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Desarrollo


Navarra durante el siglo XIII había pasado de ser regida por la dinastía autóctona, a verse dirigida por reyes de la casa de Champaña entre 1234 y 1274, hasta la muerte sin hijos varones de Enrique I. Este dejó una hija, Juana I, heredera de la corona, que casaría con el monarca francés Felipe el Hermoso, hijo de Felipe el Atrevido. Quedó así durante medio siglo el pequeño reino pirenaico como un territorio ajeno a la corona de Francia. El precedente de las herederas femeninas de la corona navarra hizo que la grave crisis dinástica francesa de 1328 tuviera solución diferente para el trono de París y el navarro, que correspondía a la hija de Luis Hutin, Juana, casada con Felipe de Evreux. Criados en París y poseedores de sustanciosas rentas en Normandía, Felipe y Juana no se prodigaron por el reino pirenaico, y menos la reina viuda tras la muerte de Felipe en Algeciras en 1343. Entre una cosa y otra, los primeros cincuenta años del siglo XIV se caracterizaron por la ausencia de los monarcas del reino navarro, suplida por la presencia de gobernadores y reformadores. Desde el punto de vista artístico la distancia de los monarcas no significó una merma en el nivel del reino, aunque sí evidentemente en la promoción regia directa. Comparando con la centuria anterior, podemos vincular directamente a ciertos monarcas algunas obras de gran calidad: a Sancho el Fuerte (1194-1234) cabe asignar la iglesia de Roncesvalles; a Teobaldo I (1234-1253) los modos ornamentales góticos en la hoy catedral de Tudela; y a Teobaldo II (1253-1270) la monumental fábrica de Santo Domingo de Estella y el ahora arruinado castillo de Tiebas.

Nada parecido existe en el primer tercio del siglo XIV que sea producto de la munificencia regia. Y no obstante, la obra del claustro y dependencias anejas de la catedral de Pamplona llevan por esos años, en torno a 1300, a que el arte navarro alcance una de sus cumbres. ¿Realmente no intervinieron en él los reyes? Ninguna noticia invita a asignarles papel de colaboradores. Es posible que la obra se emprendiera a finales del siglo XIII con fondos procedentes de las indemnizaciones que habían reclamado cabildo y obispo al rey francés en compensación por la destrucción de la Navarrería. Quizá medió algún permiso regio para utilizar terrenos asolados por tal destrucción de 1276, como más tarde lo dieron para la reurbanización del barrio. Pero no podemos pasar del terreno de las conjeturas, sobre todo si recordamos que en torno al 1300 se vive una explosión constructiva en el reino, originada por la bonanza económica. Determinados escudos que combinan las armas de Navarra y de Francia, a veces incluyendo las de Champaña, llevan a pensar en posibles intervenciones regias entre 1274 y 1328: la espléndida tabla de La Crucifixión, una joya más del gótico lineal navarro, que por su calidad denota autor y promotor de primera fila en los primeros años del siglo XIV; la arqueta de filigrana de Roncesvalles; o los esmaltes que adornan la chapa de plata de la virgen de Ujué. Es posible que alguna de estas obras tenga que ver con la coronación de Luis Hutin como rey de Navarra durante su viaje de 1307.

Lo que sí está claro son las evidentes relaciones con lo mejor que se estaba haciendo en París por esos años, como evidencia la presencia en Pamplona del magnífico relicario del Santo Sepulcro, obra francesa de los últimos años del siglo XIII, o del templete esmaltado del relicario del Lignum Crucis con idéntica procedencia y algunos decenios más tardía. La separación desde 1328 de las coronas francesa y navarra, con la consecuencia de contar con unos monarcas propios, tuvo resultados difíciles de calibrar para el arte navarro. Solía afirmarse que la presencia de los nuevos reyes pudo haber contribuido a la llegada de maestros extranjeros, quizá del mismo Juan Oliver, protagonista de la gran pintura mural navarra del siglo XIV. Así lo confirmaría la representación del escudo real en el mural del refectorio (hoy en el Museo de Navarra) de 1330. Una nueva lectura de la inscripción de dicho mural, unida a la identificación de uno de los escudos que lo acompañan como el del papa Benedicto XII (1334-1342), nos ha llevado a proponer la datación de 1335 para estas pinturas, lo que no impide que Oliver llegara al reino con los Evreux (recordemos que la otra noticia referente al pintor lo sitúa al servicio del rey en 1332), pero sí supone que quedara en Navarra desligado del servicio de los monarcas. El escudo del papa reinante, pareja del primero con las armas del papado, introduce una nueva valoración de la razón de los emblemas heráldicos: nos inclinamos a descartar una participación directa del monarca en el encargo del mural, como tampoco debieron colaborar ni el papa ni Gastón II de Foix (también vemos sus armas). Todo el mérito recae entonces en el promotor que explicita la inscripción: Juan Périz de Estella, arcediano de Usún. No resulta extraña esta pobreza de encargos regios, pues poco tiempo dedicaban a residir en su reino. En cambio, con Felipe y Juana se han relacionado notables obras francesas, como el castillo de Navarra en Evreux, la capilla de Navarra en la colegiata de Mantes, purísimo ejemplo de arquitectura gótica radiante, o el "Libro de Horas" de Juana II.

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