplonés (hoy en el Museo de Navarra), dedicadas al ciclo de la Natividad de María. Pese a su mal estado de conservación, en ellas reconoció M. C. Lacarra el empleo de arquitecturas que conjugan elementos clásicos en fondos y ambientaciones espaciales, así como monumentalidad y nobleza en el tratamiento de las figuras, rasgos todos indicativos del italianismo que se deja ver en la pintura navarra de la mitad del siglo XIV. Los emblemas heráldicos de Navarra y Evreux que vemos en el tramo de bóveda correspondiente abonan la idea de la promoción regia, aunque ninguna documentación lo respalde. Una gran empresa suele tenerse por obra de Carlos II: la nave gótica de Ujué. La cuestión resulta compleja. A favor de Carlos II abogan la presencia del corazón del rey en el templo por su expreso deseo, la tradición que adquirieron durante su reinado las peregrinaciones reales al santuario y el impulso que dio a la edificación de un colegio cuyas obras en dormitorio y refectorio cesaron por las guerras. Incluso se identifica con el rey al personaje orante que completa el tímpano de la portada. No obstante, abundan los argumentos en contra. Primero, el corazón: apenas veinte años después de su muerte, dicho corazón "Jazia baixo en un rencon de la dicta eglesia sin ningun seynnal do estaua et fue trasladado en otra part en publico por reduzir a memoria et mover a fazer oration" como es el uso por los difuntos.

¿Tan pronto habían olvidado los clérigos de Ujué que Carlos II había construido la iglesia? Es, además, significativa la ausencia total de referencias a la construcción del templo en la abundante y pormenorizada documentación real conservada, incluidas las mandas testamentarias conocidas de Carlos II. No debemos olvidar las dificultades presupuestarias, sociales y militares a lo largo de su reinado que habrían interrumpido los trabajos, etcétera. Respecto al orante del tímpano, nada en su iconografía lleva a pensar que representa concretamente a un monarca. Por último, algunas realidades históricas y artísticas dan pie a fechar el grueso de las obras del templo en la primera mitad del siglo XIV: es el momento de expansión de un gótico atrevido y refinado en Navarra, emulador de las obras del claustro pamplonés; existen mandas testamentarias publicadas por Uranga relativas a Ujué -una a la "obra de la eqlesia"- de 1318 y 1323; y se conservan en el muro del coro pinturas con un escudo probable del abad de Montearagón, Eximino López de Guerrea (1327-1353). Queda la cuestión de las claves con emblemas heráldicos. Una lleva las armas cuarteladas de Navarra y de Francia, lo que proporciona una datación probable entre 1284 y 1328; otra, las de un abad de Montearagón entre 1359 y 1391. Es aparentemente imposible conciliar ambas claves, por lo que su explicación hipotética requiere largos razonamientos que llevan a una doble opción: o bien la clave del abad Sellán está retallada sobre una preexistente (no sería caso único), o bien en tiempos de Sellán se terminó una obra iniciada mucho tiempo atrás con piezas labradas en el momento inicial.

El resto de las edificaciones relacionadas con Carlos II resulta más bien modesto: la ermita de San Antonio en Ultrapuertos (1385), capillas en San Francisco de Olite y San Agustín de Pamplona (1381), mejoras en las capillas de castillos y palacios (Tiebas, 1351, Pamplona, 1366), colaboración en la reedificación del convento de carmelitas en Pamplona (1375) y en la construcción de dependencias de los franciscanos de Pamplona y Olite, o de dominicos de Estella y Pamplona. Cualquiera de ellas es comparable a lo que promovían normalmente los monarcas medievales, incluidas fundaciones de conventos que no implicaban el pago total de las obras. Muchos conventos mendicantes navarros reivindican ser fundaciones o reedificaciones regias, aunque no puedan presentar otras pruebas que la tradición (franciscanos de Olite por Juana II, clarisas de Estella por Juan II y Blanca, etcétera). Tampoco merece la pena detenerse en las innumerables noticias de obras en palacios y castillos que por tradición consumían poco a poco los recursos del tesoro real. Todos los reyes las hicieron; Carlos II, repetidas veces dada su conflictiva actividad, hasta que su hijo decidió reorganizar la red de castillos regios que había agrupado, en su momento más brillante, cerca de un centenar.

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