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Con ocasión de la presentación del nuevo Gobierno en el Congreso de los Diputados en mayo de 1980 el PSOE sometió a Adolfo Suárez a un voto de censura que jugó un papel fundamental en su declive político. Suárez, en otro tiempo tan brillante en la iniciativa, había demostrado una preocupante tendencia a la dejadez y la desorientación. Su respuesta ante el voto de censura fue tímida e insuficiente. Su presentación por parte de Felipe González supuso la potenciación, ante la opinión pública, de su personalidad política, que dio la sensación de tener la capacidad para desempeñar el gobierno de la nación. Las encuestas colocaron ya al PSOE por delante de la UCD en la intención de voto de los españoles desde el verano de 1980. El peligro inminente produjo entre los centristas una oposición creciente a los procedimientos de gobierno. A comienzos de julio los dirigentes de UCD acusaron al presidente de dirigir de forma demasiado personalista el partido y el Gobierno. Como resultado de esta insurrección se constituyó una Comisión permanente del partido que, en septiembre, se convirtió en nuevo Gobierno. Ahora pretendía ser el mejor de los posibles bajo el centrismo, incorporando a sus dirigentes más significados y prescindiendo de Fernando Abril. Ni aún así se consiguió detener la sensación creciente de descomposición en UCD. Desde el mes de octubre de 1980 empezaron a movilizarse los sectores más derechistas del partido pretendiendo una definición del mismo.

En octubre fue nombrado para regir el grupo parlamentario Miguel Herrero, representante de esta tendencia. Unas semanas después surgía un sector crítico en el seno del partido que, a mediados de enero de 1981, logró el liderazgo de Landelino Lavilla, presidente del Congreso de los Diputados. La propia actitud de Adolfo Suárez vino a complementar la inestabilidad gubernamental. UCD hubiera podido inclinar levemente su postura más o menos a la izquierda o la derecha, siguiendo las tendencias del electorado siempre que previamente se hubiera consolidado como partido, pero eso no supo hacerlo Suárez. Culpables de la no consolidación del partido fueron sus dirigentes, pero también las limitaciones personales, para el Gobierno y para la configuración del partido, del propio presidente, que no habían dejado de hacerse presentes en los meses transcurridos desde entonces. El 29 de enero de 1981 Suárez presentó su dimisión. Probablemente fue una decisión tomada súbitamente pues en la primera quincena del mes estaba todavía preparando el enfrentamiento con el sector crítico de su partido en el Congreso que iba a celebrarse inmediatamente. A estas alturas Adolfo Suárez sabía que despertaba una oposición creciente no sólo entre sus adversarios sino también entre sus propios seguidores. Se daba cuenta de sus limitaciones. Le perdió su falta de formación, que le hacía temer el debate, su desconfianza, su exceso de osadía y sus consejeros, que nunca fueron los mejores. El presidente no fue empujado a dimitir por el monarca, ni por los poderes económicos, ni por el Ejército. Lo que en realidad le sucedió a Suárez fue que se derrumbó psicológicamente después de una estancia en el poder de cinco años superando unas circunstancias gravísimas. Tuvo la suficiente grandeza moral como para aceptar esta situación y expresarla con sinceridad ante sus compatriotas. Quienes, desde su propio partido, habían contribuido a hacer inviable su Presidencia, pronto descubrieron que con la desaparición de ella no cesaba la conflictividad interna de la UCD.

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