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Desarrollo


En diversas ocasiones y por rigurosos historiadores ha sido puesto de manifiesto el papel que los monarcas de los reinos hispanos jugaron en el panorama de la producción artística medieval. No es raro encontrar alusiones de especialistas europeos, que destacan el mecenazgo artístico, en el sentido amplio del término mecenazgo, protagonizado por nuestros reyes como un factor diferenciador del arte medieval español, no porque no existiese en otros lugares la promoción regia, sino porque ésta no representaba, por lo general, un porcentaje tan elevado, y de modo tan permanente, del total de las realizaciones artísticas. Las peculiares características del reino navarro, entre las que encontramos su limitada extensión (sobrepasaba un poco los 11.000 kilómetros cuadrados), su emplazamiento surcado por importantes vías de comunicación, su vinculación geográfica o política con algunos de los principales focos artísticos medievales -Norte de Francia, Midi, Inglaterra, Castilla, Aragón-, la riquísima documentación conservada en sus archivos -miles y miles de documentos, accesibles y en buen número catalogados o incluso publicados-, y su fascinante trayectoria histórica en los siglos XIV y XV, permiten valorar correctamente las distintas variables que intervienen en la plasmación final del mecenazgo artístico. Entre ellas se cuentan dinastías y monarcas de intereses contrapuestos; circunstancias históricas completamente divergentes, desde el cénit de la expansión a profundas crisis causadas por hambres y mortandades (peste de 1348), guerras externas (Carlos II y los Cien Años), internas (invasiones castellanas) e intestinas (el implacable conflicto entre agramonteses y beaumonteses); atracción y presencia de artistas extranjeros y salida en busca de mejores mercados; realización de grandes proyectos, o décadas de verdadera escasez artística; asimilación inmediata de la vanguardia o inexplicables retrasos, incluso ausencia de corrientes que supondríamos debían haberse asentado en el reino navarro.

Trataremos de abordar éstas y otras cuestiones como las razones que llevaban a los reyes a promover obras de arte, en ocasiones expresadas de primera mano por los monarcas. Intentaremos calibrar hasta dónde llegaba su intervención, cuál era su seguimiento de las obras y en qué debemos fundarnos para atribuirles determinadas empresas. Con ayuda del conocimiento de sus intereses artísticos podremos quizá matizar los juicios históricos establecidos acerca de algunos monarcas como Carlos II, no siempre el Malo. La comparación de actuaciones de reyes sucesivos asimismo facilitará ver cuándo una obra respondía a la voluntad particular de un individuo o a convencionalismos y tradiciones de su época. En ocasiones comprobaremos cómo los reyes fueron causantes de la destrucción de obras artísticas, como los conventos extramuros derruidos durante las guerras o las piezas de plata fundidas para permitir la ejecución de nuevos encargos. Para ello, tras unas consideraciones iniciales pasaremos revista a los doscientos años que nos ocupan.

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