La reforma se hace realidad

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Si se puede considerar la etapa del Gobierno Arias como la fase final del régimen de Franco, la que se inició a continuación supondría el comienzo del camino hacia la democracia. En este momento, la elección de Suárez de entre los tres jóvenes ministros reformistas tiene una fácil explicación. Tenía unas características biográficas óptimas para conseguir la aprobación de una ley de reforma política, pues toda su carrera había estado vinculada al Movimiento Nacional, había logrado un éxito espectacular -nada menos que vencer al marqués de Villaverde, yerno de Franco, en la elección para cubrir un puesto del Consejo Nacional- y no levantaba prevenciones por la mezcla entre su aparente inanidad y su simpatía. Le ayudaba, en fin, su condición de persona de la misma generación que el Rey, a quien ya había prestado una ayuda importante en la difusión de su imagen como director de RTVE. Pero para llegar a descubrir la significación de Suárez en la política de la transición es preciso tener en cuenta que, en realidad, hay dos personajes, separados por la fecha cardinal de 1979, a partir de la cual sus insuficiencias se hicieron patentes. Con anterioridad predominaron los aciertos que le adecuaban para la tarea que debía abordar. Su modestia le hacía ser capaz de oír, aceptar consejos y plegarse a las circunstancias respetando la realidad.

Su reforma política podía ser mucho menos clara y precisa que la de Fraga, pero le hacía ser capaz de plegarse a las peticiones de la oposición. En una de las primeras intervenciones públicas su famosa frase de que él intentaba "elevar a categoría de normal lo que a nivel de la calle es simplemente normal" testimonia su respeto por la realidad. Entre las virtudes de Adolfo Suárez es necesario recordar también su extremada habilidad y listeza: cuando le visitó Tierno Galván, su primera impresión fue que era "bondadoso y sumamente avispado". Lo primero debe ser recalcado porque si algo caracterizó a Suárez fue ausencia de crispación por el uso del poder y propósitos honestos de servir el interés nacional. Adolfo Suárez demostró ser una buena persona, su trabajo estuvo guiado por intereses que superaban lo individual y que tenían muy presente las objetivas necesidades del pueblo español. Por otro lado, la habilidad es una condición imprescindible y necesaria para un político. En un proceso tan complejo como fue la transición española a la democracia, Suárez supo mantener la iniciativa unilateral, lo cual es señal evidente de que sabía lo que quería. Enrique Tierno afirmaba de él que estaba "muy bien informado de las dificultades políticas y sabía responder a ellas". En efecto, lo que llama la atención de la transición española es el ritmo adecuado y medido que le impuso Suárez. En sus memorias, Garrigues cita una sentencia de Maquiavelo que recomendaba "mantener siempre en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos" y esto se puede aplicar muy bien al caso de Suárez.

Se le ha atribuido no tener ninguna ideología política y, desde luego, el nuevo presidente carecía de la sobrecarga de ideología que caracterizaba a la mayor parte de la oposición. Pero, en primer lugar, eso no es obstáculo para que tuviera unas ideas muy claras respecto del resultado final de su acción política. También tenía algo Adolfo Suárez de lo que carecía la oposición: sentido del Estado, a lo que se añadían la conciencia de la tarea común, moderación, frialdad y capacidad para la concordia. El primer problema grave al que hubo de enfrentarse Adolfo Suárez fue la composición de su gabinete. Aunque intentó lograr la incorporación de la vieja generación reformista, finalmente hubo de renunciar a ello. La mayor parte del Gobierno procedió del sector representado por Osorio, es decir, el sector más reformista de la familia católica del régimen. Muchos de los ministros, como Oreja o Lavilla, procedían del grupo Tácito, representativo de esa zona intermedia entre el régimen y la oposición, característica de la época del tardofranquismo. Únicamente uno de los miembros del Gobierno, el almirante Pita da Veiga, había sido ministro con Franco; la media de edad de los ministros fue de tan sólo 44 años. La primera declaración política de Suárez, en una intervención en televisión, tuvo un gran eco. Afirmó que su Gobierno no representaba opciones de partido sino que se constituía en "gestor legítimo para establecer un juego político abierto a todos" y así continuaría actuando hasta conseguir, como "meta última, que los Gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles".

Esta afirmación mostraba un propósito democrático y ya no suscitó rechazo entre los sectores de la oposición. Además, afirmó que el Gobierno debía "esforzarse porque en las instituciones se reconozca la realidad del país". Como apelación final, Suárez hizo una llamada a la necesidad de considerar España como una tarea común, en la que debía presumirse la recta intención de todos los grupos. Desde el mes de julio al de septiembre de 1976 se produjo un importante cambio en el ambiente político gracias al talante del nuevo presidente del Gobierno. Si durante las últimas semanas del Gobierno de Arias la crispación había presidido la política nacional y el nuevo gabinete había sido recibido con irritación y perplejidad, el verano de 1976 estuvo caracterizado por la distensión. Se hizo público un programa gubernamental ratificando los propósitos presidenciales ya a mediados del mes de julio. La amnistía aprobada a finales del mes fue incompleta, aunque abarcó a todos los delitos que no implicaran el uso de la violencia. Se devolvieron sus puestos docentes a aquellos profesores que los habían perdido como consecuencia de los sucesos estudiantiles del año 1965. En especial cambió de manera radical la forma de tratar a la oposición, con la que se iniciaron los contactos que se extendieron hasta el partido socialista. Con ello se hizo disminuir el protagonismo político de la oposición y se aumentó el del Gobierno.

Si hasta ese momento la oposición había solicitado de manera insistente un Gobierno provisional para realizar la transición, ahora tan sólo se solicitó un gabinete de "amplio consenso democrático". Así, durante los meses de septiembre a diciembre de 1976 Adolfo Suárez, suavizadas ya las relaciones entre Gobierno y oposición, pudo dirigir de manera decidida la transición. Se cursaron instrucciones a la policía de ampliar el ámbito de la tolerancia de forma gradual a todos los partidos, a fin de no despertar unos temores excesivos entre los más reacios al cambio. Sin embargo, apuntó ya el peligro esencial para la naciente democracia española en una parte del Ejército. El ministro de Defensa, general De Santiago, abandonó su puesto y la responsabilidad vicepresidencial, a caballo entre el cese y la dimisión, tras una tensa conversación con Suárez como consecuencia de los contactos mantenidos con representantes de Comisiones Obreras. La extrema derecha aplaudió al ministro saliente, pero el Gobierno ordenó su inmediato pase a la reserva. Fue sustituido por el general Gutiérrez Mellado, cuya actuación gubernamental respecto a las cuestiones militares fue decisiva, despertando con ello recelos entre el sector más reaccionario del Ejército.

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